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Los mitos de Cthulhu: Alberto Breccia más negro que nunca

Está considerada como una de las grandes obras maestras de la historieta.

23 de marzo de 2024. Iván de la Torre

Qué: Los mitos de Cthulhu Autores: Norberto Buscaglia y Alberto Breccia Editorial: Astiberri Año: 2019 Páginas: 128 Precio: 20 €

Las narraciones del escritor norteamericano H. P. Lovecraft (donde el horror nunca se muestra explícitamente y el lector siente todo el tiempo que recibe menos información de la que necesita para entender lo que realmente sucede, porque todo está sugerido) fueron el material ideal para un Breccia empeñado en imponer sus obsesiones personales y artísticas a las adaptaciones que realizaba, creando una obra original a partir de un texto ajeno.

“Me di cuenta muy pronto –contó el propio Breccia- de que el lenguaje tradicional del cómic no podía representar satisfactoriamente el universo de Lovecraft, de manera que empecé a experimentar con nuevas técnicas, como el monotipo o el collage. Estos monstruos informes, semejantes a los que había dibujado en El Eternauta, están hechos así porque no quería ofrecer al lector únicamente mi propia visión; también quería que cada lector añadiese algo suyo, que utilizara la base que yo le proporcionaba para vestirla de sus propios temores, de su propio miedo. Al principio fue casi como un reto: quería averiguar si sería capaz de dibujar lo que Lovecraft describía. En Los mitos de Cthulhu concretamente, sólo en uno de ellos, que es El horror de Dunwich, dibujo los monstruos. Y lo hago muy realísticamente porque consideraba que debía estar dibujado así. Pero en los demás no aparecen. Y es que el propio Lovecraft no define sus monstruos. Habla de cosas informes y viscosas. Más que describir, sugiere. Yo pretendía hacer lo mismo y que cada cual pusiera su fantasma en la página”.

Usando toda clase de elementos (desde recortes de papel hasta simples manchas de tinta sobre la hoja), Breccia logró capturar el ambiente opresivo y los indescriptibles monstruos de Lovecraft en imágenes oscuras, deformes, donde, como escribió acertadamente el crítico Rafael Martín, prevalece la falta de nitidez, la dificultad para encontrar rostros o cuerpos bien definidos, como si todo sucediera en una pesadilla de contornos borrosos, inapresables: “Breccia rompe el papel, lo rasga, lo mancha, usa collages y bloques de fotografías, raya las sombras, ilumina los rincones, talla rostros imposibles y repite imágenes que provocan un efecto estroboscópico en la mente del lector... No hay anclaje en lo real, los pliegues de esos mundos que acechan desde más allá y desde más atrás del mundo apenas sirven para revelarnos, de cuando en cuando, la debilidad de eso que consideramos la realidad, y entonces el autor usa fotografías decididamente blandas, el contraste plácido que intuimos, que sabemos ficticio”.

Breccia trabajó en las adaptaciones con Norberto Buscaglia, un escritor con muy poca experiencia en el cómic, lo que le permitió afrontar este trabajo de una manera muy diferente a lo que había hecho en sus trabajos anteriores con Héctor Germán Oesterheld (con quién creó clásicos como Sherlock Time, Mort Cinder, además de una versión alternativa de El Eternauta) donde ya comenzaba a sentir una repetición: “He buscado gente que no tenga nada que ver con la historieta, porque un guionista, digamos profesional, en un momento dado pierde de vista las profundidades del tema y cae en la repetición, en el oficio; entonces estoy haciéndolo con Buscaglia, un muchacho muy joven; él hace la adaptación, yo hago el montaje. Todos con técnicas distintas; la verdad, es muy libre, porque si no sería un folletín, claro que es bastante complejo para hacer. Entonces he tenido que recurrir a técnicas que no son muy habituales, no con el afán de aparecer original, sino porque si no, no puedo expresarme, pero o dibujo como lo hago y al que le guste mi dibujo que lo compre, o no dibujo”.

El propio Buscaglia explicó, años después, con más detalle, su método de trabajo: “Yo entregaba el guion terminado que luego él bocetaba. En esta etapa se producía un primer ajuste. El segundo ajuste se realizaba una vez que el cómic cobraba forma con el lápiz. El ajuste final lo hacía cuando estaba pasada a tinta. No puedo precisar el tiempo que nos llevó cada episodio exactamente porque dependía mucho de los cuentos elegidos y de los trabajos alternativos que hacíamos para vivir. Obviamente, a mí me llevaba menos tiempo escribir que a Alberto dibujar. Pero, para no desviarme, creo que cada cuento podría llevarnos, entre guion y dibujo, unos treinta días. En las narraciones de Lovecraft el terror está sugerido, eficazmente, a través de cada párrafo, de cada oración, de cada palabra. Es más lo que se sugiere que lo que se presenta. Todo conduce a un objetivo: sorprender al lector con un final no esperado (o sí). Sólo el vértigo que producen las palabras podrá generar la duda sobre la existencia real de los monstruos que se nos mencionan o sugieren. Una cosa es cierta, no se puede leer a Lovecraft con total tranquilidad. El horror cósmico, quizás, está enredado en nuestros genes. Resulta, entonces, evidente que transformar el relato en figuras que acompañen lo que nos ofrece un texto colindante con el delirio, no es tarea sencilla ni abordable por cualquier dibujante… Y Alberto Breccia no fue cualquier dibujante”.

El guionista también aclaró: “Las adaptaciones de la obra me pertenecen. Alberto hizo solamente El Ceremonial. Las demás las hice yo. En esos momentos quienes eran titulares de los derechos pidieron que se mantuviera el espíritu literario de Lovecraft. Por eso, Alberto me pidió que interviniera. De ahí surge que algunas historias tengan mucho texto, cosa que a los dibujantes no les agrada. Pero no había otra alternativa. Discutimos bastante el tema”.

Los mitos de Cthulhu (y sus trabajos posteriores junto a Carlos Trillo donde se permitió dar su particular versión de clásicos como Hansel y Gretel o Donde suben y bajan las mareas) le sirvieron a Breccia para consolidar la figura del dibujante como un artista que, en vez de limitarse a acompañar pasivamente las indicaciones del guionista, aporta su propio enfoque a través del uso inteligente y creativo del color, la ambientación y la representación de los personajes, actitud que serviría de modelo a jóvenes artistas como José Muñoz (que lo plasmaría en obras como Sudor Sudaca), Leopoldo Durañona o el increíble Max Cachimba, que a comienzos de los ochenta creó, con Pablo de Santis, una serie inolvidable de unitarios que aparecieron en la revista Fierro antes de ser recopilados en el indispensable Rompecabezas.

 

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