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Las puertitas del señor López: el fracaso convertido en arte

Un retrato del hombre común, con sus falencias, secretos y deseos ocultos.

11 de julio de 2023. Iván de la Torre

Qué: Las puertitas del señor López Autores: Carlos Trillo (guion) y Horacio Altuna (dibujos) Editorial: Astiberri Año: 2021 Páginas: 200 Precio: 23 euros

El señor López, un cuarentón tímido y regordete, atrapado en un trabajo que odia, casado con una mujer que lo tiraniza y maltrata, despreciado por sus compañeros de oficina y eternamente postergado a la hora de los ascensos, le sirvió como excusa perfecta a un inspiradísimo Carlos Trillo para hablar de los diferentes tipos de represiones (internas/externas) que sufrían los argentinos durante la última dictadura militar (1976-1983).

Horacio Altuna, dibujante y co-creador de la obra, reconoció en un extenso reportaje sus intenciones: “La idea que teníamos era reflejar un poquito lo que nos pasaba: a través del miedo y de la imposibilidad de modificar la realidad que teníamos cómo procedía alguien que era especialmente miedoso y pusilánime.

Se evadía, le iba peor por evadirse tanto en el espacio de su imaginación como cuando regresaba a la realidad. Igual, si uno mira hoy Las puertitas del señor López, por ejemplo, algo expresaba de lo que se sentía en el ambiente, a través del juego entre la represión y la sublimación. Cuando en época de la dictadura hacíamos Las puertitas del señor López, el público solía ver cosas que a nosotros jamás se nos hubieran ocurrido y esto nos llevó a pensar que éramos mucho más audaces de lo que, en realidad, creíamos que éramos. Pero está bien que sea así. Son como botellas lanzadas al mar que llevan un mensaje y cada cual lo interpreta a su manera.

Era una historieta que nos divertía mucho, no éramos rompedores, ni lo pretendíamos. Sin embargo, cuando se publicaba recuerdo que venían amigos lectores, y nos hacían comentarios sobre el trasfondo combativo, que en absoluto pretendíamos. Había lecturas que hacía la gente que nosotros no hacíamos. Otras sí; buscábamos meter nuestra crítica”.

El protagonista de la historia logra evadirse momentáneamente de su agobiante vida laboral/familiar mediante un portal mágico encarnado -ironía mediante- en la puerta de cualquier baño que le sirve para entender o complicar aún más su gris existencia porque nunca sabe que encontrará “del otro lado”: a veces, el pasaje le permite descubrir la verdadera realidad (su jefe manipulándolo a él y a su compañero Benítez, como si fueran marionetas, con la promesa de un puesto mejor pagado), a veces cumplir sus fantasías más secretas (ser él quien rechace a su compañera, la bellísima veinteañera Leticia, con un contundente “lo nuestro es imposible”, antes de volver a su aburrido matrimonio).

Aunque el sometido López disfruta de un tiempo de libertad, incluso ese espacio personal está acotado por su propia inseguridad, el miedo permanente a todas las figuras autoritarias que condicionaron su vida desde que era apenas un niño; consciente de esta situación, cuando un barbudo, impaciente y vociferante Dios lo interroga, el tímido oficinista solo tiene excusas para darle: “Yo... sufrí mucho... era tan bueno que nunca fui capaz de reaccionar. Desde chiquito todos me trataron mal: en la escuela me robaban las figuritas, los chicos me cascaban (pegaban), yo no me defendía. En el secundario era punto para la cargada. Con las chicas era un fracaso. Ellas también se burlaban de mí. Me casé con mi primera novia que era una bruja que me hizo la vida imposible. Siempre me mando y yo obedecí. No tuve vacaciones para que ella tuviera lo que quisiera. Siempre fui un empleaducho. De tan bueno que era nunca quise competir y nunca llegué a nada. Fui como un esclavo. Me humillaban todos y como comía mucho por las angustias que pasaba me hice mal a la salud y… aquí me tiene”.

Ocasionalmente (muy ocasionalmente) el tímido oficinista tiene momentos de valentía, como cuando decide comprarse una carísima caja de bombones y darse un atracón al descubrir las mentiras ocultas tras el pedido del ministro de economía de “austeridad y sacrificio”.

Trillo logra, de esta manera, recrear el pensamiento y las actitudes de un hombre común que intenta mantenerse fiel a sus principios, pero continuamente se ve superado por circunstancias que confirman su mediocridad, su total incapacidad para rebelarse y cambiar todo aquello que lo agobia en el trabajo, en la calle, en su hogar: en uno de sus pasajes al “otro lado”, López acepta honores, mujeres y riquezas por ayudar a Karakul, transparente parodia de Kabul, el popular personaje que Héctor German Oesterheld, autor de El Eternauta, Mort Cinder y Sherlock Time, entre otros clásicos, escribió para editorial Columba a comienzos de la década del setenta, pero cuando regresa a la realidad se queda callado frente al maltrato que sufre una compañera en la oficina: “¡Y a mí qué coño me importa si te pisé, estúpida! ¡Me tienes harto! ¡A ver si te pego un revés, tarada!”.

Las puertitas del señor López es un retrato del hombre común, con sus falencias, secretos y deseos ocultos, pero también la confirmación de que el empleado más rutinario puede volverse autoritario si se presenta la ocasión como demuestra López al encontrar un silbato y una gorra abandonados y usarlas para perseguir a niños que pisan el césped o reprimir a parejas que intentan besarse en una plaza.

Parafraseando la declaración de Gore Vidal sobre el astuto y manipulador Richard Nixon (“él es nosotros, nosotros somos él”): en ese oficinista frustrado y mal casado, que sueña con mujeres hermosas y grandes triunfos personales/laborales, podemos ver el lado más oscuro –o gris, si se prefiere- de nuestra personalidad, el contraste entre lo que soñamos ser y las inmensas concesiones que debemos hacer, día tras día, para poder sobrevivir y seguir adelante.

En palabras de Ernesto Sábato: “somos dioses cuando soñamos y mendigos al despertar”; Carlos Trillo consiguió decir lo mismo, pero usando el humor en esta serie tragicómica que muestra al hombre común atrapado entre sus deseos más profundos y la despiadada realidad cotidiana, donde las cosas nunca son como deberían ser porque todo lo que puede salir mal, inevitablemente, termina saliendo de la peor manera posible.

 

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