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Gilgamesh, el inmortal: la más profunda y entretenida reflexión sobre el ser humano

Pasiones, locuras, ilusiones, mentiras y engaños a través de un inmortal obsesionado por ayudar a la humanidad.

26 de febrero de 2024. Iván de la Torre

Qué: Gilgamesh, el inmortal Autores: Robin Wood (guion) y Lucho Olivera (dibujos) Editorial: 001 Ediciones Año: 2012 Páginas: 168 Precio: 15 €

Robin Wood recupera el mito sumerio de Gilgamesh para reflexionar sobre el hombre (sus pasiones, locuras, ilusiones, mentiras y engaños) a través de un inmortal obsesionado por ayudar a una humanidad que parece empeñada, generación tras generación, en destruirse a sí misma.

«Soy el mudo testigo de la locura humana a través de los siglos... ¿Un dios? ¿Un hombre? No. Ninguna de las dos cosas. Sólo un testigo de la audacia humana. De su codicia, de sus ambiciones, de sus heroicidades, de todo lo bueno y lo malo... He aprendido a reírme de los vanos sueños de poder y gloria de los hombres. Pobres, míseras criaturas a quienes unos trozos de metal le dan la ilusión de poder y gloria. ¿Qué significan esas cosas ante la certeza de la muerte? Nada. Todo es efímero y estéril para ellos... ¿Y yo? Debo seguir buscando una respuesta a través de los siglos. ¿Cómo puedo ayudarlos? ¿Cómo...? Debe haber una respuesta. Presiento que la hay... Creo rozarla con la yema de los dedos y se me va... ¿Cuál es la razón de todo entonces? ¿De qué sirven nuestros esfuerzos? ¿De qué sirven los sueños, las guerras, las glorias, la cultura y los grandes descubrimientos? ¿El polvo final es la única verdad? No. No pensemos de esa manera... Hay algo más. Algo que justifica nuestra existencia, nuestro respirar y hasta nuestra idiotez».

A diferencia de su amigo Nippur de Lagash (con quien se encontró en un crossover inolvidable llamado Yo vi a Gilgamesh buscando su muerte), el inmortal carece del humor y la sabiduría necesaria para aceptar las falencias de un ser humano que parece capaz de perfeccionar la tecnología y el arte hasta el infinito, pero sigue dominado por sus instintos más básicos y brutales:

«Gilgamesh: Puedo hacer mucho por la humanidad.

Nippur: No. La humanidad vive en ciclos casi perfectos. Aprendemos las mismas cosas en el mismo tiempo y cometemos los mismos errores, y en ello está la exquisitez de vivir... y es el compartirlo lo que une a los hombres. Pero tú ya no eres uno de ellos. Nunca volverás a serlo».

Robin muestra el inútil peregrinaje del inmortal durante siglos, testigo impotente de cómo los hombres vuelven a caer en la barbarie una y otra vez, como si sus pasiones fueran más fuertes que ellos, como si estuvieran dominado por una energía tan poderosa como incontrolable que los obliga a destruir en segundos lo que construyeron con un esfuerzo de años: «La fatiga de vivir me está destruyendo. Los milenios se suceden. Las civilizaciones nacen y mueren... y yo sigo aquí, sin poder cambiar nada, simplemente asistiendo al caso. Mis sueños de ayudar a la humanidad. ¿Qué ha sido de ellos? He servido a grandes hombres en la historia con la esperanza de que trajeran la paz, y todo siempre termina en un baño de sangre... Los hombres viven y mueren por sus pequeñas pasiones. Por oro. Por una mujer. Por un orgullo herido. Las montañas se mueven, pero el hombre no cambia. Cuando pedí inmortalidad la pedí para poder tener el tiempo necesario... Una sola vida no bastaba para lo que yo quería hacer... Iba a ayudar a los hombres... Ayudarles a crear un mundo perfecto donde la vida fuera una bendición... Pero no fue así... Los milenios corrieron y sólo vi caos, catástrofe y masacre, y nada pude hacer para evitarlo... Luché inútilmente y poco a poco me agoté... Los hombres siguen naciendo y viviendo con los mismos sueños. Tienen pocos años y los viven con furia salvaje... Nada puedo hacer por ellos. Soy inmortal y ellos son mortales... Todo nos separa... Me pregunto dónde terminará todo».

Gilgamesh es un descarnado retrato de la humanidad en general y de sus líderes predestinados en particular, esos hombres nacidos, según el ensayista Thomas Carlyle, para cambiar la historia; como en toda su obra, Robin cuestiona la idea de la figura autoritaria, el caudillo visionario y mesiánico que promete la salvación a cambio del sometimiento; a diferencia de sus colegas Ricardo Barreiro y Héctor Germán Oesterheld, convencidos de la necesidad de aceptar al dictador benévolo, Wood cuestiona cualquier clase de salvación que implique renunciar a la crítica, a la independencia y a pensar por uno mismo:

«Gilgamesh: Yo quise ayudar a la humanidad... Quise ser una bendición para ella, un salvador, un héroe... poco a poco dejé de ser un ser humano y me convertí en un muerto viviente, perdí mis sentimientos y perdí la noción de humanidad. Pensé en ellos como objetos a los que había que poner en orden y no como lo que fueron... seres de carne, sangre y caóticos sueños.

César: ¡Déjalos que vivan, padre! ¡Déjalos que sufran y se equivoquen y algunos se perviertan y otros se salven! ¡Déjalos que amen y odien y luchen! ¡Déjalos que sean seres humanos y no maniquíes de laboratorio! ¡Deja de asfixiarlos, deja de asfixiarnos!».

A través de su desencantado protagonista, Wood muestra -una vez más, como ya lo había hecho en Nippur de Lagash y volvería a hacerlo en Morten, Merlín y Dago- que la humanidad no necesita líderes mesiánicos ni inmortales bienintencionados para salvarse a sí misma, que son los hombres y mujeres comunes, con todas sus miserias y grandezas, quienes, desde el comienzo de los tiempos, mantienen al mundo funcionando: «Recuerdo los milenios de guerras y sueños, las batallas gloriosas y los amaneceres de desolación. El retumbar de los ejércitos en marcha y las banderas de seda pudriéndose en el barro. Recuerdo también a la otra gente, a aquella sin gloria y sin destino, los simples seres humanos de cada día con sus vidas incoloras atadas a los amaneceres y a las puestas de sol. Y ahora, en la distancia, comprendo que eran ellos los que creaban la vida aún sin saberlo. Cuando la gloria moría y las batallas cesaban eran ellos, los hombres-hormigas, los que recogían las ruinas y reedificaban nuestro pobre mundo...»

 

 

Comentarios en estandarte- 1

1 | Luz María Mikanos 01-10-2023 - 02:39:34 h
Una obra que merece un capítulo aparte! Gracias por recordarnos estas maravillas!