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Dago: el noble veneciano que se convirtió en esclavo turco
Un joven arrogante se convierte en individuo siniestro para volver a convertirse en un ser humano.
19 de septiembre de 2024. Iván de la Torre
Qué: Dago Autores: Robin Wood (guion); Alberto Salinas (dibujos) Editorial: ECC Ediciones Año: 2012 Páginas: 196 Precio: 15 €
La vida del joven veneciano César Renzi (Dago) cambia repentina y radicalmente cuando su familia es asesinada y él se convierte en esclavo de los turcos que lo descubren, apuñalado y casi muerto, flotando en el mar.
Rebautizado Dago por sus nuevos amos, en su larga odisea buscando vengarse de los cuatro hombres que destruyeron su vida (Bertini, Barazutti, Amhed Bey y Kalandrakis), el personaje pierde su inocencia y aprende a ver las miserias ocultas tras las grandes palabras: los pactos secretos entre los reyes cristianos y los sultanes turcos; las fortunas construidas en base a traiciones, mentiras y asesinatos; la inteligencia y el saber de esos árabes a los que antes despreciaba como meros salvajes sin cultura ni principios...
El talento de Alberto Salinas para retratar una época tan compleja y rica en sus mínimos detalles (vestimenta, escenarios, rostros, armas...) es el complemento ideal para una narración que se propone incluirlo todo, desde las celdas donde mueren de hambre y desesperación los esclavos cristianos hasta los grandes palacios de Inglaterra, España y Francia en los cuales se decide el destino del mundo civilizado.
Como descubre el protagonista en su largo peregrinaje en busca de la libertad, los reyes cristianos y los sultanes musulmanes son, como él, esclavos de las circunstancias y, para sobrevivir, deben moverse con astucia y rapidez en escenarios siempre cambiantes, donde ninguna lealtad es permanente y la necesidad política se impone a sentimientos como el amor, la piedad, el orgullo o el honor («En toda Europa se escucha el retumbar del ariete turco. Y la cristiandad se encoge en rincones oscuros, temiendo que ese ariete derribe las murallas austríacas, pues si eso ocurriera, toda Europa quedaría abierta a los otomanos. Pero, ¿dónde están esos reyes cristianos que, se suponen, velan por Europa? Están muy ocupados conspirando, traicionándose, acechándose y temiéndose. Se han olvidado de todo lo que no sean sus mezquinas ambiciones. Se han olvidado de Europa»).
Dago muestra una época de pasiones extremas, donde conviven campesinos dignos en su pobreza con amos riquísimos que no dudan en cortarle la lengua o arrancarle los ojos a sus esclavos simplemente por animarse a contradecirlos o negarse a complacer sus deseos íntimos; comerciantes que olvidan su religión para disfrutar un buen vaso de vino y mujeres despiadadas que controlan todo un imperio encerradas en un harén; banqueros poderosos que definen las políticas de Europa con soldados horriblemente mutilados que piden limosna en las calles luego de haber participado en guerras santas contra los “infieles”.
Robin muestra ese mundo de permanentes contrastes en sus infinitos matices gracias a un protagonista que atraviesa todos los niveles sociales y vive todas las experiencias imaginables («Soy Dago. Pasé años de esclavitud con los turcos. Pasé por el remo, el desierto, el látigo y el fuego. Conocí miserias y horrores. Fui degradado, aplastado y enloquecido. Morí y volví a resucitar mil veces. Son muchos años y muchos infiernos. He sido noble, prisionero, esclavo y renegado. He visto a multitudes morir de hambre junto a los palacios de oro de los sultanes y he visto ejércitos masacrados por la vanidad de un jefe. He visto montañas de cadáveres agusanados y en ellos he visto lo que llaman la gloria. No creo en la gloria. Huele a carnicería y basurales. Es un manto de seda con el que cubren llagas de leproso») en busca de venganza, un moderno Conde de Montecristo que adquiere en la calle (como Nippur, como Savarese, como Mojado, en definitiva, como todos los grandes héroes woodianos) la sabiduría y los conocimientos necesarios para entender cómo funciona realmente el mundo mientras lucha por cambiar las cosas sin perder la ironía ni dejarse comprar por los poderosos, alguien que «intenta salvar sus sueños y su noción de justicia... sin cerrar los ojos ni aceptar la barbarie, aunque fuera la de los suyos...».
O, en palabras del propio Dago: «No creo en nada ni en nadie, pero aún respeto el valor y el amor. Allí, en esas murallas, un hombre murió por poseer ambas cosas, Gran Visir. Tú y yo, en cambio, aún vivimos. Tú, por los enemigos que envidian tu grandeza. Yo, por los que temen mi venganza. Pero hoy nos hemos elevado por encima de nuestra mezquindad. Hoy podemos estar orgullosos de nosotros, Ibrahim».
Sin embargo, los escenarios a los que debe enfrentarse Dago son, a veces tan brutales que lo hacen perder la escasa fe que todavía tiene en la humanidad: «¿Recuerdas? Queríamos vivir nuestra hermosa aventura. Reconquistar un reino para una hermosa princesa. ¿Qué más podíamos pedir? Era el sueño ideal, y lo conseguimos. Pero ahora el sueño se ha agriado y ha surgido la envidia, el temor y la mezquindad y la hermosa aventura no es más que un recuerdo que se diluye y solo nos deja la tristeza. No sé si hemos fracasado, pero tiene un sabor parecido. Para llegar a esto no valió la pena tanta lucha y tanta muerte».
Robin contó cómo surgió este extraordinario personaje: “Yo me había ido a Israel, donde trabajé en los kibutz y donde casi me mataron a tiros en el Líbano por cruzar la frontera sin darme cuenta... y a la vuelta tomé un barco que llegó a Venecia. Y me quedé una temporada, pues es una ciudad fascinante. A la noche, escuchando el rumor de las olas, el cabeceo de las góndolas, ves que es una ciudad de complots, de asesinos agazapados, de gente misteriosa en rincones oscuros... y ahí se me ocurrió, me senté a escribir y salió Dago. Me gusta su evolución: cómo pasa de ser un joven arrogante a un individuo siniestro y lleno de odio y luego otra lenta evolución hasta volver a convertirse en un ser humano; cómo va logrando desprenderse del odio, que fue su fuerza motora. Nippur de Lagash el concepto de bien y mal nunca lo perdió, siempre fue individuo filosófico que puede llegar a ser brutal, pero siempre medido. Dago, en cambio, era siempre desmedido, terriblemente desmedido”.
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