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Big Norman: nunca ser un antihéroe dolió tanto

Un cómic que nos muestra el valor y la importancia de no ceder ante el matón de turno.

20 de marzo de 2024. Iván de la Torre

Qué: Big Norman Autores: Robin Wood con los pseudónimos de Noel McLeod y Robert O’Neill (guion); Horacio Altuna y Daniel Haupt (dibujos) Editorial: Columba Año: 1996 Páginas: 96 Precio: 1.000 pesos argentinos

Big Norman puede confundirse, a simple vista, con la clásica serie policial gracias a su protagonista, un gigantesco detective de cabello blanco que resuelve misterios dignos de Agatha Christie en Nueva York («Alguien asesinó a Gloria, su esposa, y creen que fue él. Jack no estaba en la ciudad cuando el crimen se cometió, pero no quiere decir donde estuvo. No hay forma de hacerlo hablar... ¿El cadáver? Ese es el gran enigma. No han encontrado el cadáver. No estaba en la casa. Sólo la sangre y el cuchillo»), pero Robin aprovecha un género popular para volver sobre el tema que funciona como el eje de toda su obra desde sus primeros trabajos junto a Lucho Olivera para Columba en 1966: el cuestionamiento de los poderosos, personas que, por su belleza, influencia, dinero o poder se aprovechan impunemente de los demás.

En una época donde, como denunció George Orwell, se convirtió en héroe al matón, al hombre que además de golpear a los indefensos los patea en el piso cuando están inconscientes y sangrando, Robin usó la popularidad del policial para hablar de las víctimas y denunciar a todos los que disfrutan aprovechándose de ellas ante la mirada cómplice o temerosa de los demás.

«Esa noche cociné un enorme bife y bebí varios whiskies sin conseguir levantarme la moral. Toda la historia era una historia triste y miserable con pocos culpables y muchas víctimas... Cuando colgué el teléfono me serví otro whisky y lo bebí a la memoria de Dolores McRae, esa mujer que nunca conocí y cuya muerte, sin embargo, me dolía más y más a medida que pasaba el tiempo»”.

«Eran un grupo de hombrecitos oscuros con camisas blancas reunidos en una pequeña habitación. Tenían el rastro del trabajo duro en las manos y mucha resignación en los ojos:

-Yo soy José Ariño, señor Norman. Yo le escribí. Nosotros somos braceros, señor Norman. Trabajamos aquí y nos ganamos la vida en Texas. En México no teníamos trabajos. Somos gente de familia y no queremos lío... pero la semana pasada uno de los nuestros fue asesinado. Un muchacho joven que tampoco buscó lio jamás. Un muchacho llamado Miguel Ariño.

La reunión quedó en silencio y me sentí muy incómodo. Incómodo por ser grande y rubio entre esos pequeños hombrecitos morenos...»

Evitando deliberadamente el tono moralista que arruinó tantas buenas obras de Raymond Chandler, Wood les pone humor y mucha ironía a sus historias:

«¿Qué haces en mi oficina? Estás arriesgando la vida. Tengo matarratas».

«Charly Polansky fue muerto en una madrugada gris y miserable, lo cual tal vez fue muy apropiado pues Charly había sido un rufián gris y miserable toda su vida. Por ello, los policías que hallaron su cuerpo se sorprendieron de que le hubieran pegado cuatro balazos del 38. Las balas cuestan caras y un infeliz como Charly no justificaba un derroche tal. En síntesis: Charly Polansky había tenido un nivel de muerte muy superior a su nivel de vida».

«Aquella oficina tenía más o menos el tamaño de una cancha de tenis y la modestia de una catedral. El alfombrado era tan espeso que uno se hundía hasta las rodillas y los muebles eran verdadero roble. Había una secretaria sensacional y que probablemente jamás había tenido ningún contacto con algo tan prosaico como una máquina de escribir».

Con este policial poco convencional e imprevisible (por momentos humorístico, por momentos tragicómico, siempre eficaz, donde no sobra ni falta una palabra), Robin transmitió la desesperación, la soledad y el miedo de las personas resignadas, tras toda una vida de abusos, a ser maltratadas sin que nadie las defienda o hable por ellas; como Nippur de Lagash, su primer gran éxito, Big Norman definió claramente la posición de Robin a través de un antihéroe empeñado en enfrentarse al poder sin renunciar al sentido del humor ni a la propia dignidad, esa conciencia de que hay un punto que no conviene cruzar porque hacerlo equivale a hundirse en una oscuridad de la que luego resulta imposible volver.

En una época donde Fidel Castro, el Che Guevara y Mao eran convertidos en símbolos de la libertad por intelectuales complacientes y adolescentes en busca de referentes, Robin mantuvo una posición crítica a través de sus personajes, hombres y mujeres que luchan contra los poderes establecidos sin perder la perspectiva ni dejarse engañar por discursos sobre “la necesidad histórica” o los vericuetos de la “real politik”: “Estamos en el período de las regeneraciones. Diez años atrás Caryl Chessman fue a la cámara de gas. Ahora Papillon fue al cine”.

Big Norman transmite la inmensa desesperación de personas comunes frente a personajes todopoderosos mostrando, al mismo tiempo, la determinación de un antihéroe que conoce la realidad del mundo y, aun así, sigue empeñado en intentar cambiar las cosas:

«Esperé por el bastardo que llegaría con su manada de perros de presa, con sus asesinos bien comidos, bien vestidos y bien pagados. Llegarían contentos, seguros de ser los más astutos, tal vez recordando con placer la noche en que destrozaron un cuerpo de mujer buscando un informe, una pila de dólares... Sí. Ellos son los violentos, los astutos, los duros, los que no respetan nada ni se detienen ante una muerte más o menos...».

«Estaba recordando ese sollozo animal en la noche, desesperado, ese gemido terrible que sólo puede emitir una persona que ya está más allá de toda esperanza. Yo he visto mucha guerra y mucho crimen, he peleado y han tratado de matarme, y tal vez por todo eso he aprendido a odiar salvajemente a los bastardos que despedazan a los indefensos, a los que no tienen con qué y cómo defenderse. Oh, sí. Odio a esos bastardos».

En estas declaraciones duras y, al mismo tiempo, sentidas, es posible encontrar el código moral que guía a todos los personajes de Robin en busca de una, por lo común, esquiva (o incluso imposible) justicia, antihéroes conscientes de la inutilidad de su lucha, pero, aun así, empeñados en seguir adelante sin rendirse ante los poderosos, sea un rey sumerio (en Nippur de Lagash), el jefe de un garito neoyorkino (en Big Norman) o los dueños de grandes extensiones de tierra (en Morten).

Será por eso que queremos tanto a Robin y a Norman, uno de sus primeros alter-egos, una curiosa combinación de hombre de acción, filósofo callejero, pícaro de barrio y cínico desencantado que nos muestra, en cada una de sus historias, el valor y la importancia de no ceder ante el matón de turno.

 

Comentarios en estandarte- 6

1 | Daniel 14-06-2023 - 23:03:46 h
Me encanta este comic, es un tema muy espinoso, pero aun asi tratable, considero que según el trazo del artista, el comic debe ser muy prudente, y bien logrado.

2 | Eduardo 07-07-2023 - 13:55:28 h
Genial

3 | Iván 18-09-2023 - 00:53:13 h
Es una obra de arte, Daniel!

4 | Iván 18-09-2023 - 00:54:03 h
¡No hay dudas, Eduardo!

5 | Luz María Mikanos 08-10-2023 - 03:13:32 h
Big Norman tiene una de las mejores definiciones de Robin contra los matones, los abusones, que a muchos nos cambió la vida (bueno, al menos a mí(: "Estaba recordando ese sollozo animal en la noche, desesperado, ese gemido terrible que sólo puede emitir una persona que ya está más allá de toda esperanza. Yo he visto mucha guerra y mucho crimen, he peleado y han tratado de matarme, y tal vez por todo eso he aprendido a odiar salvajemente a los bastardos que despedazan a los indefensos, a los que no tienen con qué y cómo defenderse. Oh, sí. Odio a esos bastardos". Genial! Gracias De la Torre y Estandarte, por acercarnos estás maravillas!

6 | Ivan 25-03-2024 - 18:07:55 h
Un placer rescatar un clásico olvidado del gran Robin!