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Ana: el cómic con el que Francisco Solano le salvó la vida a su hijo Gabriel
Del idealismo de los 60 al crudo utilitarismo de los 80.
31 de julio de 2024. Iván de la Torre
Qué: Ana Autores: Gabriel Solano López (guion) y Francisco Solano López (dibujos) Editorial: Deux Books Año: 2011 Páginas: 110 Precio: 1.500 pesos argentinos
Ana, de Gabriel Solano López y Francisco Solano López presenta un futuro alternativo con una Francia militarizada donde la heroína, una adolescente y bella pecosa, es apresada, golpeada y violada por un grupo de soldados tras participar de una protesta callejera.
«Mi error es preguntar. Mi error es querer cosas. Mi error está en las cosas que no quiero», dice Ana. La serie logra capturar el clima de toda una época, el profundo malestar de personas incapaces de encontrarle sentido a sus vidas en un tiempo de cambios –finales de los años setenta– donde nada es seguro y todas las soluciones (incluyendo la revolución) parecen haber fracasado.
La propia Ana no encuentra objetivos que le permitan seguir adelante, pero el oficial treintañero que se enamora de ella tampoco tiene respuestas: «Por supuesto que es fácil. Tú eres joven y buena, ¿verdad? La niña desorientada que busca sentido a su vida y detesta a los policías».
El personaje resulta creíble –y querible– porque Gabriel Solano López no busca retratar una militante perfecta sino a una adolescente confundida que pasa de revolucionaria en Francia a exiliada en México.
Atrapados en una sociedad que odian, obsesionados por encontrar un objetivo que dé sentido a sus vidas, los personajes centrales de Ana terminan encerrados en círculos cada vez más pequeños, dominados por el autodesprecio y la búsqueda de la humillación (propia y ajena), lastimando a los demás y a sí mismos, conscientes de su fracaso, de la inmensa distancia existente entre lo que querían ser y en lo que, finalmente, se convirtieron.
La propia Ana vive atrapada entre la realidad cada vez más mediocre de su vida como exiliada y las fantasías idealistas que tuvo de adolescente, finalmente, cansada de todo, regresa a Francia convertida en la amante de un hombre rico: «Ya pasó la época de los caprichos. A mi edad no me queda bien. Alguna vez creí haber abarcado todo lo humanamente posible. Decidir un par de muertes me pareció una experiencia fascinante. La máxima experiencia. Sin embargo, la guerra ha borrado esas muertes, les ha arrancado todo su valor. Ni yo misma recuerdo bien cuándo, cómo, ni quiénes han sido... ¿No te parece gracioso? Hace tiempo casi planeaba cómo salvar al mundo. Ahora no sé cómo hacer para salvarme yo».
Sin concesiones, en un tono extremadamente crudo, realzado por el inmenso trabajo su padre (que muestra, en impiadosos primeros planos, rostros devastados por la desilusión, la culpa y el sufrimiento), Gabriel construye una fábula durísima que predice el futuro cercano, mostrando el paso del idealismo de los setenta al crudo utilitarismo de los ochenta, donde el Yo se impuso al Nosotros y el icono social ya no era el revolucionario que buscaba cambiar el mundo sino el yuppie despiadado a quien solo le importaba su cuenta bancaria y su prestigio social.
Pocas novelas gráficas argentinas fueron tan duras y eficientes a la hora de transmitir la pérdida de ilusiones de toda una época y la desesperación posterior en una prosa despiadada que se toma todo el tiempo necesario para reflexionar e intentar entender una década terrible y a sus conflictivos y conflictuados personajes.
El propio Gabriel Solano López vivió una situación muy similar a la de Ana, lo que le sirvió para hacer creíble a un personaje tan extremo: “Durante mi militancia política (de la que no me siento nada orgulloso) alquilé una habitación en una pensión de Parque Patricios, cerca de la vieja cárcel de Caseros. Era la zona donde desarrollaba mi actividad política. Cuando supe que la policía me estaba buscando (porque allanaron y registraron la casa de mi familia, en el barrio de Núñez), mi madre me consiguió y pagó con mi padre una pensión en el Pasaje La Marea, cerca de la Avenida Juan B. Justo, en un barrio cuyo nombre no recuerdo. Previamente mi padre me había ofrecido escapar a México, con la ayuda de algún conocido en la embajada. Mi compromiso con la clase obrera argentina y su revolución no me permitieron contemplar siquiera esa oferta como una opción. Preferí ser el militante más inútil de todas las revoluciones, subvencionado por su familia, que no tenía la culpa de nada y que tuvo que soportar un allanamiento muy humillante de su hogar. En agosto de 1976 la policía interrumpió mi brillante carrera política. Mi padre me salvó la vida con uno de sus contactos y, después de unos pocos días en ‘cordina’ (Coordinación de la Policía Federal, bautizada más tarde con el nombre de Superintendencia; era uno de los centros de tortura más ‘populares’ de aquella época. Sin embargo, yo no fui torturado. Tampoco me agasajaron. Pero no sufrí ninguna de las atrocidades que eran frecuentes en ese tiempo), me ‘legalizan’ y experimento unos 9 meses por algunas cárceles. Fue mi padre, otra vez mi padre, quien logra mi liberación bajo la promesa de alejarme de Argentina. De modo que, pasados esos 9 o 10 meses, mi viejo me saca del penal de La Plata y, en la fecha con que inicio esta larga y engorrosa respuesta, me mete en un avión y me lleva con él a Madrid”.
Sobre la creación de Ana, el guionista reveló: “Es el reflejo de todas esas dudas con las que me reconciliaba pero que me podían perder. Sólo el esbozo de un personaje en un determinado entorno espaciotemporal. Sentí auténtico vértigo ante el compromiso de darle continuidad hasta las 90 o 100 páginas. No sé si se ha tratado de una simple sucesión de vómitos o la resolución de las situaciones en que se veían envueltos los personajes. Ana no me resultaba nada simpática ni se esforzaba por parecerlo. No era lo que se dice una ‘buena persona’, más allá de sus intenciones. estoy dispuesto a reconocer que la obra tiene un par de aciertos formales. Es verdad que puede resultar dura, pero en más de una ocasión la encuentro de una dureza innecesaria. Muchos me censuran una actitud excesivamente crítica con mi propio trabajo. Pero lo comparo con la grandiosidad de mi papá, profesional hasta en el más pequeño trazo, en el largo tiempo dedicado a lograr un resultado tan perfecto. Creo que su amor paternal y su confianza en mí ponen en cuestión su fama de hombre sensato”.
Por su parte, Francisco Solano López contó que hacer esta historia le permitió salvar la vida de su hijo, que estaba profundamente deprimido tras verse obligado a huir de Argentina y necesitaba un objetivo inmediato en el que concentrarse donde descargar su furia, enojo y desilusión: “Me fui del país, rescatando la vida de Gabriel, mi hijo, que también era montonero y había caído preso. Fue en un momento donde, si estaba legalizada la detención, se podía optar por salir del país. Yo, que tenía trabajo en el exterior, fui y les dije: ‘Si ustedes me entregan a mi hijo, yo mañana me voy con él y no vuelvo más’. Y nos fuimos a España. Gabriel escribía poesía y cuentos. En Madrid recuperó las ganas de escribir, porque cuando estaba preso le requisaban todo lo que escribía hasta que dejó de hacerlo. Volver a escribir fue para él una catarsis y yo pensé que la mejor manera de ayudarlo era transformar sus cuentos en narraciones gráficas. Así nacieron Ana e Historias tristes”.
Comentarios en estandarte- 2
1 | Luz María Mikanos
29-09-2023 - 03:48:40 h
Una detallada información, interesante y completa! Gracias!
2 | Ivan
25-03-2024 - 18:10:10 h
Muchas gracias por tu comentario, Luz!