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Los eufemismos y los disfemismos
El arte de disimular con las palabras o cómo hablar de ideas malsonantes.
24 de septiembre de 2024. Estandarte.com
Qué: Qué son los eufemismos
Hay veces que el uso –nunca inocente– de las palabras pretende endulzar una realidad. Se elige una forma de nombrarla menos cruda, más sutil, y se echa mano del eufemismo, esa figura retórica que se define como “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante” (Diccionario de la lengua española). El viejo pasa a la edad dorada; el ciego es invidente, y el prostíbulo, una casa de citas; morirse se convierte en pasar a mejor vida o descansar en paz; para decir que algo es mentira se opta por que dista de la verdad y un nos ha sorprendido mucho su decisión suele esconder una sensación de disgusto.
El eufemismo –al que en ocasiones puede tacharse de cobarde y de bienqueda–, tiene mucho que ver con lo políticamente correcto.
Enfrente, como antónimo, tiene al disfemismo: si el eufemismo eleva –en el sentido de que busca lo favorable–, el disfemismo rebaja por su misión despectiva, peyorativa o insultante (matasanos por médico, suela de zapato por filete muy hecho, chulear por robar…).
Pero, como la realidad es la que es, muchos de esos giros pierden eficacia y piden reemplazo: de tanto usarlos ya son transparentes a esa circunstancia que pretendían matizar. El lingüista norteamericano Dwight Bolinger describió muy gráficamente esa caducidad de los eufemismos como efecto dominó. Irán cayendo unos, como caen las máscaras o se desdibujan los maquillajes; pero se crearán otros.
Apasionante por la riqueza creadora que refleja desde el punto de vista lingüístico, el eufemismo puede ser cortés, educado, divertido, ingenioso, detallista, impactante, original... Tan viejo como el hablar, triunfa cuando está tan asimilado que el hablante no se plantea que es un disfraz y no piensa en qué parte de la realidad que nombra quiere mitigar y, sobre todo, por qué quiere hacerlo. Hay razones cargadas de buenas intenciones (aunque no siempre acertadas) y otras cuya voluntad es manipuladora y distorsionadora. Quien cambia cáncer por una larga y penosa enfermedad, por el bicho o el tsunami utiliza esos eufemismos como escudos protectores, pero hay muchas voces que disienten sobre su idoneidad. De hecho, la Asociación Española contra el Cáncer promueve en 2020 la campaña Llámalo cáncer, con un objetivo claro: “luchar contra el silencio y el miedo que provoca una palabra hasta ahora tabú, para conseguir que el conjunto de la sociedad normalice su relación con ella”.
Sociedad, educación, cultura, feminismo, sexo, publicidad… No hay campo que no escape al disimulo con giros del lenguaje, a veces rocambolescos y otras –más peligrosas– sutiles. La subida de impuestos se ha llamado recargo temporal de solidaridad; para evitar el desapego que puede producir hablar del abaratamiento del despido se propone una flexibilización del mercado laboral; el castellano despliega toda su riqueza antes de permitir que sea la palabra crisis la que se imponga frente a una situación de desaceleración, enfriamiento, periodo de ajustes…, y es casi imposible no perderse en el laberinto semántico que ofrecen los nacionalismos. Hay ejemplos que, si no fuera por lo indignante que es el hecho de que alguien pretenda maquilar una realidad –o sea, desinformar–, merecerían un premio por la habilidad lingüística o por su jocosidad.
La editorial Visor tiene en su catálogo un libro sobre este tema: Eufemismos del discurso político, del profesor de Lengua Española de la Universidad de Granada Francisco José Sánchez García. Su subtítulo es una síntesis perfecta de esta costumbre: Las claves lingüísticas del arte del disimulo. Ese arte que se basa –como indica la sinopsis– en “un mecanismo indudablemente efectivo, que pasa por convertir el lenguaje en el espejo que nos muestra tal y como nos gustaría que nos vieran”. La publicación recoge y analiza muchos ejemplos. La detección del eufemismo es una de las formas de invalidarlo como herramienta propagandística. Pero es interesante que perviva como figura estilística con su habilidad para jugar con el lenguaje y para apoyarse en muchos resortes a la hora de conseguir su propósito (sinonimia, circunloquio, perífrasis, sinécdoque, antonomasia, metáfora, cultismo, infantilismo…).
Terminamos con un extracto del maravilloso retrato que de la Eufemística hizo el escritor y pensador Elias Canetti en El testigo oidor. 50 caracteres (Ediciones La Llave):
“A la Eufemística le disgusta mostrar cosas personales y se avergüenza de todo, hasta de las palabras. Se las arregla diciendo siempre algo distinto a lo que piensa y evita cualquier declaración directa. Habla en frases condicionales, en subjuntivo, se detiene en cada sustantivo y hace una pausa. Viviría más a gusto en el mundo si no hubiera cuerpos. Trata el suyo como si no existiera y solo se acuerda de él para cubrirlo, aunque aun así sabe evitar su contacto. Nadie la ha oído nombrar nunca una parte del cuerpo. Tiene un talento perifrástico muy desarrollado [...].”
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