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Biografía de Molière, genio francés
El genio cómico que revolucionó el teatro e hizo de la risa crítica social.
25 de noviembre de 2024. Estandarte.com
Qué: Biografía (vida y obras) de Molière.
Bautizado el 15 de enero de 1622, Jean-Baptiste Poquelin, Molière, nació en París, la misma ciudad en que moriría 51 años después. No pasó toda su vida en la capital francesa: hubo un tiempo en el que se alejó de ella buscando mejor suerte en el teatro de la que tuvo en sus comienzos, cuando quiso sumergirse en el mundo de la comedia y decidió abandonar sus estudios de Derecho y renunciar a favor de su hermano a la futura del cargo de tapicero del rey que entonces ostentaba su padre –la muerte de su hermano años después hizo que lo recuperara en 1660–. Era 1643.
Ese mismo año, fundó el Illustre Théâtre, junto a otras diez personas, entre ellas la familia Béjart, a la que estaría unido toda su vida. No era fácil hacerse un hueco en París; la compañía llegó a rozar ese sueño, pero las deudas pudieron con ella y en 1646 se disolvió después de que Molière –que había adoptado ese nombre en 1644– tuviera que pasar por la cárcel.
Pudo enrolarse en una compañía itinerante de prestigio en 1646. Esta, patrocinada por el duque d’Épernon y dirigida por Charles Dufresne, reclamaba a Madeleine Béjart, reconocida como una gran actriz trágica. Para contar con ella, debía contratar también a su hermano, a su hermana y a su amante, Molière.
Comienza entonces un exilio dorado –como lo califica Georges Forestier en Molière. El nacimiento de un autor (Cátedra, 2021)– que llevó a la compañía por Guyena, el valle de Garona, Agen, Burdeos, Cadillac, Languedoc, Lyon… La influencia de Molière en el grupo fue creciendo y afianzándose, tanto que, a su regreso a París, se les conocía como la troupe de Molière, aunque Dufresne seguía con ellos. Su genio y su pasión por el teatro le permitieron revolucionarlo. Molière consiguió que un género que se consideraba menor, la comedia, brillase como no lo había hecho antes.
A su extraordinario papel como actor, se sumarían los de director, autor, manager, productor y empresario. La primera gran obra que escribió fue El atolondrado, entre 1654 y 1655. Antes había elaborado manuscritos reduciendo grandes comedias o, como haría después, apoyándose en otras obras, pero imprimiendo su impronta, como ocurrió con su Don Juan.
En el siglo XVII las representaciones en los teatros constituían solo una parte de las retribuciones de los comediantes; las visitas a los palacios y castillos de los nobles eran fundamentales para su supervivencia. Para que la compañía se consolidase fue clave el patrocinio de gobernadores y nobles, entre los que se encontraban el príncipe de Conti, que protegió al grupo en un primer momento tanto como lo atacaría después, tras su conversión religiosa en 1656, con una especial saña contra Molière. Conti fue uno de los grandes enemigos del cómico, aunque no el único. Muchos se sentían señalados en sus burlas.
Si hay un nombre a destacar como protector del dramaturgo ese es el del rey Luis XIV. En una interesante conferencia impartida en la Fundación Juan March (enero 2022) con motivo del cuarto centenario del francés, el escritor, crítico y traductor Mauro Armiño describió a Molière como poeta cortesano: “Pertenece al mundo de la corte, trabaja para la corte, trabaja directamente para Luis XIV y para las ideas que Luis XIV quiere filtrar en la nueva sociedad que quiere construir”.
Molière se adelanta a su tiempo, critica la hipocresía de la sociedad, la de la religión, se enfrenta a los matrimonios de conveniencia, aboga por la dignidad de las mujeres… No lo hace en tono moralista, sino con enredos, imponiendo mucha sensatez y ridiculizando los defectos humanos en esas comedias, farsas y comedias-ballet (género que tanto le debe a él y a su estrecha colaboración con Jean-Baptiste Lully hasta 1672) con las que tanto éxito tuvo.
Éxito que le faltó con la tragedia. Lo intentó con Don García de Navarra y fue un tremendo fracaso. Sus comedias no estuvieron exentas de polémica, pero consiguieron lo que Molière ansiaba: la risa del público con piezas como Las preciosas ridículas (1659), La escuela de las mujeres (1662), El médico a su pesar (1666), El avaro (1669) o, entre otros muchos títulos, El enfermo imaginario, 1673, la última obra que representó.
En 1658 la compañía estaba de nuevo en París y el viento soplaba a favor. Se había convertido en la Troupe de Monsieur, Hermano Único del Rey –el duque de Orleans– y había podido instalarse en el Petit-Bourbon, teatro que compartía con los italianos. El favor del rey permitió que cuando este teatro fue demolido, pudiera actuar –tras unos meses de inactividad– en el Palais Royal desde 1660. A partir de 1665, el grupo de Molière actuó bajo el nombre de Troupe del rey.
El monarca apadrinó al primogénito de Molière y Armande Béjart –casados desde 1662–, sin importarle el escándalo que provocó entre algunos de los enemigos del dramaturgo ese matrimonio: acusaron a Molière de incesto por haberse casado con la que decían que era su hija. No era así, Armande era hija de Madeleine Béjart, pero no de Molière. Aquel niño murió con apenas 10 meses de vida. La pareja tendría tres hijos más: una niña, que les sobrevivió, y dos niños, que murieron muy pronto.
Sin embargo, ni siquiera el monarca pudo evitar que la censura acosara a Molière. Aunque seguía aplaudiéndola en representaciones privadas, Luis XIV tuvo que prohibir la exhibición pública de Tartufo o El hipócrita hasta 1669 casi desde su estreno en 1664 en la inauguración de parte del Palacio de Versalles. No gustó a los prelados que acudieron a esa fiesta y el monarca tuvo que ceder. También fue muy criticado el Don Juan, estrenado en 1665 y apenas representado quince veces.
Cuando estrenó en 1673 El enfermo imaginario, Molière estaba enfermo, al parecer padecía una afección broncopulmonar. Al volver a casa tras la cuarta función, falleció. Era el 17 de febrero de 1673. Por cierto, iba vestido de amaranto, no de amarillo (durante un tiempo se pensó que iba de amarillo y esa es la excusa por la que en España ese color se lleva tan mal con el teatro).
A pesar de los intentos de Armande Béjart por contar con un sacerdote, murió sin confesarse ni recibir la extremaunción, sin abjurar de su profesión, condenada por la Iglesia. Fue gracias a la intervención del rey ante el arzobispo de París por lo que sí pudo ser enterrado en sagrado: el arzobispo solo aceptó a que fuera de noche, pero no consiguió, como quería, que no fuera acompañado.
A principios del siglo XIX, sus restos fueron trasladados del cementerio de Saint Joseph al de Père-Lachaise. Molière se utilizó, igual que La Fontaine, como reclamo: con ese movimiento se ganaba prestigio para un camposanto a las afueras de la ciudad que hasta entonces los ciudadanos rechazaban. Las solicitudes para enterrarse allí se multiplicaron.
En Francia hay voces que reclaman hoy día un nuevo traslado, esta vez al Panteón de Ilustres de París. De momento, la respuesta oficial es negativa porque ese honor está reservado a personajes del siglo XVIII en adelante. El argumento que esgrime el actor Francis Hunter para “exigir” una excepción a la norma es también una buena forma de subrayar la importancia de este genio: “Molière revolucionó el teatro y el trabajo de los actores y la dirección. Pero hizo mucho más que eso. Reinventó de alguna manera la lengua francesa. Hizo entrar la lengua de la calle en el teatro clásico”.
Inventor de una forma nueva de risa, como apunta Georges Forestier al final de su biografía editada por Cátedra –un libro muy recomendable–, Molière utilizó su potencia satírica “al servicio de una comicidad que da materia a la reflexión sobre las pasiones y las locuras humanas”. Temas universales que sobreviven al paso del tiempo: cuatro siglos después, su figura sigue despertando interés y su obra sigue representándose por todo el mundo.
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