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Vida y obra de León Tolstói
La genialidad hecha palabra. Retrató su alma en sus personajes.
02 de agosto de 2024. Estandarte.com
Qué: Vida y obra de León Tolstói
Pocos autores han sido tan estudiados como Tolstói; de pocos hay tantos documentos (cartas, diarios, memorias, recuerdos) que permiten seguir su trayectoria humana y literaria; pocos han recibido la atenta mirada, para bien o para mal, de otros escritores (Chéjov, Gorki, Turguénev…) y pocos han visto su vida retratada por voces tan destacadas como Roland, Cassou, Bunin o Zweig.
Este último autor lo retrata en Lev Tolstói, la revolución interior (Errata Naturae), como un hombre empecinado en encontrar el significado de la vida, torturado por las desigualdades, predecesor de la resistencia pasiva, con un impacto teórico sobre millones de personas superior al que ejercieron Nietzsche o Marx, al punto que lo considera “precursor de la revolución rusa, el auténtico precursor de la revolución del proletariado”. Él, que era un noble, y un terrateniente, él sí que vivió esa auténtica revolución interior que describe Stefan Zweig.
Fue y ha sido objeto de múltiples análisis y, como tantos otros autores (pensamos en su compatriota Dostoievski), retrató su alma en sus personajes, salpicando sus novelas de revelaciones íntimas donde el hombre, sus experiencias y luchas se trasparentan a través del escritor.
Obras a las que quiso otorgar un carácter moralista, objetivo que cumplió pero que se vio superado por la extraordinaria riqueza de su escritura, por su genial estudio psicológico de la realidad y por una mirada prodigiosa a la que nada se escapaba, ni la idea más grande ni el detalle más pequeño.
Tolstói despertaba y sigue despertando pasiones: difícil, contradictorio, idealista, sensible, dominante, en constante lucha entre sus creencias y la vida real, entre ciudad o campo, riqueza o desprendimiento, anarquismo o autoritarismo… En fin, un genio de la palabra, un creador de historias, un retratista de la realidad, que luchó, sin miedo a las consecuencias, por la justicia, la educación de los desposeídos, la paz.
En Lev Tolstói y la música (Ediciones Singulares), su autor, Víctor Gallego, lo califica de atrabiliario y genial y desvela uno de los problemas que marcaron su devenir: “Tolstói, a veces desconcertante e imprevisible, también tenía sus razones y verdades fruto de una evolución personal dolorosa e irrepetible. Su error no consistió tanto en abandonar una forma de vida para abrazar otra, en rechazar unos puntos de vista y convicciones en favor de otros a veces totalmente opuestos, sino en pretender que las personas que lo rodeaban hicieran lo mismo, y además de forma incondicional y con un convencimiento que, en su caso, no podía dejar de ser ficticio o al menos insincero”.
La vida de Lev Nikoláievich Tolstói comenzó en agosto de 1828 en Yásnaia Poliana, una aldea de la provincia de Tula. Fue la suya una familia noble, rica, con propiedades y una numerosa servidumbre, a la que se unían los preceptores encargados de su educación.
Un ambiente y una situación privilegiada que, contra lo que se podría esperar, le fue acercando a los más humildes, a conocer sus penurias y su ignorancia, a luchar por ellos tanto desde el plano teórico como desde el práctico, como lo fue, por ejemplo, la creación de una escuela para los campesinos siguiendo los métodos aprendidos en sus viajes por Europa.
En esa aldea vivió sus primeros años junto a sus cuatro hermanos, hasta que en 1837 se trasladan con su padre a Moscú (la madre murió al dar a luz a la hermana menor). Kazán fue su siguiente destino, la muerte del padre al año siguiente los llevó a vivir en casa de su tío Vladimir Ivanovich Yuskhov. Allí, inició tiempo después estudios de Derecho y Lenguas orientales, vivió una alegre vida de universitario (bailes, conciertos invitaciones…) hasta que, aburrido de estudiar, abandona porque –decía– aquello que enseñaban los profesores le interesaba muy poco.
A partir de ese momento, 1847, Tolstói vive en perenne lucha entre su carácter apasionado y vital y sus deseos de austera moralidad. Moscú, San Petersburgo y su querida Yásnaia Poliana (no en vano este nombre significa “luminoso claro del bosque”), lugar donde más tiempo pasó, van marcando el acontecer de su biografía.
Su paso por el ejército es otro importante hito. En ese periodo participó en la lucha contra los guerrilleros tártaros y en la guerra de Crimea (1853). La experiencia le sirvió para escribir Relatos de Sebastopol (1855) y Los Cosacos (1863). Pero antes ya se había iniciado en la escritura con Infancia, adolescencia y juventud (1852-1856), a la que siguieron La muerte de Iván Ilich (1856) y La felicidad conyugal (1859).
La década de los setenta está marcada por una crisis moral y espiritual que plasma tiempo después en Confesión (1882). Se trata de una obra filosófica en la que plasma su innato deseo de perfección y el recuerdo de lo que fueron aquellos años de desorden. “No puedo recordar aquellos años sin horror, sin asco, sin sufrimiento. He matado hombres en la guerra; he provocado el duelo para matar; he perdido en el juego; he comido el trabajo de los campesinos; los he maltratado; me he hundido en el desorden; he mentido. El engaño, el robo, la lubricidad, la embriaguez, la violencia, la muerte… No hay crimen que no haya cometido. Y por todo esto me elogiaban, me apreciaban, y mis camaradas me consideraban como un hombre relativamente moral. Así he vivido durante diez años” (extracto tomado de la Introducción a las Obras Completas editadas por Aguilar y escrita por Irene y Laura Andresco). Un autorretrato francamente demoledor.
En esos años de crisis, reflexión y búsqueda, León Tolstói escribe una de sus grandes obras, Guerra y paz (1865-1869), un genial retablo de la vida rusa durante la guerra contra Napoleón, un libro inmenso, una historia narrada en capas, donde alterna la vida en la ciudad, las clases sociales, sus numerosísimos personajes, el idealismo, el amor y la tragedia dolorosa del frente.
Un libro para leer con calma, disfrutando de un retrato escrito con una enorme intensidad.
Tiempo después en 1875 comienza a escribir Ana Karenina. Tardó dos años y sus páginas, de letra enrevesada, pasaron una y otra vez por las manos de su mujer y madre de sus trece hijos, Sofía Andréyevevna Behrs, encargada de poner en limpio la historia de amor entre Ana Karenina y Alekséi Kirillovich Vronski. Dos personajes unidos por la pasión, un adulterio, un relato de encuentros y desencuentros entre amantes, que es al mismo tiempo una radiografía de la aristocracia y de la hipocresía que reviste la sociedad. Una novela perfecta, y una imagen, la de un tren, que abre y cierra el círculo de la vida de Ana Karenina.
Resurrección (1899) es la tercera de sus obras cumbre. Habla de la regeneración moral de un noble sin escrúpulos y aborda los profundos cambios a los que se enfrentó Rusia en los difíciles años finales del siglo XIX. La historia de su protagonista, el príncipe Nejliúdov, sirve a Tolstói para reflejar su indignación ante la injusticia y la autocomplaciencia de la nobleza. Arrepentimiento, redención y condena de la violencia son los puntales sobre los que el autor sustenta el entramado de la novela.
Antes, y con el mismo sentido moralizante publicó Sonata a Kreutzer, una novela corta sobre las excelencias de la abstinencia sexual y un retrato exhaustivo de los celos. Fue censurada por las autoridades rusas que la consideraron una obra inmoral.
Cuentos, ensayos, literatura educativa, manuales, obras religiosas y filosóficas completan el enorme acervo de un escritor que abandonó el lujo, se acercó a los campesinos, quiso, pero no pudo, repartir sus propiedades, trabajó como zapatero, y que el 20 de noviembre de 1910, murió de neumonía en la estación de Astápovo, tras escapar de su casa.
Para todos quedan grandes páginas y la imagen de un hombre de larga barba blanca, vestimenta campesina, mirada penetrante e inagotable intensidad vital difícil de abarcar.
Comentarios en estandarte- 1
1 | Luz Maria Mikanos
07-01-2024 - 04:12:07 h
Excelente! Gracias por esta maravillosa reseña