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Orson Scott Card: el autor mormón que se convirtió en el gran superventas
Bestseller de ciencia ficción, inspiró el álbum más exitoso de Iron Maiden.
10 de octubre de 2024. Iván de la Torre
Qué: Biografía de Orson Scott Card
Orson Scott Card (1951) comenzó su carrera escribiendo obras de teatro donde reflejaba su fe mormona, pero al darse cuenta que no podía vivir de esos ingresos decidió probar suerte en la ciencia ficción, un género que lo atraía desde la adolescencia y le permitía seguir hablando de religión.
El escritor confesó: “¿Por qué recurrí a la ciencia ficción en mi narrativa? Creo que fue por la misma razón por la cual mi impulso de escribir teatro se expresaba en historias destinadas al público mormón. Un factor es la posibilidad de lo trascendente. Pero aún más importante —pues el mormonismo no es una religión trascendentalista— es el hecho de que la ciencia ficción, al igual que el mormonismo, ofrecía un vocabulario para racionalizar lo trascendente. Es decir, dentro de la ciencia ficción es posible hallar el sentido de la vida sin recurrir al misterio. Detesto el misterio (aunque me gustan los relatos de misterio); creo que es el nombre con que designamos nuestra decisión de renunciar a comprender. Aprendí de Joseph Smith (creador del mormonismo) a rechazar toda filosofía que nos obligue a tragarnos las paradojas como si fueran profundas; si no tienen sentido, con frecuencia son patrañas. La ciencia ficción me permitía romper las cadenas del realismo y crear mundos donde los temas que me interesaban surgieran con claridad y vigor. La historia se podía contar sin rodeos. Podía ser sobre algo”.
Los personajes centrales de Card suelen ser niños dotados con un don que los hace diferentes y les garantiza un papel central en la sociedad, obligándolos a asumir posiciones de poder y lidiar con las consecuencias, a veces terribles, que generan sus actos.
El primer gran éxito del escritor fue la saga de Ender, que comenzó con un cuento corto que luego se convirtió en novela: “Mi hermano mayor, Bill, estaba en el ejército y acaba de volver de un periodo de servicio en Corea, con lo que tenía el tema en la cabeza. Un día en que mi padre me llevaba a la escuela a través de las tierras bajas del río Provo, en Utah, empecé a imaginarme qué clase de juegos bélicos habría que desarrollar para entrenar a soldados que combatieran en el espacio. Sería inútil hacer entrenamientos sobre el suelo, porque no prepararían para los combates en el entorno tridimensional del espacio, sin gravedad. Ni siquiera tendría sentido entrenarse en aviones, puesto que todavía existe una orientación horizontal al volar dentro de una atmósfera: ir directamente arriba y directamente abajo es muy diferente a ir en línea recta sin referencias. Así que el único lugar en el que los soldados podrían entrenarse para pensar y moverse fácil y naturalmente en un combate espacial sería fuera del campo gravitacional de cualquier planeta. No podría ser en el espacio abierto: así se perderían demasiados reclutas, que escaparían a la deriva durante el juego. Así que tendría que ser una gigantesca sala con un entorno ingrávido, con obstáculos que cambiarían después de cada práctica, de forma que los reclutas pudieran simular una pelea entre naves espaciales o entre las ruinas de una batalla. Imaginé que podrían jugar con pequeños dispositivos láser, vistiendo armaduras corporales que servirían para un doble propósito: protegerles contra el daño en los choques durante las falsas batallas, y también anotar electrónicamente cuando alguien consiguiera un impacto. Ante una herida en la pierna, ésta quedaría inmovilizada; un acierto en la cabeza o el cuerpo congelaría toda la armadura. Pero el supuesto cadáver seguiría a la deriva en la batalla, como un obstáculo adicional o un posible parapeto. Era 1968. No me puse a escribir la historia El juego de Ender hasta 1975. Porque la sala de batalla no era una historia, era sólo una imagen. Tampoco un escenario completo, puesto que los soldados que se entrenaran allí no permanecerían en el lugar 24 horas al día. Era necesario construir todo un universo alrededor de la sala de batalla, y yo era demasiado joven e inexperto para responder a las preguntas que tenía que hacerme. Me las planteé más tarde, en 1975. ¿Quién era el enemigo para el que se les preparaban a combatir? ¿Otros humanos? No, alienígenas… y alienígenas de manual. Monstruos de ojos saltones. Nuestras peores pesadillas, pero en el mundo real. ¿Y quiénes eran los reclutas? No soldados, decidí, sino más bien gente que se entrenaba para pilotar naves espaciales en la batalla. La clave no era aprender a luchar cuerpo a cuerpo, sino más bien cómo moverse de forma rápida y eficiente, cómo planificar, cómo dar y obedecer órdenes, y por encima de todo, cómo pensar tridimensionalmente. Y entonces me hice la pregunta que supuso toda la diferencia. Sabía que, habiéndome perdido con gran placer los combates de Vietnam, no tenía la experiencia necesaria sobre la vida de los hombres en la batalla. Pero… ¿y si no fueran hombres? ¿Y si fueran niños? ¿Y si las naves que pilotaran estuvieran de hecho a miles de millones de kilómetros, y los chicos pensaran que estaban jugando? Ahora tenía un mundo: humanos combatiendo contra invasores alienígenas, con niños a los mandos de la flota. Quedaba mucho trabajo por delante, pero era sencillo llegar a mi personaje principal, el chaval cuyo genio en el combate tridimensional le convertía en la elección ideal para dirigir la flota humana. Dense cuenta, sin embargo, de que yo no tenía ni la semilla de una buena historia de ciencia-ficción hasta que conseguí una idea clara del mundo en el que se desarrollaba la trama”.
Card publicó cuatro libros que cuentan la historia de Ender (El juego de Ender, 1985; La voz de los muertos, 1986; Xenocidio 1991; e Hijos de la mente, 1996) profundizando el lema que inmortalizó Stan Lee en el Hombre araña (“un gran poder implica una gran responsabilidad”), mostrando todos los cuestionamientos que se hace el protagonista y las cargas que debe afrontar por un don que es, al mismo tiempo, una maldición.
El escritor se dio cuenta que le interesaba seguir desarrollando el tema de los niños con poderes extraordinarios y su relación con la sociedad donde viven, pero en otro registro: “Cuando me propuse seguir ese mismo esquema, supe que debía hallar otro modo de que mi héroe infantil fuera excepcional. Con Ender había usado el talento militar. ¿Por qué no el talento musical para mi nuevo protagonista? A partir de allí fue bastante sencillo crear a Ansset, el Pájaro Cantor de Mikal; aunque la trama no imita El juego de Ender, el desarrollo vital del personaje guarda ciertas similitudes”.
Card confesó: “En ese momento supe que podría hacer carrera, no porque hubiera encontrado una fórmula estándar, pues no era así, sino porque había hallado un camino hacia ese lugar recóndito de donde nacen las historias genuinas. Durante mucho tiempo mis narraciones se han originado en la infancia y la adolescencia, quizá porque ése era el papel que mejor comprendía en la vida”.
La segunda gran saga del escritor transcurre en una Norteamérica alternativa y trata sobre un niño llamado Alvin Miller que es séptimo hijo varón de un séptimo hijo varón, lo que le da poderes extraordinarios que le permiten enfrentarse al “Deshacedor”, una entidad que intentará matarlo a lo largo de toda su vida.
La serie está formada por Séptimo hijo (1987), El profeta rojo (1988), Alvin, el aprendiz (1989); Alvin, el oficial (1995); Fuego del corazón (1998); y La ciudad de cristal (2004).
Un dato curioso, dada la tradicional postura religiosa de Card, es que el primero libro de la saga inspiró Seventh Son of a Seventh Son, uno de los discos más exitosos de Iron Maiden: según la leyenda, Steve Harris, bajista y vocalista de la banda británica, quedó tan impactado por las ideas del escritor que desarrolló el concepto de este álbum conceptual que incluye algunas de las canciones más exitosas del grupo como Can I Play with Madness.
Aunque publicó varias novelas individuales excelentes (como la brillante Esperanza del venado, en 1985), Card terminó cediendo a la presión de sus lectores y volvió a las series con La saga del retorno, que retoma uno de los temas más clásicos de la ciencia ficción: el regreso de los humanos a la Tierra tras un exilio de 40 millones de años.
La serie comienza con La memoria de la Tierra (1992) y se prologa con La llamada de la Tierra (1993), Las naves de la Tierra (1994), Retorno a la Tierra (1994) y Nacidos en la Tierra (1995).
Gracias a la inmensa popularidad de su trabajo, el escritor fue invitado a escribir cómics y, entre el 2005 y el 2006, se hizo cargo de Iron Man, uno de los personajes de tebeos más famosos del mundo.
Los últimos años, Card retomó su serie más famosa con títulos como La sombra de Ender (1999); La sombra del Hegemón (2001); Marionetas de la Sombra (2002); La sombra del gigante (2005); Sombras en fuga (2012); y Las sombras viven (2021).
Tras haberse convertido en uno de los autores más exitosos y mejor pagados del mundo, Card reconoció que su popularidad le permite tratar libremente los temas que le importan sin temor a los editores: “Con el correr de los años la religión ha asomado cada vez más en mis trabajos”.
Y agregó: “Creo que la ficción especulativa —en particular la ciencia ficción— constituye el último baluarte americano de la literatura religiosa. Hay que comprender que lo que en la actualidad pasa por literatura religiosa en Estados Unidos es literatura proselitista. Las categorías Religioso, New Age y Ocultismo contienen elementos muy similares: ¿no es maravilloso que nosotros comprendamos la verdad y vivamos acorde con ella, y no es una pena que esos pobres diablos se queden al margen? Sus ficciones (cuando escriben ficciones) son autocomplacientes. No exploran, sino que afirman. Brindan a los lectores un estímulo emocional relacionado con la pertenencia a una fe determinada. Creo que la verdadera literatura religiosa opera de otro modo. Explora la naturaleza del universo y descubre un propósito oculto. Al hallar ese propósito encontramos a Dios, porque en todas las religiones de todos los tiempos, al margen de la descripción externa de Dios o los dioses, la deidad cumple la misma función: Él (o ella, o ellos) es el planificador, el diseñador. Y los seres humanos seguimos ese plan, con o sin nuestro conocimiento o consentimiento (ello depende de nuestra teología). he procurado cada vez más dar a mis personajes una vida religiosa y desbaratar la distorsionada imagen de la religión que es casi universal en las letras americanas contemporáneas”.
Card cerró su confesión con una afirmación muy sincera: “El arte es un diálogo con el público. No hay razones para crear arte excepto para presentarlo a los demás, y lo presentamos a los demás con el propósito de cambiarlos. El mundo debe ser cambiado por lo que yo escriba, decidí, o no vale la pena escribir. No intento persuadir a nadie; quiero lectores, no prosélitos”.
Comentarios en estandarte- 2
1 | Luz María Mikanos
10-07-2024 - 01:49:28 h
Muy pero muy interesante y con detalles que desconocía totalmente! Gracias por este artículo tan completo y detallado.
2 | Ivan
11-07-2024 - 01:53:11 h
Gracias por leerme con tanta atención y fidelidad, querida Luz!