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Luis de Góngora, una poesía renovadora

La vida del gran poeta del Siglo de Oro español.

09 de febrero de 2024. Estandarte.com

Qué: biografía de Luis de Góngora

El rostro que nos viene a la cabeza al pensar en Góngora, el gran poeta del Siglo de Oro, es el que reflejó Velázquez en un óleo pintado en 1622. En él dominan los tonos sombríos. El personaje, por el ceño fruncido y el gesto poco simpático, se nos antoja con un carácter igual de sombrío, un tanto hosco y malhumorado. Pero Góngora no era así.

El poeta cordobés fue una persona vitalista, que dejaba que el placer decidiera sus pasos, según contó el catedrático de Literatura y director de la Cátedra Luis de Góngora de la Universidad de Córdoba, Joaquín Roses, a propósito de la exposición que comisarió en 2012 en la Biblioteca Nacional (Góngora. La estrella inextinguible). “Ese hombre tenía mucho del vitalismo renacentista, del puro placer estético y musical del verso.”

Culto y erudito, dominó la lengua con una expresividad inteligente, exprimió su musicalidad, la hizo brillar, muchas veces desde la opacidad y el desafío del culteranismo y otras elevando la influencia popular. Era capaz de elaborar extravagancias cultistas, de acumular citas y referencias mitológicas, de forzar tropos, de crear burlas inmisericordes, de caricaturizar con su lenguaje satírico.

Renovó la poesía, como bien reconocerían tiempo después los simbolistas franceses y los poetas de la Generación del 27, pero ya en su época hay pruebas de reconocimiento como estas palabras que Cervantes le dedicó allá por 1585 en el Canto de Calíope, incluido en La Galatea: «En don Lüis de Góngora os ofrezco / un vivo raro ingenio sin segundo; / con sus obras me alegro y me enriquezco / no sólo yo, mas todo el ancho mundo...».

Góngora, que nació en Córdoba el 11 de julio de 1561, se dedicó a la poesía desde muy joven. Su tío, Francisco de Góngora, era racionero y, consciente muy pronto del talento de su sobrino, le confirió los beneficios eclesiásticos de la ración catedralicia.

Su vida, según señala la biografía del poeta que publica la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, firmada por Manuel Gahete Jurado (Instituto de Estudios Gongorinos de la Real Academia de Córdoba), estuvo marcada por un constante ejercicio entre su condición de racionero y sus aspiraciones mundanas.También fue su tío quien impulsó que, tras haber estudiado en el colegio de la Compañía de Jesús de Córdoba, se matriculase en Cánones en Salamanca. Allí poco estudió, pero empezó a forjar su carrera literaria.

Góngora alternaba la poesía con sus obligaciones de racionero. Estas le permitían realizar continuos viajes –que dejarían poso en su obra– a comisiones del Cabildo (Palencia, Madrid, Salamanca, Cuenca, Valladolid); en ellos se relacionaba con obispos, personajes nobles y, como otros escritores, frecuentaba la corte, que le atraía, pero que le deparó muchas decepciones. “Tuvo aspiraciones cortesanas, pero era disidente y se burlaba de los grandes conceptos, y reivindicaba el arte y la perfección estética...

Se sabía poseedor de una fuerza secreta, que se basaba en el uso de la inteligencia verbal”, según Joaquín Roses. Su deseo de ocupar un lugar de privilegio y contar con prerrogativas, le animaron a ir en busca de mecenas, labor en la que no tuvo mucho éxito a pesar de que con su poesía exaltaba las virtudes de aquellos a los que necesitaba (entre sus sonetos hay varios dedicados al marqués de Ayamonte).

Ganó tiempo y libertad para escribir al nombrar a un sobrino suyo coadjutor de su ración en 1611. Es una época muy fructífera literariamente: entre 1612 y 1613 trabaja en la Fábula de Polifemo y Galatea y en Soledades, y en 1617 se edita el Panegírico al Duque de Lerma. Considerados sus poemas mayores, Gahete Jurado los describe, en la Biblioteca Virtual de Cervantes, como “los tres poemas centrales del gongorismo. Un triángulo con tres vértices: El Polifemo mira hacia la antigüedad grecolatina; las Soledades, hacia la belleza natural y la expresión del sentimiento amoroso; el Panegírico corresponde a la poesía cortesana y suntuaria”.

Con el Panegírico confiaba en ganar los favores del aristócrata. Y, efectivamente, de vuelta a la corte, Felipe III, por indicación del duque de Lerma (primer ministro y valido del monarca), le concedió una capellanía real, para lo que se ordenó sacerdote. Lerma y Rodrigo Calderón –protector del poeta y al que llamaban valido del valido–, perdieron el favor del rey, mientras las deudas del poeta, que llevaba una vida acomodada que no podía permitirse y había repartido entre sus sobrinos sus cargos eclesiásticos, se multiplicaban. En 1621, Felipe IV subió al trono; Rodrigo Calderón fue ejecutado y el poeta buscó el favor del nuevo favorito, el conde duque de Olivares, que sin negarle su apoyo tampoco llegó a ayudarle.

Regresó a Córdoba enfermo de esclerosis vascular, donde murió el 23 de mayo de 1627. Dejaba una obra lírica tan extensa como importante con romances, letrillas, canciones, sonetos…, los citados poemas mayores, además de dos comedias y 124 cartas. Joaquín Roses, que considera que Góngora es, junto a Averroes, el cordobés más influyente de todos los tiempos, dijo de él que, “escondido en las bibliotecas, hace más luminosa y profunda a la humanidad”.

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