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Los mejores poemas de Antonio Machado

Poesías de elogio a grandes figuras de las letras.

16 de marzo de 2024. Estandarte.com

Qué: Selección de poesías de Antonio Machado Autor: Antonio Machado

Los mejores poemas de Antonio Machado Antonio Machado (Sevilla, 1875-Colliure, Francia, 1939) nos dejó un inigualable legado tanto en prosa con obras como Juan de Mairena (Cátedra) como, sobre todo, en poesía: Soledades, Galerías y otros caminos; Campos de Castilla o Nuevas canciones... Leer a Machado es sumergirse en belleza, ritmo, nostalgia; en sueños de infancia, paisajes, dolor, España…Cada poema, cada canto, cada elegía ahonda en sonidos de profunda plenitud. Todo es perfecto, tanto que es tarea imposible elegir una, dos, diez poesías, quizás por eso y para dar un giro diferente a nuestra selección, hemos optado por poemas, hechos de breves pinceladas, en los que dibuja el alma y el hacer de grandes figuras de las letras que alzaron nuestra lengua a cotas difíciles de superar.

A la muerte de Rubén Darío

Si era toda en tu verso la armonía del mundo
¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,
corazón asombrado de la música astral,
¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno
y con las nuevas rosas triunfante volverás?
¿Te han herido buscando la soñada Florida,
la fuente de la eterna juventud, capitán?
Que en esta lengua madre la clara historia quede;
corazones de todas las Españas, llorad.
Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro,
esta nueva nos vino atravesando el mar.
Pongamos, españoles, en un severo mármol
su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:
Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo;
Nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.

A Juan Ramón Jiménez
Por su libro Arias tristes

Era una noche del mes
de mayo, azul y serena.
Sobre el agudo ciprés
brillaba la luna llena,

iluminando la fuente
en donde el agua surtía
sollozando intermitente.
Sólo la fuente se oía.

Después, se escuchó el acento
de un oculto ruiseñor.
Quebró una racha de viento
la curva del surtidor.

Y una dulce melodía
vagó por todo el jardín:
entre los mirtos tañía
un músico su violín.

Era un acorde lamento
de juventud y de amor
para la luna y el viento,
el agua y el ruiseñor.

“El jardín tiene una fuente
y la fuente una quimera…”
Cantaba una voz doliente,
Alma de primavera.

Calló la voz y el violín
apagó su melodía.
Quedó la melancolía
vagando por el jardín.
Sólo la fuente se oía.

Pío Baroja

En Londres o Madrid, Ginebra o Roma,
ha sorprendido, ingenuo paseante,
el mismo
taedium vitae en vario idioma,
en múltiple careto igual semblante.

Atrás las manos enlazadas lleva,
y hacia tierra, al pasear se inclina;
todo el mundo a su paso es senda nueva,
camino por desmonte o por rüina.

Dio, aunque tardío, el siglo diecinueve
un ascua de fuego al gran Baroja,
y otro siglo, al nacer, guerra le mueve,

que enceniza su cara pelirroja.
De la rosa romántica, en la nieve,
él ha visto caer la última hoja.

Azorín

La roja tierra del trigal de fuego,
y del hablar florido la fragancia,
y el lindo cáliz de azafrán manchego
amó, sin mengua de la lis de Francia.

¿Cuya es la doble faz, candor y hastío,
y su trémula voz y el gesto llano,
y esa noble apariencia de hombre frío
que corrige la fiebre de la mano?

No le pongáis, al fondo, la espesura
de aborrascado monte o selva huraña,
sino, en la luz de una mañana pura,

lueñe espuma de piedra, la montaña,
y el diminuto pueblo en la llanura,
¡la aguda torre en el azul de España!

Ramón Pérez de Ayala

Lo recuerdo… Un pintor me lo retrata
no en el lino, en el tiempo. Rostro enjuto,
sobre el rojo manchón de la corbata
bajo el amplio sombrero; resoluto

el ademán, y el gesto petulante
–un si es no es– de mayorazgo en corte;
de bachelor en Oxford o estudiante
en Salamanca, señoril el porte.

Gran poeta, el pacífico sendero
Cantó que lleva a la asturiana aldea;
el mar polisonoro y el sol de Homero

le dieron mucho ritmo, clara idea;
su innúmero camino el mar ibero;
su propio navegar, propia
Odisea.

A Don Ramón del Valle-Inclán

Yo era en mis sueños, Don Ramón, viajero
del áspero camino, y tú, Caronte
de ojos de llama, el fúnebre barquero
de las revueltas aguas de Aqueronte.

Plúrima barba al pecho te caía.
–yo quise ver tu manquedad en vano–.
Sobre la negra barca aparecía
tu verde senectud de dios pagano.

Habla, dijiste, y yo: Cantar quisiera
loor de tu Don Juan y tu paisaje,
en esta hora de verdad sincera.

Porque faltó mi voz en tu homenaje,
permite que en la pálida ribera
te pague en áureo verso mi barcaje.

Soledades a un maestro

I
No es profesor de energía
Francisco A. de Icaza,
sino de melancolía

II
De su raza vieja
tiene la palabra corta,
honda la sentencia.

III
Como el olivar
mucho fruto lleva
poca sombra da.

IV
En su claro verso
se canta y medita
sin grito ni ceño.

V
Y en perfecto ritmo
–así a la vera del agua
el doble chopo del río–.

VI
Sus cantares llevan
agua de remanso,
que parece quieta.

Y que no lo está;
mas no tiene prisa
por ir a la mar.

VII
Tienen sus canciones
aromas y acíbar
de viejos amores.

y del indio sol
madurez de fruta
de rico sabor.

VIII
Francisco A. de Icaza,
de la España vieja
y de Nueva España,

que en áureo centén
se grabe su lira
y tu perfil de virrey.

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