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Gloria Fuertes, la poeta sin límites de edad
Biografía de la poeta que hizo de la escritura una herramienta social.
14 de julio de 2024. Estandarte.com
Qué: Vida y obras de la poetisa Gloria Fuertes
Gloria Fuertes nació en Madrid
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre
que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada
alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
a los catorce me pilló la guerra;
a los quince se murió mi madre
–se fue cuando más falta me hacía–. […].
Así comienza uno de los poemas autobiográficos que firmó esta madrileña a la que tantos recuerdan por su poesía para niños y pocos por la dedicada a adultos. Nació el 28 de julio de 1917 en una familia más bien pobre, en la que no se sintió muy querida: llegó a decir que de mayor quería ser huérfana y reconoció que sentía envidia de su hermano Angelín (que murió con solo seis años): “Casi le odiaba, porque le querían un poco y a mí nada”.
No fue buena estudiante y la mayoría de las amistades de su infancia eran fruto de su imaginación –entre ellas, la Coleta que se colaría como personaje en sus libros infantiles–. Empezó a escribir muy pronto; a los cinco años ya ilustraba sus propios cuentos y se los leía a otros niños. A los catorce dejó la escuela. Una noche que acompañaba y ayudaba a su madre en la limpieza de la redacción de Lecturas (entonces, de carácter cultural) dejó en la mesa del director el poema Niñez, juventud, vejez. Una semana después, lo vería en la revista.
Publicó durante toda su vida hasta la saciedad, pero al principio tuvo que compatibilizar la escritura con otros trabajos que le permitieran comer. Para ella el poeta debía ser útil y necesario, y servir a la humanidad. “Y así, trabajando sin cesar en diferentes oficios (y sin dejar de escribir un solo día poesía) pasé en 1939 de la oficina de hacer cuentas a una redacción para hacer cuentos”.
La guerra civil, en la que perdió a sus dos primeros novios, la marcó profundamente y en muchos de sus escritos se aprecia esa huella: “Los niños en las guerras / sin jugar pierden. / Pierden la vida. / Y los pocos que quedamos, / perdimos la alegría. / Por las calles de Madrid.” (Los niños castigados sin jugar). Tras la contienda comienza su colaboración con revistas infantiles Flechas y Pelayos, Chicas y Chiquitito o el suplemento infantil Maravillas para el que escribía cuentos, historietas y poesías hasta 1955, y gracias al que conoció al poeta Carlos Edmundo de Ory en 1942. Amigo primero y novio después, la introdujo en el postismo, un movimiento literario definido por sus seguidores como un culto al disparate. “Fui surrealista, sin haber leído a ningún surrealista; después aposta, ‘postista’ –la única mujer que pertenecía al efímero grupo de Carlos Edmundo de Ory, Chicharro y Sernesi–. La postista que irremediablemente iba para modista, modista de un importante taller (mi madre se encargó de ello), modista o niñera, se reveló por primera vez; yo no quería servir a nadie, si acaso a todos”. Y es que años atrás, cuando solo tenía dieciséis, su madre la había matriculado en la Escuela Profesional de la Mujer, donde le tocó aprender cocina, bordado, puericultura…, además de gramática y literatura. ¿Sería esto último una concesión de la madre a la afición de su hija? Desde luego Gloria nunca sintió su apoyo en lo referente a la escritura ni comprensión por su gusto por deportes como el hockey, considerado poco femenino. Probablemente a su madre –si hubiera vivido más allá de la adolescencia de Gloria– tampoco le hubiera hecho gracia su corte de pelo a lo chico, que llevara corbata o que anduviera por Madrid conduciendo una Vespa.
En 1947 obtuvo el primer premio de Letras para Canciones de Radio Nacional de España y empezó a recitar poemas en la radio. Cada vez era más conocida. En esa época fundó con María Dolores de Pablos y Adelaida las Santas el grupo Versos con Faldas que no lo tuvo nada fácil para reivindicar la autoría femenina de tantas poetas, pero abrió un importante camino.
En 1955 se matriculó en biblioteconomía e inglés en el Instituto Internacional. Allí se enamoró de la directora, Phyllis Turnbull, que también era su tutora de inglés y se convirtió en el gran amor de su vida, con quien compartió una intensa vida social rodeada de escritores y académicos y la creación de una Biblioteca Infantil Ambulante, una de las tantas iniciativas con las que a lo largo de su vida Gloria Fuertes acercó la literatura a la infancia.
En el 61 obtuvo una beca Fullbright y se fue a Pensilvania a trabajar como profesora de literatura española. Se ganaba a sus alumnos como lo hacía con el público que acudía a escucharla leer sus poesías (con su voz “cascada rota” como ella misma la describía) o los lectores que devoraban sus innumerables publicaciones. Fue increíblemente prolífica, y aunque en un momento dado su literatura infantil eclipsó a la adulta y social, ella nunca abandonó esta última. El dramaturgo Francisco Nieva, amigo de Fuertes, dijo de la obra de nuestra protagonista: “Es muy buena poesía y por eso es ambigua. Y por eso en las situaciones cómicas están como dibujadas sobre una alfombra de diseño grotesco y trágico” (La mitad invisible, 27 de octubre de 2012, TVE2).
De vuelta a España en 1964, enseñó español a americanos; seguía escribiendo, reuniéndose con poetas y artistas y acudiendo a recitales (los que más le gustaban eran los que le permitían tener un contacto cercano con los oyentes).
En 1971 murió Phyllis Turnbull y Fuertes sintió que su vida se rompía. Su dolor se plasma en Sola en la Sala, un libro de 1973 del que tomamos este poema, ¿Seguir?, ¿No seguir?: “¿Cómo creéis que estoy? / Desolada sin sol / en tinieblas con cierta claridad / arañada sin arañas / muy madura para no sé qué. / He aquí el dilema: ¿Seguir? ¿No seguir?”.
Dos reconocimientos, el Diploma de Honor del Premio Internacional de Literatura Infantil Hans Christian Andersen por Cangura para todo y la concesión en 1972 de la beca de la Fundación Juan March para Literatura Infantil le permiten dedicarse por completo a la literatura sin necesidad del complemento de otros trabajos. A mediados de los setenta empezó a aparecer en la televisión y aquellos “un globo, dos globos, tres globos, la luna es un globo que se me escapó” terminaron de coronarla definitivamente como la poeta de los niños. Según cuenta el escritor Jorge de Cascante en su estupenda edición de El libro de Gloria Fuertes Antología de poemas y vida (Blackie Books, 2017), por entonces “siente la necesidad de guardar su intimidad, en parte para que no se la invadan y en parte para no alarmar a los padres de los niños que compran sus libros”. ¿Demasiado tabaco, demasiado güisqui o, quizás, demasiada soledad?
“Mi obra, en general, es muy autobiográfica. Reconozco que soy muy Yoísta, quizá –incluso– muy Glorista”, escribió Gloria Fuertes. Nada mejor que sumergirse en sus poemas para conocerla y reconocer ese yoísmo que ella definió como expansivo, y es que su poesía tenía vocación generosa: “Solo quiero darme a entender, emocionar o mejorar con aquello que a mí me ha emocionado o mejorado antes de escribirlo; o más todavía: gritar a los sordos, hacer hablar a los mudos, alegrar a los tristes, poner mi verso en el hombro de los enamorados, hacer pensar a los demasiado frívolos, describir la belleza a los ciegos de espíritu, amonestar a los injustos, divertir a los niños; esto es lo que quiero y a veces consigo” (Gloria Fuertes, prólogo de Obras incompletas, Cátedra). El humor fue uno de los recursos que utilizó para llegar a todos (no solo, como ella decía, “a cuatro intelectuales, liricoides, técnicos-críticos, fríos o ñoños”). Otra herramienta fue hacer de poeta de guardia en la revista Discóbolo. Murió el 27 de noviembre de 1998, apenas tres meses después de que le detectaran cáncer de pulmón. En su tumba se la recuerda, precisamente, como Poeta de guardia y con un fragmento de uno de sus poemas: “Creo que ya lo he dicho todo, que ya todo lo amé.”
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