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Garcilaso de la Vega: el poeta renacentista
La intensa vida de un poeta innovador del Renacimiento.
08 de octubre de 2024. Estandarte.com
Qué: La biografía de Garcilaso de la Vega
Hablar de Garcilaso de la Vega es hablar de Renacimiento, de una nueva manera de componer versos, del nacimiento de la poesía moderna, del estilo italiano, de cambios en la métrica y en los contenidos, de lenguaje natural, de humanismo, de naturaleza, de amor, de lucha…
Con su obra, corta pero fundamental para la literatura, Garcilaso de la Vega trazó un camino creativo que luego siguieron y admiraron autores como Lope de Vega, Cervantes o, ya en el siglo XX, Rafael Alberti que, al recordarle, escribe estos versos con evidente admiración: “Si Garcilaso volviera, / yo sería su escudero; /que buen caballero era. /Mi traje de marinero / se trocaría en guerrera / ante el brillar de su acero; / que buen caballero era. / ¡Qué dulce oírle, guerrero, / al borde de su estribera! / En la mano, mi sombrero; /que buen caballero era.”
Garcilaso de la Vega nació en Toledo hacia 1501 (no hay acuerdo en la fecha, aunque esta parece ser la más probable). Sus padres, Pedro Suárez de Figueroa –nombre que más tarde cambiaría por el de un antepasado llamado Garcilaso de la Vega– y Sancha de Guzmán, provenían de familias ilustres, ambos al servicio de los Reyes Católicos, bien relacionados y emparentadas con miembros de la nobleza como el Marqués Santillana, primer introductor del soneto en España.
Su educación fue la usual de su medio y de su tiempo. Era un gran lector, un hombre inquieto, un humanista que sabía griego, latín, italiano, francés, que practicaba esgrima y tocaba instrumentos como la cítara, el arpa o el laúd. En resumen, un renacentista de los pies a la cabeza, hijo de una época de gran esplendor, en una España plena de poder político, militar y cultural, en un siglo, el de Oro, que llenó de gloria la pintura, la arquitectura, la escultura, la narrativa y la lírica.
Escribió poco, murió joven y entró temprano al servicio del rey, un hecho que, como cuenta Mariano Calvo en la web promovida por la Asociación de Amigos de Garcilaso de la Vega (garcilaso.org), marcó su trayectoria vital: “Una primera circunstancia determinó su futuro: Nació segundón, en el seno de una familia de la mediana aristocracia castellana, y, al uso de la época, sus padres organizaron su destino orientándolo hacia el servicio del rey. Su vida parecía abocada a brillar en una corte refinada como correspondía a la época del esplendor renacentista; pero sobre su existencia gravitará determinantemente la personalidad militarista e itinerante de Carlos V, menos humanista que soldado, que arrastró la biografía de nuestro poeta por los campos de batalla, persiguiendo un sueño de imperio al que Garcilaso terminará sacrificando su vida.”
Como miembro de la guardia noble del rey, luchó contra los comuneros, entre los que se encontraba su hermano Pedro Laso; participó en la expedición a Rodas, y en la guerra de Navarra contra Francia y en la toma de Túnez; viajó como enviado por España, Francia e Italia; acompañó al rey en su coronación como Emperador del Sacro Imperio; sufrió destierro en una isla del Danubio, para, después de conseguir el perdón, trasladarse a Nápoles con el virrey Don Pedro de Toledo… Finalmente, tras ser herido al escalar la torre de Le Muy (Provenza) defendida por los franceses, murió en Niza en 1536.
En ese tiempo gozó, con algún altibajo, del favor del rey y de la protección del Duque de Alba; tuvo un hijo ilegítimo, Lorenzo, al que reconoció en su testamento; se casó con Elena de Zúñiga, dama de honor de Doña Leonor, hermana de Carlos I; conoció y se enamoró de Isabel Freyre, un amor no correspondido, que inspiró parte de su obra lírica.
Beatriz de Sá, Magdalena de Guzmán, Guiomar Carrillo, madre de Lorenzo, formaron también parte de sus sueños amorosos y, como muchos estudiosos afirman, de sus poemas, pero esto no es lo más destacado, ya que, como escribe José María Ferri en la presentación de la biografía de Garcilaso de la Vega (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes): “Aunque se ha tendido a leer su obra en clave autobiográfica, y se ha intentado vestir de carne y hueso a los pastores de sus églogas, no importa tanto el que la materia poetizada fuera vivida realmente por el poeta, como el valor artístico de su poesía, y la influencia que ésta ejerció en la literatura del Siglo de Oro.”
Como hombre de letras, Garcilaso alcanza unas cotas altísimas que revolucionan la forma de ver y expresar la poesía. Estimulado por su amigo Juan Boscán que le anima a volver los ojos hacia poetas italianos (Petrarca, Sannazaro, Ariosto…), entra fascinado en ese mundo, se enamora de sus formas e ideas, las traslada a su escritura y las acerca al español.
Si bien en su juventud practicó la poesía de su tiempo, su aproximación a las formas y contenidos renacentistas se tradujo en el abandono de la artificiosidad y los juegos de palabras para adoptar un tono íntimo, de emociones sinceras, que trata de enseñar sentimientos y no de deslumbrar con grandes frases. Esas lecturas italianas le ayudaron a comprender la importancia que metros y estrofas tienen a la hora de dotar de naturalidad los versos.
Con él los endecasílabos –combinados a veces con heptasílabos– sustituyen a los octosílabos y dodecasílabos que imperaban en la Edad Media; con él se asientan definitivamente diversas estrofas como el soneto, la lira, la estancia o los tercetos encadenados y con él se asiste a un gran cambio de los temas: al amor, siempre presente, se suman la naturaleza idílica, la mitología, la ausencia, el paso del tiempo…, cantado con la musicalidad que proporcionan su estilo rítmico y con el uso de un lenguaje claro, equilibrado y espontáneo que no duda en incorporar los cambios fonéticos y las nuevas palabras que empiezan a aparecer en la lengua castellana, consiguiendo, así, una lectura más accesible.
Su producción literaria (no vio la luz hasta después de su muerte, cuando en 1543 la viuda de Boscán imprimió la obra de ambos en un solo volumen), se concreta en tres églogas (poemas bucólicos donde los pastores cuentan sus penas de amor); dos elegías (forma de lamento por la pérdida de una vida, un sueño, un amor) dedicadas una al Duque de Alba con motivo de la muerte de su hermano, y la otra a Boscán contándole sus tristezas; treinta y ocho sonetos (poemas formados por catorce versos divididos en cuatro estrofas, que marcarían la inspiración de la poesía hasta nuestros días), cuatro canciones, y la Oda a la flor de Gnido, un poema en cuyo primer verso aparece la palabra lira que da nombre a la nueva estrofa, una forma que él usó una sola vez pero que estuvo muy presente y con gran maestría en la poesía de Fray Luis de León y de San Juan de la Cruz.
Terminamos con un soneto, el XXXVIII, que refleja el amor, tristeza y el desasosiego de la pérdida.
Estoy continuo en lágrimas bañado,
rompiendo el aire siempre con sospiros;
y más me duele el no osar deciros
que he llegado por vos a tal estado;
que viéndome do estoy, y lo que he andado
por el camino estrecho de seguiros,
si me quiero tornar para huiros,
desmayo, viendo atrás lo que he dejado;
y si quiero subir a la alta cumbre,
a cada paso espántanme en la vía,
ejemplos tristes de los que han caído.
sobre todo, me falta ya la lumbre
de la esperanza, con que andar solía
por la oscura región de vuestro olvido.
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