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J. G. Ballard: el autor que sobrevivió a un campo de concentración japonés
Escandalizó a la familia Kennedy e inspiró la mejor película de Steven Spielberg.
06 de noviembre de 2024. Iván de la Torre
Qué: Biografía de J. G. Ballard
James Graham Ballard (1930- 2009) nació en Shanghái, donde su padre ocupaba un importante trabajo al frente de una fábrica textil.
En 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército japonés invadió China y fue encerrado, junto a su familia, en un campo de concentración: esa experiencia sería fundamental para su vida y las imágenes que le tocó contemplar (“las piscinas vacías, los hoteles y clubes abandonados, las pistas de aterrizajes desiertas y los ríos desbordados”) aparecen retratadas en gran parte de su obra, incluyendo una de sus mejores novelas: El imperio del sol, que cuatro décadas después llevaría al cine Steven Spielberg.
En 1946, Ballard fue liberado y, junto a su madre y su hermana, regresó a Inglaterra, donde, tras terminar la secundaria, trabajó como periodista, portero y vendedor callejero de enciclopedias antes de sumarse a las Fuerzas Aéreas Británicas como aspirante a piloto.
Mientras se encontraba en una base militar de Canadá, descubrió las revistas de ciencia ficción norteamericanas y, aunque no le gustó el tipo de relatos que publicaban, decidió que eran un vehículo perfecto para la clase de historias que le interesaba contar, donde se mezclaba su pasión por el surrealismo, su visión del “futuro próximo” y la idea de que era hora de investigar como el espacio interior del hombre se vería afectado por los cambios que sufría el mundo.
“Hasta entonces yo había leído muy poca ciencia ficción, aparte de las historietas de Buck Rogers y Flash Gordon de mi infancia en Shanghái. A mediados de los cincuenta, había unas veinte revistas de ciencia ficción comerciales que se vendían mensualmente en Estados Unidos y Canadá. Algunas, como Astounding, la primera en el sector tanto a nivel de ventas como de prestigio, estaban dedicadas profusamente a los viajes espaciales. Como precursoras de Star Trek, describían un universo colonizado por el imperio de Estados Unidos y convertido en un infierno de alegría y optimismo, habitado por vendedoras de Avon con trajes espaciales. Por suerte, había otras revistas como Galaxy y Fantasy & Science Fiction cuyos relatos se desarrollaban en el presente o en un futuro muy próximo, extrapolando los peligros de una televisión pública sumisa, la publicidad y el panorama mediático norteamericano. Me fijé en ellos y empecé a devorarlos. Advertí que allí había un tipo de literatura que valoraba mucho la originalidad y concedía una gran libertad a sus autores. Mi carrera de escritor se hallaba a punto de comenzar”.
Entre 1956 y 1962, Ballard publicó sus primeros cuentos que ya muestran un estilo completamente original, alejado de toda la ficción que se escribía en ese momento, en una prosa tan densa como precisa que permite crear un clima original, que hace imposible abandonar la lectura.
Rodrigo Fresán lo explicó muy bien: “Nada sobra, pero, tampoco, nada falta. Leer a Ballard es una experiencia extraña, diferente. La textura cromada de su estilo (inseparable de las casi gélidas maneras en que sus héroes y heroínas se aman o se odian o se matan o, simplemente, se contemplan) convierte a sus libros en lugares extraños y al mismo tiempo reconocibles. Un idioma cercano y lejano al mismo tiempo para comunicar ideas a años luz de las nuestras y, al mismo tiempo, tan próximas”.
En esa primera etapa destacan relatos opresivos y, al mismo tiempo, luminosos, como Ciudad de concentración, La zona de espera, Cronópolis y, especialmente, Las voces del tiempo, donde se produce una pandemia que obliga a la gente a dormir cada vez más horas, hasta que llegue el momento en que no despertarán jamás: «El letargo y la inercia mitigaban sus ansiedades, y un metabolismo cada vez más lento lo obligaba a concentrarse para producir una secuencia de pensamientos ordenada. De hecho, los intervalos cada vez más largos de sueño sin sueños eran casi tranquilizadores. Se dio cuenta de que los esperaba, y no hacía ningún esfuerzo especial para despertar antes de lo que era esencial».
Gracias al éxito de estos cuentos, que deslumbraron incluso al exigente Alfred Bester, Ballard publicó sus primeras cuatro novelas, conocidas como la Tetralogía del desastre, que muestran al planeta asolado por distintas catástrofes (el viento, el agua, la sequía y la cristalización), pero, a diferencia del enfoque tradicional, estas historias muestran a hombres y mujeres que abrazan el cambio, en vez de huir de él.
La serie está formada por El viento de ninguna parte (1962), El mundo sumergido (1963), La sequía (1965) y El mundo de cristal (1966).
El estilo de Ballard, cada vez más preciso, le permite describir, con una combinación de realismo y fantasía, todo lo que ocurre, sin perder la credibilidad del lector: «El proceso de cristalización había avanzado más. Las cercas al lado de la carretera estaban tan cubiertas de costras que formaban una empalizada continua; a los lados de las estacas había una escarcha blanca de por lo menos quince centímetros de espesor. Las pocas casas que se veían entre los árboles relucían como pasteles de boda, las chimeneas y los techos blancos transformados en minaretes exóticos y cúpulas barrocas. En un prado de espuelas de cristal verde, el triciclo de un niño centelleaba como una joya de Fabergé, las ruedas adornadas con brillantes coronas de jaspe.» (El mundo de cristal).
Paralelamente a estos trabajos, Ballard escribe una serie de relatos (Pasaporte a la eternidad, La jaula de arena, Las torres de observación, El hombre subliminal, Problema de reingreso, Las tumbas del tiempo, La tarde repentina y Playa terminal) donde aparecen esbozadas las grandes ideas que luego desarrollará en sus novelas.
Ese primer periodo termina con La exhibición de atrocidades (1970), una serie de cuentos interconectados que muestran, de manera drástica, la forma en que Ballard evalúa los años sesenta.
El escritor confesó: “Estaba intentando construir una lógica imaginativa que diera sentido a la muerte de mi mujer y demostrara que el asesinato del presidente Kennedy y las incontables muertes de la Segunda Guerra Mundial habían merecido la pena o incluso habían sido importantes de algún modo desconocido. El asesinato de Kennedy lo presidía todo, un acontecimiento presentado en términos sensacionalistas por el nuevo medio televisivo. Para mí, el asesinato de Kennedy fue el catalizador que encendió la década de los sesenta. La exhibición de atrocidades pronosticaba una fusión de ciencia y pornografía para el futuro próximo”.
El asesinato de John Fitzgerald Kennedy considerado como una carrera de automóviles cuesta abajo es, posiblemente, el relato más famoso del libro, y muestra la habilidad de Ballard para combinar un tono de narración desapasionado con un tema absolutamente perturbador, una mezcla que aparecería en todos sus libros posteriores: «Oswald fue quien dio la señal de partida. Desde la ventana que dominaba la pista disparó el arma indicando la iniciación de la carrera. Se cree que no todos los conductores oyeron el disparo. En la confusión subsiguiente, Oswald disparó dos veces más, pero la carrera ya había comenzado».
Ballard: reinvención y más escándalo
Ballard dedicó la primera mitad de los años setenta a una trilogía urbana que potenció su imagen de autor independiente y provocador, especialmente con el primer título de su nueva serie, Crash (1972), que habla sobre el choque de autos como pulsión erótica, con un hombre que sueña con estrellar su vehículo con el de Elizabeth Taylor para morir en un “éxtasis de agonía”.
Ballard explicó: “La imagen clave del siglo XX es el hombre y su auto. Resume todo. Los elementos de velocidad, drama, agresión, la unión de la publicidad y el consumo con el paisaje tecnológico, la violencia y el deseo, el poder y la energía. Está teniendo lugar la muerte de la emoción, o de cualquier respuesta emotiva. Esperemos que en el futuro nazca un nuevo tipo de afecto, pero de cualquier manera creo que va a ser un afecto emparentado con las máquinas”.
Las otras dos novelas que forman parte de esta trilogía urbana son La isla de cemento (1974), sobre un arquitecto de treinta y cinco años llamado Robert Maitland que sufre un accidente en la autopista y queda atrapado entre inmensas autopistas, sobreviviendo en base a los restos de comida que arrojan otros conductores («Vio que el accidente lo había arrojado a una pequeña isla entre tres autopistas convergentes, un triángulo de unos doscientos metros de largo. El tránsito avanzaba hacia el oeste por los carriles del camino de acceso, pero los parapetos metálicos impedían que los conductores vieran la isla»); y Rascacielos (1975) sobre la guerra de clases que se inicia en un complejo habitacional y termina en masacre y canibalismo (“Más tarde, mientras estaba sentado en el balcón, comiéndose el perro, el doctor Robert Laing recordó otra vez los hechos insólitos que habían ocurrido en este enorme edificio de apartamentos en los tres últimos meses”).
Ballard continuó esa vertiente provocadora en sus siguientes libros, especialmente en Hola, América (1981), una visión paródica de Norteamérica que se permite jugar con grandes íconos culturales como Las Vegas.
Para sorpresa de sus lectores, el escritor publicó en 1986 su novela más tradicional, El imperio del sol, donde narra cómo fue su adolescencia en un campo de concentración japonés; el libro, llevado al cine por Steven Spielberg y protagonizado por un jovencísimo Christian Bale, le permitió conectar a Ballard con millones de lectores que nunca habían oído de él.
J. G. Ballard y los rostros orgullosamente iluminados por las llamas
En la década del 90, Ballard volvió a reinventarse con una serie de obras que usan el policial negro para reflexionar sobre los efectos que la sociedad de consumo tiene sobre las personas, ofreciéndoles fantasías irresponsables mientras potencia y, al mismo tiempo, reprime sus instintos más violentos.
El escritor explicó: “La clase media es el nuevo proletariado, empobrecida espiritual y económicamente por el precio de la propiedad, la compulsión a vivir en una constante competencia contra todo y las mensualidades de los colegios, que, finalmente, nos han equipado con una educación que, a la hora de la verdad, no sirve para gran cosa... Los privilegios tradicionales de la clase media han desaparecido. Medio siglo atrás, un título universitario te garantizaba un buen trabajo y cierto estándar de vida. Eso ya no es así. Ahora, los profesionales de la clase media son prácticamente empujados a un retiro temprano y ‘voluntario’; y las encuestas no hacen más que advertirnos acerca de una creciente atmósfera de descontento. El planeta entero está siendo suburbanizado... Nos acercamos a un punto de máxima presión... Y pensar que la clase media no es capaz de abrazar la violencia como way of life es un mito a punto de ser desmentido. Ya lo está siendo. Alcanza con contemplar lo que ocurre en esas manifestaciones por los derechos de los animales o contra el G8. Mucha gente parece complacida por el hecho de que no vivamos tiempos... heroicos; yo no estoy tan seguro de eso sea bueno... Tengo alguna esperanza de que se avecine la hora de organizar algún tipo de rebelión... En cualquier caso, lo aclaro, yo soy un novelista; lo que equivale a ser una persona poco peligrosa para el statu quo. Al menos, por ahora... Después de todo, ¿qué puede saber un novelista?”
Así, aparecen las últimas grandes novelas de Ballard: Noches de cocaína (1996), Fuga al paraíso (1996), Super-Cannes (2000), Milenio negro (2003); y Bienvenidos a Metro-Center (2006).
En estas obras, el escritor se muestra más provocador y preciso que nunca, combinando, una vez más, un lenguaje sumamente preciso con un escenario brutal, para hacer creíble lo increíble: «Eché a andar por Beaufort Avenue, la calle principal de la urbanización. Allí había empezado la revolución de la clase media: no el alzamiento de un proletariado desesperado, sino la rebelión de la educada clase profesional que era la flor y nata de la sociedad. En esas calles silenciosas, escenario de incontables banquetes, cirujanos y agentes de seguros, arquitectos y directores de la Seguridad Social habían construido sus barricadas y habían volcado sus coches para impedir el paso de los bomberos y los equipos de rescate que trataban de salvarlos. Rechazaban toda oferta de ayuda, negándose a exteriorizar sus verdaderas quejas o a decir incluso si existía alguna. Los negociadores enviados por Kensington y por el Ayuntamiento de Chelsea fueron recibidos primero con silencio, después con burlas y finalmente con cócteles molotov. Por razones que nadie entendía, los habitantes de Chelsea Marina se habían puesto a desmantelar su mundo burgués. Hacían hogueras de libros y cuadros, juguetes educativos y vídeos. Los telediarios mostraban a familias asidas del brazo, rodeadas de coches volcados, los rostros orgullosamente iluminados por las llamas».
Ballard falleció el 19 de abril de 2009, víctima de un cáncer de próstata.
Comentarios en estandarte- 2
1 | Luz María Mikanos
03-07-2024 - 01:47:49 h
Sos increíble De la Torre, está narración tiene características únicas! Me atrajo leerla y releerla! Gracias tbn a Estandarte por darnos la oportunidad de acceder a este magnífico material!
2 | Ivan
03-07-2024 - 20:23:48 h
Muchas gracias, querida Luz, es un placer hablar de mis autores favoritos para que lleguen a más gente!