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En la muerte del poeta Lêdo Ivo

Despedimos al autor brasileño con sus propios versos: 'El deseo'.

26 de diciembre de 2012. Emilio Ruiz Mateo

Qué: Ha muerto Lêdo Ivo

Ha muerto Lêdo Ivo. Como queriendo cumplir con su deseo de no llamar la atención, de no alzar la voz más de lo necesario, falleció en la madrugada del domingo 24 de diciembre, en medio de unos días de fiesta en los que las noticias se diluyen y lejos de su Brasil natal, en la ciudad de Sevilla, a la que había viajado en un último periplo por los paisajes de algunos de sus poetas españoles favoritos: Machado, Góngora, Quevedo, Lorca, Alberti…

Lêdo Ivo era uno de los escritores más importantes de la literatura brasileña, con un especial vínculo con nuestro país, al que acudió en varias ocasiones recientemente: en la edición 2011 del festival Cosmopoética de Córdoba o en marzo de 2010 a la Casa de América.

El poeta se encontraba de viaje por España acompañado de su hijo, el pintor Gonçalo Ivo, y la familia de este. Con 88 años, Lêdo Ivo ha fallecido a causa de un infarto sin poder cumplir uno de sus deseos, según ha contado su hijo: “Quería cruzar el Guadalquivir andando por uno de sus puentes; cosas de poetas”.

Además de poeta, Lêdo Ivo ha destacado como periodista, novelista, cuentista, cronista y ensayista, sin duda uno de los escritores más importantes de la generación del 45 y de la literatura moderna brasileña.

Menos conocido en las letras españolas de lo que debiera, nos queremos despedir de él con este maravilloso poema que bien pudiera ser el testamento de un hombre discreto, como él fue.

El deseo

No quiero la eternidad,
la trama interminable
de una roca que confía
día tras día
en la duración perpetua.
Quiero ser lo que pasa:
la leve nube blanca
que se deshace en el espacio,
la humareda de un reactor
en el cielo vacío y claro.
No me agrada ni me seduce
vivir después de haber vivido.
Antes prefiero el relámpago
que rasga el cielo sombrío,
una hoja de álamo
en el suelo de un viaje
y la lluvia fugaz
que cae sobre las ciudades.
Prefiero un vuelo de pájaro
a todo cuanto es eterno.
A todo lo que perdura
prefiero lo que perece:
la sombra fugitiva
en el día luminoso
de los narcisos y las rosas;
los instantes que rigen,
en la noche indecorosa,
el amor de los amantes,
sus gritos, sus gemidos;
el pétalo fugaz
herido por el otoño.
Me conformo con el trayecto
entre una puerta abierta
y una puerta cerrada
en plena madrugada
o en la más cándida mañana.
Mi Dios es relámpago,
el breve resplandor
que precede al gran sueño.
Me niego a durar
y a permanecer.
Nací para no ser,
para ser el que no es
después de tanto soñar,
después de tanto vivir.

 (De su libro Plenilunio, traducción de Martín Lopez-Vega)

 

 

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