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La biografía de Gerardo Diego

Clásico y vanguardista a un tiempo, figura clave de la generación del 27.

22 de febrero de 2024. Estandarte.com

Qué: Biografía de Gerardo Diego

Gerardo DiegoPoeta, crítico, antólogo, catedrático y traductor, Gerardo Diego nació en Santander el 3 de octubre de 1896 en el seno de una familia numerosa, religiosa, propietaria de una tienda de tejidos y a la que agradeció –a sus padres, especialmente– que le diesen libertad: «[…] esa libertad creo que es muy sana cuando hay una vigilancia un poco desde lejos».

Se aficionó a la literatura cuando tenía trece años por influencia de uno de sus maestros, el poeta e historiador Narciso Alonso Cortés, quien, pasados los años, contestaría a su discurso de ingreso a la Real Academia Española. Eso fue en 1948, treinta años después de que viera la luz su primera publicación: el cuento La caja del abuelo en El Diario Montañés de Santander.

Su primer libro data de 1920, El romancero de la novia, y sufragó sus costes con su primer sueldo, como le había aconsejado Ramón Gómez de la Serna. Comenzaba una carrera literaria extraordinariamente fecunda.

Gerardo Diego estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Deusto, se examinaba en Salamanca –donde conoció a Unamuno–, y se licenció en la Universidad de Madrid. En Bilbao entabló amistad con Juan Larrea. Esa relación fue clave para su devenir literario: con él compartió muchas inquietudes, juntos se acercaron a Vicente Huidobro, al creacionismo, conocieron las vanguardias francesas…

Años más tarde, Gerardo Diego se encargó de volcar al castellano la poesía que su amigo escribía en francés. Sus diferentes posiciones en la Guerra Civil los separó durante un tiempo: Larrea reprochó a Diego que se inclinara por el bando nacional.

Para Gerardo Diego, según declaró a Francisco Umbral, su posicionamiento político fue la causa de que no se le estudiase y valorase como a otros («yo elegí ese bando porque soy católico ante todo y aquí estaban los católicos»).

En 1920 obtuvo, por oposición y ante un tribunal presidido por Emilia Pardo Bazán, la plaza de catedrático de Lengua y Literatura españolas. Impartió clases en institutos de Soria, Gijón, Santander y Madrid. Fue en el Beatriz Galindo de Madrid, al que llegó en 1939, en el que se jubiló en 1965.

Mantuvo siempre una intensa actividad cultural, que le llevó viajar mucho (Argentina, México, Filipinas, Uruguay…) y a relacionarse con intelectuales como Ortega y Gasset, César Vallejo, Antonio Machado, Alfonso Reyes, Moreno Villa, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, entre otros muchos.

Participaba en tertulias literarias, asambleas, homenajes y cursos… En uno de esos cursos, el de Burgos del verano de 1929, conoció a Germaine Marin, entonces estudiante y con quien se casó en 1934, tuvo seis hijos y vivió hasta la muerte del poeta en 1987.

Fue un gran conferenciante y un gran crítico literario y musical. Colaboró en publicaciones como Grecia, Reflector, Cervantes o la Revista de Occidente; en 1927 fundó y dirigió la revista Carmen y su suplemento Lola y, desde 1946 y hasta bien entrados los setenta, tuvo un espacio en Radio Nacional de España sobre poesía.

La música era otra de sus pasiones: la practicaba al piano, dejaba que influyera en su poesía y teorizaba sobre ella en artículos y ensayos. Escribió también sobre pintura (versos y artículos) y sobre toros, a los que era aficionado.

Como traductor, además de a su amigo Juan Larrea, el poeta santanderino se acercó a Paul Claudel, Paul Valéry, Rainer Maria Rilke, Fernando Pessoa o Rosalía de Castro.

En su obra poética, Gerardo Diego supo alternar clasicismo y vanguardismo, combinar formas clásicas como el romance o el soneto con el verso libre. El mismo Diego lo relataba en la autobiografía que recoge la Fundación Gerardo Diego en una cita de 1965: «[…] empezaban a funcionar a la vez los dos Gerardos Diegos: el Gerardo Diego revolucionario y el Gerardo Diego clásico. El Gerardo Diego clásico, con toda la tradición que yo tenía de la escuela montañesa […] y de mi formación humanística en la Universidad y mi lectura constante de los clásicos y mis estudios para las oposiciones a cátedras, y mi gusto, además, por lo sentimientos tradicionales, religiosos y familiares. Pero, por otro lado, veía la necesidad de una aventura en busca de una poesía completamente distinta, en relación con el cubismo y con las formas más avanzadas de arte plástico y de la música […] Ni Larrea, ni Montes, ni Vicente Huidobro comprendían cómo yo, el mismo día que escribía, a lo mejor, un poema de intención creacionista o simplemente un disparate ultraísta sin saber exactamente qué quería hacer, escribiera un soneto, o escribiera un romance sentimental o escribiera una poesía a la Virgen María, eso no lo entendían. Pero a mí me parecía eso tan normal que lo he seguido haciendo toda mi vida».

Entre sus obras vanguardistas están Limbo (1919-21), Imagen (1922), Manual de Espumas (1924) Fábula de Equis y Zeda (1930), de metáforas brillantes de apariencia irracional e ingeniosas y sorprendentes asociaciones de ideas. El romancero de la novia (1918), Soria (1922), Versos humanos (1925), Viacrucis (1931) y Alondra de verdad (1941) figuran entre los libros de corte clásico.

Por Versos humanos recibió el Premio Nacional de Literatura en 1925, ese mismo año también se le concedió a Rafael Alberti por Marinero en tierra. Entre otros reconocimientos se encuentran el Premio Calderón de la Barca en 1960 por su retablo escénico El cerezo y la palmera –su única incursión en el teatro–, el Premio Nacional de Literatura en 1956 por El paisaje con figuras, el Premio Internacional de Poesía en 1974 o el Premio Miguel de Cervantes en 1979, compartido con Jorge Luis Borges.  

Por lo que más se recuerda a Gerardo Diego es por su papel fundamental en la formación, consolidación y difusión de la generación del 27. Fue uno de los impulsores de los actos que los congregó en torno al homenaje a Góngora en el tercer aniversario de su muerte; introdujo en España la obra de poetas vanguardistas, y su Poesía española: antología (1915-1931), un libro polémico –como también lo fue la segunda edición, publicada dos años más tarde, en 1934– fue clave para dar a conocer al grupo. Su poesía, de una gran musicalidad, representó ese balanceo tan propio de los del 27 entre vanguardia y tradición.

A ella, a la poesía, se dedicó hasta el final de sus días. Cuando murió, el 8 de julio de 1987, vivía en Madrid con su esposa. Fue enterrado en el cementerio de Pozuelo de Alarcón. En su sepultura se pueden leer unos versos de su poema Adoración al Santísimo:

Ya me tienes vaciado,
vacante de fruto y flor,
desposeído de todo,
todo para Ti, Señor.

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