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Grandes poemas de Fernando Pessoa
Cinco grandes poemas a cuatro voces. El esplendor de la vanguardia.
15 de marzo de 2022. Estandarte.com
Qué: Los mejores poemas de Fernando Pessoa
Para el crítico Harold Bloom, Fernando Pessoa (Lisboa 1888-1935) fue el más representativo poeta del XX, un visionario de lo sublime. Pessoa era y es un creador genial que desdobló su obra en múltiples heterónimos a los que dotó de biografía, personalidad y vida propia. No eran seudónimos, sino seres imaginados, bien definidos, autónomos, con nombre y obra y lugar de nacimiento tal y como los creó.
Nos fijamos en tres ellos, los tres que firman, junto a Pessoa, los poemas que hemos seleccionado aquí: Alberto Caeiro (Lisboa), campesino, sin instrucción, pero con una obra poética de estética directa y compleja. Álvaro de Campos (Tavira), culto, cosmopolita, políglota, relacionado con las vanguardias. Su poema, La tabaquería, considerado uno de los mejores del siglo XX (un poema del que, por su extensión, en Estandarte reproducimos un extracto: las estrofas iniciales y finales). Ricardo Reis (Oporto) es conservador, clasicista, monárquico y gran admirador de Virgilio y Horacio. Todos ellos tienen algo de Pessoa. Pessoa los contiene a todos ellos.
Pessoa, a su vez, era poeta y narrador; políglota, escribía en portugués, inglés (es el idioma que empleó en sus primeros poemas) y francés. Admiraba a escritores sajones como Poe (tradujo El cuervo y Annabel Lee), Shakespeare, Milton, Lord Byron, Shelley…, fue autor de una obra extensa, vanguardista –con mucho de futurista– y alcanzó una merecida fama de bebedor y fumador.
Si pretendemos hablar de su biografía habrá que atenerse a lo que afirmó en boca de Alberto Caeiro, esto es, en ella solo hay dos fechas, la de su nacimiento y su muerte, lo que sucedió entre ellas solo le pertenece a él. O, como decía Octavio Paz: “los poetas no tienen biografía, su obra es una biografía”. Leámoslo y disfrutemos con la enorme riqueza, complejidad, variedad y belleza de su poesía
Autopsicografía (Fernando Pessoa)
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que de veras siente.
Y quienes leen lo que escribe,
sienten, en el dolor leído,
no los dos que el poeta vive
sino aquél que no han tenido.
Y así va por su camino,
distrayendo a la razón,
ese tren sin real destino
que se llama corazón.
Esto (Fernando Pessoa)
Dicen que finjo o miento
en todo cuanto escribo. No.
Yo simplemente siento
con la imaginación.
No uso el corazón.
Lo que sueño y lo que me pasa,
lo que me falta o finaliza
es como una terraza
que da a otra cosa todavía.
Esa cosa sí que es linda.
Por eso escribo en medio
de lo que no está en pie,
libre ya desde mi atadura,
serio de lo que no lo es.
¿Sentir? ¡Sienta quien lee!
Tabaquería (Álvaro de Campos)
*Estrofas iniciales *
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Ventanas de mi cuarto,
cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe quién son
(y si lo supiesen, ¿qué sabrían?)
Ventanas que dan al misterio de una calle cruzada constantemente por la gente,
calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,
con el de la muerte que traza manchas húmedas en las paredes,
con el del destino que conduce al carro de todo por la calle de nada.
*Estrofas finales*
Un hombre entra a la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me enderezo a medias, enérgico, convencido, humano,
y se me ocurren estos versos en que diré lo contrario.
Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarro la libertad de todos los pensamientos.
Fumo y sigo al humo con mi estela,
y gozo, en un momento sensible y alerta,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es el resultado de una indisposición.
y después de esto me reclino en mi silla
y continúo fumando.
Seguiré fumando hasta que el destino lo quiera.
(Si me casase con la hija de la lavandera
quizá sería feliz).
Visto esto, me levanto. Me acerco a la ventana.
El hombre sale de la Tabaquería (¿guarda el cambio en la bolsa del pantalón?),
ah, lo conozco, es Estevez, que ignora la metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta).
Movido por un instinto adivinatorio, Estevez se vuelve y me reconoce;
me saluda con la mano y yo le grito ¡Adiós, Estevez! y el universo
se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza
y el Dueño de la tabaquería sonríe.
No tengas nada en las manos... (Ricardo Reis)
No tengas nada en las manos
ni una memoria en el alma,
que cuando un día en tus manos
pongan el óbolo último,
cuando las manos te abran
nada se te caiga de ellas.
¿Qué trono te quieren dar
que Atropos no te lo quite?
¿Qué laurel que no se mustie
en lo arbitrios de Minos?
¿Qué horas que no te conviertan
en la estatura de sombra
que serás cuando de noche,
estés al fin del camino?
Coge las flores, mas déjalas
caer, apenas miradas.
Al sol siéntate. Y abdica
para ser rey de ti mismo.
Si muero pronto (Alberto Caeiro)
Si muero pronto,
Sin poder publicar ningún libro,
Sin ver la cara que tienen mis versos en letras de molde,
Ruego, si se afligen a causa de esto,
Que no se aflijan.
Si ocurre, era lo justo.
Aunque nadie imprima mis versos,
Si fueron bellos, tendrán hermosura.
Y si son bellos, serán publicados:
Las raíces viven soterradas
Pero las flores al aire libre y a la vista.
Así tiene que ser y nadie ha de impedirlo.
Si muero pronto, oigan esto:
No fui sino un niño que jugaba.
Fui idólatra como el sol y el agua,
Una religión que solo los hombres ignoran.
Fui feliz porque no pedía nada
Ni nada busqué.
Y no encontré nada
Salvo que la palabra explicación no explica nada.
Mi deseo fue estar al sol o bajo la lluvia.
Al sol cuando había sol,
Cuando llovía bajo la lluvia
(Y nunca de otro modo),
Sentir calor y frío y viento
Y no ir más lejos.
Quise una vez, pensé que me amarían.
No me quisieron.
La única razón del desamor:
Así tenía que ser.
Me consolé en el sol y en la lluvia.
Me senté otra vez a la puerta de mi casa.
El campo, al fin de cuentas, no es tan verde
Para los que son amados como para los que no lo son:
Sentir es distraerse.
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