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La vida y las obras de Alfonso Reyes

Humanista, escritor, poeta, crítico y diplomático.

30 de enero de 2024. Estandarte.com

Qué: Biografía de Alfonso Reyes Ochoa

Para Jorge Luis Borges, Alfonso Reyes fue el mejor prosista en español de todos los tiempos; Octavio Paz le consideraba su maestro; José Emilio Pachecho hablaba de su obra como de una conversación interminable que se escucha con los ojos…

El influjo de ese gran intelectual mexicano, que con su obra y con su vida tendió puentes entre Latinoamérica y Europa, ha sido enorme. Sin embargo, y como señaló Elena Poniatowska en una conferencia del año 2000 en la Cátedra Alfonso Reyes, no se le lee demasiado. Y eso que dejó una vastísima obra, que comprende novela, relato, poesía, ensayo, crítica, teatro, además de traducciones de autores como A. Chéjov, G. K. Chesterton, L. Sterne y R. L. Stevenson.

Alfonso Reyes nació en Monterrey el 17 de mayo de 1889 en el seno de una familia numerosa acomodada. Desde muy pequeño leía y escribía. En 1909 fundó junto a otros escritores el Ateneo de la Juventud, donde leían y discutían textos y reflexionaban sobre literatura y filosofía en una actitud crítica frente al positivismo que se había extendido en el México del porfiriato. En 1912 fue nombrado secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios (germen de la actual Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM), donde fundó la cátedra de Historia de la Lengua y Literatura Españolas.

Su padre, el general Bernardo Reyes Ogazón, disfrutaba de buena posición y destacados puestos en los gobiernos de Porfirio Díaz. Las cosas se complicaron para la familia en la Revolución mexicana de 1910. El 9 de febrero de 1913, Reyes Ogazón participó junto a otros militares en un movimiento contrarrevolucionario para derrocar al presidente Francisco I. Madero. El general fue abatido ese mismo día –el ensayo Oración del 9 de febrero recuerda la muerte de su padre–.

Victoriano Huerta, uno de los militares golpistas, se hizo con la presidencia y ofreció a Alfonso Reyes un puesto en el gobierno. Este lo rechazó y decidió salir del país como parte de la Legación de México en Francia.

Comenzaba su carrera diplomática. Para entonces ya era licenciado en Derecho, estaba casado con Manuela Mota y tenía un hijo, Alfonso, que sería el único. También había publicado su primer libro, Cuestiones estéticas (1911), en el que ya estaban presentes los grandes temas de sus inquietudes literarias, como apunta la Enciclopedia de la literatura en México: «el mundo clásico, la literatura española de los Siglos de Oro, la poesía simbolista francesa y la vida y obras de Goethe». A estos, se sumaría como eje central de su literatura la cultura de México y, en su periodismo literario, «los más diversos asuntos con los que Reyes, siempre con estilo cortés, demostraba una cultura enciclopédica».

Su obra –en palabras de César Antonio Molina, tomadas del Instituto Cervantes a propósito de la exposición Alfonso Reyes. El sendero entre la vida y la ficción (2007)– «es la conjunción de la inteligencia con la sonoridad más honda del lenguaje. Una fiesta del idioma en que la erudición funciona como una herramienta lúdica, una exploración en las opacidades y resplandores de lo vital y lo intelectual. En Reyes palpitan profundas raíces mexicanas fusionadas con el agudo conocimiento de los mundos americano y europeo y, en particular, de una cultura española de enorme riqueza, vivida desde siempre como propia». Su manejo de la lengua era brillante, flexible y elegante. Destacan la amplitud de su vocabulario y de sus giros expresivos, su ingenio y agudeza. Gozaba con las palabras, con sus juegos y con su música.

Esa primera estancia en Francia fue muy breve. En 1914 cayó el régimen de Victoriano Huerta en México; Reyes tuvo que abandonar su puesto y ante la inminencia de la entrada de Francia en la guerra decidió exiliarse a España.

Rápidamente se insertó en la vida cultural de Madrid: asistía a tertulias literarias y se relacionaba con figuras como José Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, Azorín, Enrique Díez-Canedo o Pío Baroja.

Reyes no olvidaría los lazos que estableció en España y, cuando años más tarde, algunos de sus amigos tuvieron que exiliarse, estuvo pendiente para acogerlos al otro lado del Atlántico. Pendiente de lo que ocurría en España, en 1937 compuso desde Buenos Aires en recuerdo a Lorca la Cantata. En la tumba de Federico García Lorca.

Reyes permaneció en España una década y fue esa una etapa especialmente fecunda: de entonces data, entre otras, su obra más conocida: Visión de Anáhuac –un maravillosos ensayo poético que gira en torno al descubrimiento del valle de Anáhuac por los exploradores españoles y que refleja el encuentro entre dos culturas– y probablemente también Ifigenia cruel, poema dramático en el que la tragedia griega puede interpretarse como el marco en el que se inserta la tragedia de la familia Reyes con la muerte del padre.

En España, Reyes trabajó en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal, donde escribió su versión en prosa del Cantar del Mío Cid; publicó numerosos ensayos sobre la poesía del Siglo de Oro español (destacan sus estudios sobre Góngora), colaboró en revistas literarias y desarrolló la crítica cinematográfica, bajo el seudónimo Fósforo. De su paso por España se recuerda también el acto que organizó en recuerdo de Stéphane Mallarmé en el Jardín Botánico en 1923.

En 1919 fue nombrado secretario de la comisión mexicana Francisco del Paso y Troncoso, encargada de localizar y repatriar documentos mexicanos en Europa, y en 1920, segundo secretario de la legación mexicana en España. Retomaba así la carrera diplomática que le llevaría a ser encargado de Negocios en España (1922-1924), ministro en Francia (1924-1927), embajador en Argentina (1927-1930/1936-1937), embajador en Brasil (1930-1936).

Allí donde estuvo, se relacionó y cultivó amistad con artistas, escritores e intelectuales y se embarcó en proyectos culturales, periodísticos y de escritura. En su semblanza en el Centro Virtual Cervantes sobre el papel diplomático que jugó en Buenos Aires y Río de Janeiro, la investigadora y profesora Regina Crespo aplaude la habilidad diplomática de Reyes, sensibilidad política y su incontestable autoridad intelectual, que le permitieron «proyectar el nombre de México y defender sus intereses, consolidando una imagen positiva del país ante las dos potencias más importantes del sur del continente. […] Su prestigio literario le permitió influir en el campo cultural porteño y carioca como un gran promotor no sólo de la cultura mexicana, sino de la iberoamericana, además de conferirle autoridad para discutir temas de las culturas locales. […] Los años que vivió ahí también se materializó en su vida intelectual y en su creación literaria».

En 1939, Reyes regresó definitivamente a México. Allí participó en la fundación, dirección o apoyo de instituciones esenciales como La Casa de España en México –hoy El Colegio de México–, el Fondo de Cultura Económica, El Colegio Nacional, la Universidad Nacional Autónoma de México o el Instituto Francés para América Latina.

Fue catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y doctor honoris causa por diversas universidades. En 1945 recibió el Premio Nacional de Literatura; fue candidato al Nobel en cinco ocasiones. Hubo quienes se alegraron de que no lo consiguiera pues se quejaban de que escribía más de Grecia que de México. Una buena respuesta a esta crítica sería la enseñanza que reconocen otros muchos de Reyes y que se resume en que «la única manera de ser provechosamente nacionales consiste en ser generosamente universales». Entre 1957 y 1959 dirigió la Academia Mexicana de la Lengua.

Murió el 27 de diciembre de 1959 en Ciudad de México, fue enterrado en la Rotonda de Hombres Ilustres. Su casa en D. F., la Capilla Alfonsina, es hoy una importante biblioteca abierta al público.

El Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey creó en 1997 la Cátedra Alfonso Reyes con el objetivo de fortalecer las humanidades en la formación de su profesorado, de los estudiantes y de la sociedad en general. Como apunta la Enciclopedia de la literatura de México, Reyes era un «humanista, en el sentido de quien viaja al pasado para comprender mejor el presente». Y en esos viajes, transita con libertad entre España, México, Francia… La suya es una literatura de erudición y experiencia vital.

«Escribir es para mí una respiración natural de mi alma, una vocación. Seguramente a esta vocación debo el haber podido sobrellevar ciertas amarguras y tragedias de mi vida porque todos querían abanderarme en causas que no eran la mía», le confesó a Poniatowska en una entrevista. 

Entre sus muchos títulos se encuentran –además de los ya citados Visión de Anáhuac e Ifigenia cruel–, México en una nuez, Discurso por Virgilio, El deslinde, La experiencia literaria, Junta de sombras, Simpatías y diferencias, Me gusta y no me gusta, La X en la frente...

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