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Biografía de Gabriela Mistral

Premio nobel de literatura, diplomática, maestra y poeta.

10 de enero de 2024. Estandarte.com

Qué: Biografía de Gabriela Mistral

«Soy cristiana de democracia total. Creo que el cristianismo, con profundo sentido social, puede salvar a los pueblos. He escrito como quien habla en la soledad, porque he vivido muy sola en todas partes. Mis maestros en el arte y para regir la vida: la Biblia, el Dante, Tagore y los rusos. Mi patria es esta grande que habla la lengua de Santa Teresa, de Góngora y de Azorín. El pesimismo es en mí una actitud de descontento creador, activo y ardiente, no pasivo. Admiro, sin seguirlo, el budismo; por algún tiempo cogió mi espíritu. Mi pequeña obra literaria es un poco chilena por la sobriedad y la rudeza. Nunca ha sido un fin en mi vida; lo que he hecho es enseñar y vivir entre mis niñas. Vengo de campesinos y soy uno de ellos. Mis grandes amores son mi fe, la tierra, la poesía».

Así se describió en 1923 Gabriela Mistral, la poeta, maestra y diplomática que, entre otros muchos reconocimientos, obtuvo el Premio Nobel de Literatura.

Lucila de María Godoy Alcayaga –ese era su nombre– nació el 7 de abril de 1889 en Vicuña, una pequeña ciudad del valle de Elqui, en la provincia de Coquimbo (Chile). Fue una niña tímida y lectora, empezó pronto a escribir versos y a trabajar: a los 15 años era ayudante de escuela. En su casa hacía falta dinero y la madre, Petronila Alcayaga Rojas, pensó que podría seguir la profesión de su padre –una figura que iba, venía y desaparecía– y de su hermana materna, Emelina Molina Alcayaga.

Comenzó casi por necesidad una carrera, la docente, que se convertiría en una verdadera vocación, consagrada al desarrollo y protección de la infancia y al acceso de toda la población a la educación, no solo de los privilegiados. Asumió distintas funciones, incluida la dirección de centros, por numerosas escuelas de su país, entre las que se encuentra la de Temuco, donde conoció a Pablo Neruda, al que inició en la literatura rusa.

En 1922, el ministro de Educación de México, el poeta José Vasconcelos, contó con ella para desarrollar la reforma educativa y la creación de bibliotecas populares en su país. Ya en los años treinta Mistral dictó numerosas clases y conferencias en Estados Unidos y Europa.

Desde la adolescencia, escribía y publicaba ensayos y poemas en periódicos como El Coquimbo o La Voz del Elqui, firmando en ocasiones como Alguien, Soledad o Alma y, desde 1908, como Gabriela Mistral, reflejando así su admiración por los escritores Gabriele D’Annunzio y Frédéric Mistral.

Con ese seudónimo se presentó en 1914 a los Juegos Florales, concurso organizado por la Sociedad de Artistas y Escritores de Chile que convocaba a todos los poetas del país. Con sus Sonetos de la muerte obtuvo la máxima distinción de esa primera edición.

Mistral incluyó algunos de esos poemas en su primer libro, Desolación, publicado en Nueva York en 1922. Se trata de un poemario bello y original que le valió el reconocimiento internacional y en el que, como indica Rosalía Aller en Gabriela Mistral. Antología poética (Edaf), están presentes ya las «venas poéticas» que recorrerán su creación: amor-muerte-dolor, religiosidad de inspiración bíblica, maternidad-infancia y naturaleza. La naturaleza es, sobre todo, la de Chile.

También sus gentes están en su obra, en la que subyace su sentido americanista y el orgullo de las tradiciones indígenas y el mestizaje. En un momento en que irrumpían las vanguardias, su poesía está pegada a lo tradicional, gusta de la dicción austera, del arcaísmo, los americanismos y la oralidad y refleja una gran riqueza léxica.

En 1923 se publicaría en México Lecturas para Mujeres, trabajo para el que seleccionó prosas y poesías de escritores europeos y latinoamericanos e incorporó algunos escritos propios para acercar a las niñas a la literatura. Un año después se presentó en España Ternura, una obra de poemas, rondas infantiles, canciones de cuna y jugarretas con la que quiso entretener y educar a los niños y recordar a los adultos su responsabilidad respecto a la infancia.

A partir de los años veinte viajó muchísimo, conoció y trabó amistad con intelectuales como Henri Bergson, Marie Curie, Paul Valéry, George Duhamel, Francois Mauriac, George Bernanos, Victoria Ocampo, Gregorio Marañón, Vicente Aleixandre, Carmen Conde, Dámaso Alonso…

Asumió, a instancias del gobierno chileno, la representación de su país en diversos encuentros y congresos. Tras las desavenencias con el dictador Carlos Ibáñez del Campo –que decidió suspenderla de sueldo y pensión y prohibir la difusión de su obra–, el presidente Arturo Alessandri Palma nombró a Mistral Cónsul particular de libre elección en 1932. Su primer destino fue Italia, pero no llegó a instalarse allí por su oposición al fascismo. Sí lo hizo en Madrid en 1933, donde permaneció dos años. Su siguiente destino fue Lisboa.

En sus viajes por Europa y América, Gabriela Mistral iba acompañada por su sobrino Juan Miguel, al que llamaba Yin Yin. Huérfano de madre, su padre se lo entregó a la poeta cuando era muy pequeño, en 1926, según Memoria Chilena. Biblioteca Nacional de Chile, que también apunta que el vínculo entre ambos ha estado rodeado de conjeturas pues hay quienes afirman que realmente era su hijo. Lo mismo ocurre –las dudas y controversias– con su lazo con su asistente y albacea Dora Dana, con quien se le atribuye, a raíz de la lectura de su correspondencia, una relación sentimental, que, si tuvieron, no revelaron en vida.

Mistral era celosa de su intimidad, como se aprecia en esta declaración a propósito de un antiguo novio que recoge gabrielamistralfoundation.org: «Cara M. Rosa, le digo con la franqueza ruda con que hablo a los propios, que me cuesta un mundo entrar en un comentario amoroso de mí misma. A pesar de la publicidad cruda y no poco repugnante a que han llegado los biógrafos respecto de los escritores, nunca entenderé y nunca aceptaré que no se nos deje a nosotros, lo mismo que a todo ser humano, el derecho a guardar de nuestros amores cuando nos hemos puesto y que por alguna razón no dejamos allí razones de pudor, que tanto cuentan para la mujer como para el hombre».

En 1938, de vuelta a Latinoamérica y conmovida por la situación de desamparo de los niños españoles de la Guerra Civil, publicó en Buenos Aires Tala. Para esos niños fueron los derechos de este libro, en el que la infancia aparece como motivo poético y de lucha personal y en el que se refleja un profundo sentido de identidad y preocupación por la tierra americana. 

En Petrópolis, ciudad en la que residió como cónsul, conoció a Stefan Zweig y a su mujer, Lotte Altmann, entabló amistad con ellos y sufrió en 1942 su suicidio. Un año después, quedaría destrozada por otro suicidio: Yin Yin decidió quitarse la vida con 18 años.

En 1945 recibió el Premio Nobel de Literatura. Nunca antes la Academia sueca se lo había concedido a un autor latinoamericano. Seis años después sería el turno del Premio Nacional de Literatura en su país.

El último libro que publicó en vida, en 1954, fue el primero que se editó en su país antes que en cualquier otro sitio: Lagar, un poemario que refleja su añoranza por la vida rural. Un año después, en diciembre de 1955, leyó en las Naciones Unidas el Mensaje sobre los Derechos Humanos, que refleja su compromiso contra las desigualdades: «[…] En ninguna página sagrada hay algo que se parezca al privilegio y aún menos a la discriminación: dos cosas que rebajan y ofenden al hijo del hombre […]». 

Tras su muerte aparecerían una segunda parte de Lagar y los libros Motivos de San Francisco –poemas en prosa dedicados a San Francisco de Asís de hondo sentido religioso– y Poema de Chile. Este último relata un viaje de una madre y un niño por Chile de norte a sur en 77 poemas. En una nota al lector Dora Dana, encargada de la edición, recordó que en los últimos veinte años de su vida Mistral «tuvo una preocupación continua: escribir poemas sobre toda suerte de asuntos relacionados con su país: cantar sus plantas, animales, los ríos, el mar, los lugares y sensibilizar los problemas del campesinado y la reforma agraria; escribir para ella estos poemas no fue un afán literario sino una necesidad vital».

Gabriela Mistral murió en un hospital de Hempstead (Nueva York) el 10 de enero de 1957. Sufría un cáncer hepático. Sus restos fueron trasladados a Chile y recibidos por multitudes que la admiraban y lloraban; tras su paso por una tumba provisional, fue enterrada en Montegrande.

En 2018 el escritor Jorge Edwards la recordaba en un artículo de El País así: «Gabriela fue […] precursora de los espacios de libertad de nuestros mundos marginados y mal interpretados».

La cantidad de escuelas y bibliotecas que llevan su nombre son muestra de su influjo, así como que su obra siga presentándose en ediciones como Gabriela Mistral en verso y prosa. Antología (Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, 2019); Almácigo, poemas inéditos con edición y compilación de Luis Vargas Saavedra (Ediciones UC, 2016), o De mujer a mujer. Cartas desde el exilio a Gabriela Mistral (1942-1956), un trabajo que recoge la correspondencia con, entre otras, Maruja Mallo, María Zambrano, Zenobia Camprubí, Victoria Kent o María de Unamuno (Fundación Banco de Santander, 2020).

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