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Biografía de Gabriel García Márquez

Una obra inmensa comprometida con la realidad latinoamericana.

06 de marzo de 2024. Estandarte.com

Qué: Biografía de Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez nació en Aracataca (Magdalena, Colombia) el 6 de marzo de 1927. Allí vivió con sus abuelos hasta que tuvo 8 años y allí fue forjando su destino de escritor. «No puedo imaginar un medio familiar más propicio para mi vocación que aquella casa lunática», apunta en Vivir para contarla (2002), el libro en el que empezó a compartir su biografía y que está lleno de anécdotas que hilvanan su vida con su obra.

Gran amigo del diccionario, entre sus referentes literarios se encontraban Kafka, Faulkner, Hemingway, Rulfo, Rubén Darío, la Generación Perdida, Las mil y una noches... Sus primeros pasos de escritor los dio como dibujante contando historietas antes de aprender a leer y a escribir.

Empezó a publicar relatos ya en su etapa universitaria en el periódico El Espectador de Bogotá; cosecharon buenas críticas, pero poco tenían que ver con el estilo, el tono y los argumentos que le llevarían a ser considerado uno de los mayores exponentes del realismo mágico.

Para encontrar esa voz fue clave un viaje que hizo con su madre a Aracataca hacia 1950 para vender la casa en la que él y su hermana Margot vivieron con los abuelos (fueron 11 hermanos de padre y madre, a los que se suman otros cuatro solo de padre). Ella quiso aprovechar el periplo para convencerle de que retomara la carrera de Derecho, pero la vuelta a los paisajes de su infancia acentuó su deseo de escribir. «Era como si todo lo que veía hubiera quedado escrito en alguna parte, y lo único que yo tuviese que hacer fuese sentarme y copiar lo que ya estaba allí y yo leía. A efectos prácticos: todo se había convertido en literatura: las casas, las gentes y los recuerdos», le contó a Peter H. Stone en una entrevista publicada en 1981 en The Paris Review, que puede leerse en el libro The Paris Review. Entrevistas 1953-1983 (Acantilado, 2020).

«Desde entonces –contaba en su autobiografía– no me gané un centavo que no fuera con la máquina de escribir, y esto me parece más meritorio de lo que podría pensarse, pues los primeros derechos de autor que me permitieron vivir de mis cuentos y novelas me los pagaron a los cuarenta y tantos años, después de haber publicado cuatro libros con beneficios ínfimos». Esos cuatro libros son las novelas La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La mala hora (1962) y la colección de cuentos Los funerales de la Mamá Grande (1962).

Con la máquina de escribir no solo creó cuentos y novelas. Era también su herramienta como periodista, para él, el mejor oficio del mundo. Lo ejerció desde finales de los años cuarenta en distintos medios de distintos países (Colombia, Venezuela, México, Estados Unidos), entre los que están El Heraldo; Crónica, ese semanario deportivo cultural en el que trabajaba con amigos del Grupo de Barranquilla –con los que compartió lecturas, análisis de autores, de obras, discusiones, consejos y veladas, muchas de ellas alrededor del catalán Ramón Vinyes–; Alternativa, de corte socialista, o la agencia de noticias Prensa Latina, creada por la revolución cubana.

Entre los muchos temas que abordó estaba el cine, otra de sus pasiones: quiso ser director, pero cambió ese anhelo por la crítica de cine y la escritura de guiones y vio cómo varios de sus libros fueron adaptados al cine.

Uno de sus reportajes de mayor éxito, el que publicó por entregas en el El Espectador en 1955 sobre un náufrago, se convertiría quince años más tarde su libro Relato de un náufrago. Según él, ningún editor se había dado cuenta de lo bueno que era aquel texto hasta que publicó Cien años de soledad.

Su compromiso con el periodismo de calidad le llevó a impulsar la Fundación para un Nuevo Periodismo de Iberoamericano, instituida en 1994 con él en la presidencia. A su muerte, pasó a llamarse Fundación Gabo.

Cien años de soledad llegó en 1967 y marcó un antes y un después en su trayectoria. La idea del libro le rondaba desde hacía muchos años, pero no encontraba el tono adecuado. Lo halló recordando el que utilizaba su abuela: «contaba cosas que parecían sobrenaturales y fruto de la fantasía, pero lo hacía con una naturalidad absoluta», indica en la entrevista con Stone. Pasó 18 meses escribiéndola y soportando serias penurias económicas junto a su mujer, Mercedes Barcha, y sus dos hijos. Los lectores lo agradecieron: la primera edición de esa historia de la familia Buendía y del imaginario pueblo Macondo, que rastrea en la historia de Colombia, se agotó en apenas unos días y con el paso de los años ha alcanzado cifras millonarias de lectores alrededor de todo el mundo (ha sido traducida a más de cuarenta lenguas).

La repercusión fue tal que García Márquez necesitó alejarse de la fama y viajó a Europa. Ya lo había hecho a mediados de los años cincuenta: en 1955, El Espectador le envió a Ginebra a cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes y él se quedó más de tres años en el viejo continente (Italia, Polonia, Hungría, República Democrática Alemana, Francia). En su segunda etapa europea vivió en Barcelona desde 1967 a 1975 y allí empezó El otoño del patriarca (publicado en 1975) y escribió cuentos como Isabel viendo llover en Macondo (1968).

A la vuelta a América, alternaba México con Bogotá, Cartagena de Indias, La Habana y París. En 1981 en Colombia se le acusó de vinculación al grupo guerrillero M-19, solicitó asilo político en la embajada mexicana de Bogotá y estableció su residencia en México.

El Nobel llegaría en 1982. La Academia sueca destacó que García Márquez «reúne, en su persona, un talento narrativo desbordante, casi abrumador, y la maestría del artista de la lengua consciente de su técnica, disciplinado y poseedor de un amplio bagaje literario».  También subrayó su forma de reflejar las riquezas y miserias del continente americano en el microcosmos creado por él o su compromiso político a favor de los pobres y los débiles contra la opresión nacional y la explotación económica extranjera.

En su libro, Mariposas amarillas y los señores dictadores, Michi Strausfeld subraya que Gabo «combatió con toda su elocuencia las dictaduras del Cono Sur, se batió incansable por Cuba y después por Nicaragua […]. Gracias a su ayuda fueron liberados varios disidentes cubanos. Se implicó con ahínco en un proceso de paz en Colombia, habló con guerrilleros enfrentados entre sí y con representantes del Gobierno».

El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince apuntaba en un breve ensayo a la muerte de García Márquez (Claves de la razón práctica, nº 235, 2014) que este cometió «disimulos de silencio ante salvajadas que no podían negarse», pero también ayudó «con su discreta influencia a que ciertas barbaridades dejaran de llevarse a cabo».

Cuba, su entusiasmo por la revolución y la amistad que tuvo con Castro le valieron muchas críticas. A principios de los años sesenta, tras renunciar a su corresponsalía en Nueva York y salir de Estados Unidos, el gobierno norteamericano le denegó el visado de entrada acusándole de afiliación el partido comunista. Su estancia en el país había estado muy condicionada precisamente por los problemas que tuvo con los exiliados cubanos. Cuando en 1971 la Universidad de Columbia le otorgó el doctor honoris causa, se le concedió un visado condicionado.

Volviendo al Nobel, Gabo lo recogió en Estocolmo vestido de liquiliqui, traje típico en el Caribe, y pronunció un discurso fiel reflejo a su compromiso con Latinoamérica y su historia. Este compromiso se mantuvo en mediaciones y gestiones políticas en las que intervino a lo largo de los años, en su periodismo y en su escritura con obras maestras como El otoño del patriarca –la novela de dictador– (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985) o la colección de relatos Doce cuentos peregrinos (1992), entre otras muchas de una carrera inmensa que hizo magia con las palabras y concedió a la realidad relumbre mitológico alrededor de ese Macondo inventado que tanto tenía de su tierra y de su infancia.

En la entrevista con Stone comentó: «Siempre me divierte comprobar que los mayores elogios sobre mi obra se centran en mi capacidad imaginativa, cuando lo cierto es que no he escrito ni una sola línea que no tenga una base real. El problema es que la realidad caribeña parece una imaginación desbordada».

Gabriel García Márquez murió el 17 de abril de 2014 en Ciudad de México. Sufría cáncer desde 1999.

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