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Selección de poemas de Rainer Maria Rilke

Un poeta íntimo, en constante búsqueda de la autenticidad.

09 de marzo de 2024. Estandarte.com

Qué: Selección de poemas de Rainer Maria Rilke

Poemas de Rainer Maria RilkeRainer Maria Rilke (Praga, Chequia, 1875-Valmont, Montreux, Suiza, 1926) vivió por y para la escritura; esta fue su herramienta para adentrarse en su alma y sentir. Para escribir necesitaba soledad, separarse de la realidad, huir de cualquier distracción que pudiera apartarle de su camino.

La suya fue una entrega total a la poesía; una poesía en alemán que, al margen de poemas de juventud, se revela con toda intensidad en El libro de las horas, un poemario que ya insinúa sus futuras preocupaciones: Dios, la muerte, la objetividad, el amor o la perfección en la forma.

Un proceso de madurez encarnado en la experiencia y no en los sentimientos, que se plasmará en sus dos grandes obras poéticas: Elegías de Duino y Sonetos a Orfeo; y que se reflejará en la prosa de las Cartas a un joven poeta, una clara y bella exposición del significado de la poesía y su mundo, y Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, novela a modo de autobiografía que condensa sus ideas y reflexiones sobre Dios, la muerte, el amor, el individualismo o el mundo.

Rilke viajó, amó mucho –recordamos a su mujer la escultora Clara Westhoff y a Claire Goll, Baladine Kiossowska y Lou Andreas-Salomé–; se rodeó de amigos y protectores y conoció a grandes personajes como Rodin, Zuloaga o Tolstói, admiró a Cézanne, a Heine, al Greco…, pero nada ni nadie pudo apartarle de su pasión, de la necesidad de aislamiento, de la eterna búsqueda de respuestas y perfección.

Canción de amor
¿Cómo sujetar mi alma para
que no roce la tuya?
¿Cómo debo elevarla
hasta las otras cosas, sobre ti?
Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido,
en un rincón extraño y mudo
donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse.

Pero todo aquello que tocamos, tú y yo,
nos une, como un golpe de arco,
que una sola voz arranca de dos cuerdas.
¿En qué instrumento nos tensaron?
¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido?
¡Oh, dulce canto!

Día de otoño
Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.

Haz que sazonen los últimos frutos;
concédeles dos días más del sur,
úrgeles a su madurez y mete
en el vino espeso el postrer dulzor.

No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.

Las rosas
Si tu frescura a veces nos sorprende tanto
dichosa rosa,
es que en ti misma, por dentro,
pétalo contra pétalo, descansas.

Conjunto bien despierto cuyo centro
duerme, mientras se tocan, innumerables,
las ternuras de ese corazón silencioso
que suben hasta la extrema boca.


Todos cuantos te buscan te tientan...
Todos cuantos te buscan te tientan.
Y quienes te encuentran te atan
al gesto y a la imagen.

Yo en cambio quiero comprenderte
como te comprende la tierra;
con mi madurar
madura tu reino.

No quiero de ti vanidad alguna
que te demuestre.

Sé que el tiempo
no se llama como tú.

No hagas por mí milagros.
Da la razón a tus leyes
que de generación en generación
se tornan más visibles.

Por ti, para que tú un día llegaras
Por ti, para que tú un día llegaras,
¿no respiraba yo a media noche
el flujo que ascendía de las noches?
Porque esperaba, con magnificencias
casi inagotables, saciar tu rostro
cuando reposó una vez contra el mío
en infinita suposición.
Silencioso se hizo espacio en mis rasgos;
para responder a tu gran mirada
se espejaba, se ahondaba mi sangre.
¡Qué expresión fue sembrada en mi interior
para que, cuando crece tu sonrisa,
proyecte sobre ti espacio cósmico!
Pero tú no vienes, o vienes demasiado tarde.
Precipitaros, ángeles, sobre este
linar azul. ¡Segad, segad, oh ángeles!

Ofrenda
¡Oh, cómo florece mi cuerpo, desde cada vena,
con más aroma, desde que te reconozco!
Mira, ando más esbelto y más derecho,
y tú tan sólo esperas... ¿pero quién eres tú?

Mira; yo siento cómo distancio,
cómo pierdo lo antiguo, hoja tras hoja.
Sólo tu sonrisa permanece como muchas estrellas
sobre ti, y pronto también sobre mí.

A todo aquello que a través de mi infancia
sin nombre aún refulge, como el agua,
le voy a dar tu nombre en el altar
que está encendido de tu pelo
y rodeado, leve, con tus pechos.

Entrada
Quienquiera que tú seas: al atardecer sal
de tu cuarto, en el cual lo sabes todo;
ante la lejanía está tu casa
como el final: quienquiera que tú seas.

Como tus ojos que apenas, fatigados,
del consumido umbral pueden librarse,
levantas muy despacio un árbol negro
poniéndolo ante el cielo: esbelto, solo.
Y has hecho el mundo. Y es grande, y es como
una palabra que aun en silencio madura.
Y según tu querer comprende su sentido
se desasen tus ojos tiernamente…

Soneto XXII
Somos hombres inquietos.
Pero el paso del tiempo
no es más que pequeñez
en lo eternamente perdurable.

Todo lo que apremia
pronto habrá pasado;
pues sólo es capaz de consagrarnos
lo que permanece.

Oh, no pongáis, muchachos,
el valor en la urgencia
ni en el querer volar.

Está todo en reposo:
la sombra y también la claridad,
la escritura y la flor.

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