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Tony Pagoda y sus amigos

10 de febrero de 2015. José Martínez Ros

Paolo Sorrentino (Nápoles, 1970) se ha convertido por méritos propios en uno de los más destacados cineastas europeos de inicios del siglo XXI con un puñado de películas extraordinarias que han restaurado la credibilidad del cine italiano como no sucedía desde la desaparición de los Fellini, Leone o Visconti, unas películas en las que ha conseguido unir su capacidad para crear personajes e historias universales con su preocupación por la situación de su país.

El nombre de Sorrentino empezó a sonar en los círculos más cinéfilos con Lo contrario del amor, que es una película, como tantas otras, sobre la mafia, pero también una tristísima y desesperada historia de amor. El divo es un despiadado retrato de Giulio Andreotti, el gran capo de la política italiana pre-Berlusconi, pero también una amarga reflexión sobre la soledad y el poder. La muy minusvalorada Un lugar donde quedarse se las arregla para unir temas tan disímiles como la fama, la música pop y el Holocausto y ofrece una magnífica interpretación de Sean Penn. Y por último, La gran belleza, su obra maestra hasta la fecha, en la que nos presenta un personaje típico de Paolo Sorrentino: Jep Gambardella, arbitro de la elegancia de la noche romana, un escritor y periodista que ya no escribe, un dandi desencantado, lúcido e infeliz. Gambardella es, a su vez, un pariente espiritual cercano del protagonista de este libro, al que da título: Tony Pagoda.

Porque Paolo Sorrentino, aunque sea mucho menos conocido, también es un interesante narrador literario, de cuya obra ya nos llegó la novela Todos tienen razón (Anagrama) y ahora este pequeño libro de relatos publicado por ediciones Alfabia, con un estupendo prólogo de Eduardo Chapero-Jackson, y especialmente indicado para los fans que echan de menos al gran Gambardella. Tony Pagoda, un antiguo cantante de éxito, mujeriego, cínico y sentimental, que como él se mueve por distintos ambientes de la sociedad italiana, incluso entre los ricos y famosos —Carmen Russo, Maradona...—, mientras que medita acerca de un pasado rutilante y un presente de asfixiante decadencia.

Los dardos a la Italia de Berlusconi son abundantes, así como los episodios desopilantes como un surrealista viaje con una delegación diplomática a Corea del Norte. Una delicia.

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