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Érase una vez

29 de octubre de 2013. Alan Queipo

Del mismo modo que Mercedes Milá ha hecho con sus artículos en la web de Telecinco con Lo que me sale del bolo pero en plan bien. Eso es lo que ha hecho David Trueba en Érase una vez: plantear un antológico ejercicio recopilatorio de sus artículos publicados en prensa. A pesar de eso, las diferencias entre la presentadora y el cineasta son varias: y es que el menor de los hermanos Trueba demuestra no sólo que su show business no pasa por mostrar las tetas en un reality show de máxima audiencia, sino que, además de saber hacer películas y renovar el cine estatal a su manera sin caer en la ampolluda tentación de tirar de oscarizado hermano, también sabe escribir. Y en este caso, su expresión, confesional y subjetiva, por vías de la opinión pura y dura, muta en una suerte de primera revisión aprobada con nota previa publicación en algunos de los medios más punteros de los mass media estatales (El País, El Mundo y El Periódico, con colaboraciones desde 1995 que se han hecho más periódicas y activas en el último lustro) y con un regustillo de alumno empollón en esta primera tirada y compilación de artículos periodísticos que publica a través de una de las sub-sedes editoriales de Random House Mondadori y, probablemente, la más cerebral, ensayista y diletante, Debate.

Y “debate” es precisamente lo que propone David Trueba: separa sus artículos en cinco bloques temáticos (aunque algunos de ellos podrían pertenecer a más de uno): columnas de temática general, sobre todo dedicadas a la actualidad; dedicadas a ilustres nombres propios; otras dedicadas a cuestiones de índole cultural; otras al deporte rey, el fútbol; y las columnas domingueras, casi un género en sí mismo. Y si bien el carácter complaciente con las figuras e ideas de su entorno ideológico es patente y la crítica con sectores anti-cultura o derecha no sorprende, esta recopilación de artículos sirve, a su vez, como alternativa y escarceo exhibicionista de un guionista y personalidad con criterio docto que se desnuda a corazón abierto en cuestiones no sólo relativas al séptimo arte o las industrias culturales; y también como un auténtico manual expresivo para primerizos en periodismo, haciendo un uso tan crítico como personal de esa marca tan propia y necesaria en estos tiempos de crisis congénita de los medios de comunicación: la firma, ese perfil editorial impreso en nuestras huellas dactilares.

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