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Malentendido en Moscú

23 de enero de 2017. José Ángel Sanz

Nicole y André son dos jubilados que se han plantado en las seis décadas de vida cuando deciden recoger sus cosas, hacer las maletas y emprender un agotador viaje a Moscú para encontrarse con Masha, hija de André. Un narrador omnisciente relata en estilo indirecto libre la peripecia de ese encuentro, con la hija pero sobre todo con aquella Unión Soviética de los años 60 del pasado siglo, que comenzaba a parecer desvencijada por mucho que se empeñara en sacar pecho y lucir ejército y tanques en la Plaza Roja. A ese progresivo deterioro se suma el de la relación entre la pareja. Asoman los fantasmas de los celos, el miedo a la vejez y la consiguiente pérdida de facultades, el desencantamiento que llega cuando se tiene la certeza de que las ambiciones juveniles se han reducido a meras ilusiones nunca cumplidas.

Malentendido en Moscú posee una rocambolesca vida editorial. Simone de Beauvoir, su autora, lo escribió como una nouvelle entre 1966 y 1967 y como parte de La mujer rota (1968), pero fue ella quien desdeñó su propio trabajo y la que lo extrajo de esa obra, hasta el punto de que solo llegó hasta el gran público en 1992, en la revista Roman, cuando ya no se encontraba con vida. Eso sí, su modificación, retirando la perspectiva masculina y bajo el nombre de La edad de la discreción, fue la que constituyó la primera parte, finalmente, de La mujer rota.

Un viaje de idas y venidas que parecía ajustarse y dar la razón a lo que ya se sabía; el relato no es ni más ni menos que una narración de los peores momentos de la vida diaria junto al filósofo Jean-Paul Sartre. La archifamosa pareja de intelectuales se desplazó a la URSS en el verano de 1966 junto a nada menos que la amante, crítica literaria y traductora de Sartre, la rusa Lena Zonina. Y allí tuvo mucho tiempo libre para reflexionar sobre ella misma. El 30 aniversario de la muerte de Beauvoir es el motivo de esta reedición por parte de la editorial Navona, con un prólogo de Rosa Regàs que se adentra en la parte más biográfica del texto.

Malentendido en Moscú está lleno de hallazgos. Diálogos, y sobre todo, monólogos interiores que se arrojan desnudos, como en el caso de ese «¡pero qué agotador es odiar a alguien que se quiere!». O esa sentencia que advierte: «¿pero sabes acaso qué son los adultos, incluso los ancianos?: niños henchidos de edad». Un texto ágil, reflexivo, testigo de la confluencia de un tiempo vital e histórico con el final de un tiempo mágico, el de la juventud y las ilusiones.

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