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Los caprichos de la suerte

08 de febrero de 2016. Sra. Castro

Cuando se publica una obra póstuma y desconocida de un autor predilecto, una siente regocijo e inquietud a partes iguales. Regocijo por poder añadir un título más a la lista de títulos pendientes de un escritor querido. Inquietud porque si esa obra no vio la luz en vida del autor fue, en el mejor de los casos, por no estar concluida; en el peor porque no la juzgó lo bastante buena.

Los caprichos de la suerte llega a los lectores sesenta años después de la muerte de Pío Baroja y completa la trilogía que el escritor vasco dedicó a la Guerra Civil española. Una trilogía cuya mayor parte se ha publicado en los últimos años, pues si bien El cantor vagabundo apareció en 1950, Miserias de la guerra no lo hizo hasta 2006.

La publicación de esta novela ha causado (moderada) expectación en el mundo literario, puesto que la misma viene a completar la visión que uno de los escritores más reconocidos de la literatura española tuvo sobre la Guerra Civil. Una visión pretendidamente imparcial, que puso el foco en las atrocidades propias de un conflicto bélico, como ejemplo de la idea desencantada y pesimista que Baroja tenía del ser humano en general y de los españoles en particular.

En Los caprichos de la suerte, Luis Goyena, usando el nombre supuesto de Juan Elorrio, se marcha a pie de un Madrid bombardeado y pone rumbo a Valencia, desde donde piensa escapar a París. Los primeros capítulos del libro se encuentran dentro de la mejor tradición barojiana y recuerdan el deambular del protagonista de Camino de perfección. Elorrio, acompañado de un músico ambulante recorre los caminos de un país en el que, a pesar de la guerra, las cosas están en apariencia bastante tranquilas. Viviendo a salto de mata, Elorrio reúne algunas historias sobre uno y otro bando y sobre la sufrida gente de a pie que trata de continuar su vida como puede mientras aguarda tiempos mejores.

Esa recopilación de anécdotas sobre la contienda será la tónica general de la novela, así también durante la temporada que Elorrio pasa en la Valencia republicana. Sin embargo esas anécdotas nunca son truculentas. Sin dar una imagen buenista de la guerra, no se complace en lo macabro y pone más bien el acento en la paralización de todo un país (junto con la vida de sus gentes) que una contienda significa. La pérdida de recursos, de desarrollo, de progreso de un país que precisamente andaba bastante escaso de ellos es lo que lamenta el narrador de Los caprichos de la suerte.

No se piense por ello que Pío Baroja era neutral en sus ideas. El libro deja traslucir de forma nada ambigua la opinión de que los oprimidos mejor harían en contentarse con su suerte y en conformarse con el poquito de progreso que las élites tuvieran a bien concederles. El talante pesimista del autor le empujaba a pensar que era muy difícil cambiar una situación que se perpetuaba desde el inicio del mundo y que un intento de mejorarla sólo podía traer males mayores.

Ya en París, Elorrio tratará de ganarse la vida y se mantendrá en contacto con los exiliados españoles, mientras ve avecinarse una nueva conflagración, esta de calibre mundial. Como siempre Pío Baroja presenta una variedad de personajes pintorescos cuyas peculiares historias se entrecruzan a lo largo de las páginas de la novela. Con ellos no solo retrata el exilio español, sino también la situación cada vez más inestable que se vivía en la Francia próxima a entrar en guerra.

Los caprichos de la suerte tiene, como se ve, el sello del autor y muchos de los componentes que tanto nos hacen disfrutar con sus novelas. Pero también resulta evidente que todavía necesitaba bastante trabajo más para ser una obra publicable. Hay lagunas temporales, repeticiones y en general mil pequeños detalles que la señalan como obra no acabada.

Dado que Pío Baroja fue un escritor bastante prolífico merece la pena dedicarse primero a aquellas novelas que vieron la luz en vida del autor y, si sobra tiempo, a las publicadas de manera póstuma.

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