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Las ilusiones

11 de junio de 2013. Alan Queipo

Los universos mentales de un cineasta suelen virtualizarse y hacerse carne, a la vez, a través de algún tipo de obra audiovisual que por vías más o menos directas, evocativas o literalmente explícitas, queden plasmadas y captadas para la posteridad. Jonás Trueba lleva focalizando y proyectando sus tormentos y atajos emocionales a través de un objetivo desde la cuna. Normal: hijo de Fernando, sobrino de David y joven avezado en las artes audiovisuales que debutó hace tres años con Todas las canciones hablan de mí tras un período en la mina del campo experimental audiovisual como cortometrajista y estudiante. Ahora ha ideado un proyecto que convierte la desidia y el escepticismo de la juventud actual, a la que pertenece, en un potencial ejercicio conceptual de cine dentro de cine, de cine fuera de cine, de alternativa estatal a Los inútiles de Federico Fellini y a Los Idiotas de Lars Von Trier, de alegato generacional y de la creación de una vía alternativa para reciclar la tristeza y poner el foco en la posibilidad de hacer cine desde el mismo planteamiento por el cual, supuestamente, no se puede hacer.

Los Ilusos, además de haberse convertido en una de las sensaciones indies o de cine de guerrilla de lo que llevamos de 2013, es un alegato con varias patas para un banco: de momento, el film en sí mismo, que aún se puede ver en day & dates concretos en la Cineteca del Matadero de Madrid; y ahora, Las ilusiones, una suerte de anteproyecto y post-proyecto, utilizable tanto como complemento añadido de la película como también expedicionario de exhalación interior de ideas plasmadas en el film o que perecen en este cuaderno de notas público-privado que publica a través de Periférica. Y es que Las ilusiones, además de ser el “proyecto lírico” por el cual nace Los Ilusos, es un cuaderno de bitácora, de viaje previo, un falso blog, un vómito de ideas, un diario íntimo, un volcado sin Final Cut de imágenes futuribles o abortables, un falso poemario, un compilado de pequeños párrafos para potenciales escenas o ideas que, con ese halo bohemio, gris y solitario aunque por momentos también ñoño y naif, dotado de una sinergia obsesiva por conocer los procesos, consigue filmar una película en páginas y, a su vez, un relato breve mutado a guion indescifrable. Nos quedará la duda de si Las ilusiones podría haber sido la mejor película sin película de no haber existido Los ilusos y de no centrarnos en la atención y expectativas que ha conseguido el film en estas últimas semanas, el complemento fantasma que proyectase una película que nunca sucedió ni se realizó y si, de esta manera, hubiera conseguido transgredir aún más las fronteras de lo videográfico.

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