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La soledad del corredor de fondo

14 de octubre de 2014. Sr. Molina

Si en Sábado por la noche y domingo por la mañana teníamos un personaje inconformista y contrario a las normas que impone el sistema, en La soledad del corredor de fondo encontramos un protagonista que lleva su oposición al límite. Colin Smith representa la figura del rebelde como pocas veces se ha mostrado en la literatura reciente: un chaval de convicciones firmes, sabedor del puesto que ocupa en la jerarquía social y dispuesto a enfrentarse a todo y a todos para llevar la vida que considera que debe vivir. Una lucha que exige la constante asunción de riesgos… y de derrotas.

La soledad del corredor de fondo consta de varios relatos, pero es en el primero y que da título a la colección en el que se halla lo mejor de Alan Sillitoe como cronista de un tiempo y una época en los que la rebeldía constituía un eterno conflicto generacional y social. El relato lo escribe el propio Colin desde su confinamiento en el reformatorio después de robar en una panadería; condenado a unos meses de reclusión, el muchacho se descubre capacitado para el atletismo y se entrena para una carrera entre varias instituciones del país en la que sus carceleros tienen puesta toda su confianza en su victoria. Mientras corre para prepararse, el joven hace memoria de sus andanzas y disecciona esa sociedad en la que le ha tocado vivir.

La novela tiene dos virtudes incontestables: ser testigo y voz de un momento generacional que rompió moldes (más allá de las fronteras británicas) y estar escrita con un estilo fresco, cercano y convincente. Pese a la dificultad de crear un discurso que sonase verídico a través de la voz de un joven de clase obrera, Sillitoe logró salir airoso y la narración se desenvuelve con soltura, y sobre todo haciendo gala de una credibilidad bastante sólida. Las narraciones en primera persona pueden adolecer de una falta de viveza notable, o bien de resultar algo impostadas (como ocurre en algunos pasajes de El guardián entre el centeno, por ejemplo); en este caso, el autor consigue aunar la descripción coherente de sentimientos con la naturalidad de la historia oral, al estilo de las conversaciones.

Colin resulta ser un protagonista atípico: un anti-héroe que, sin embargo, reúne sin saberlo un puñado de cualidades que lo ensalzan y lo convierten en un ejemplo. Lejos del arquetipo del chico conflictivo de clase baja, Sillitoe otorga a su personaje unos ideales coherentes con su existencia, pero también con una incomprensión del entorno que lo humaniza. El muchacho no es ningún líder revolucionario, ni un observador idealista: movido por impulsos, vivaz y pendenciero, Colin es simplemente un chaval con ganas de vivir, consciente de las desigualdades que le rodean y que le impiden, precisamente, desarrollar su existencia y sus sueños. La rabia que expulsa en cada zancada de su carrera, tanto metafórica como real, es fruto de una sociedad injusta que discrimina, oprime y censura a partes iguales; cuando el protagonista percibe con claridad esa desigualdad, su forma de pensar cambiará inevitablemente:

"Ya veis, mandándome al reformatorio me han mostrado la navaja, y de ahora en adelante sé algo que no sabía antes: que ellos y yo estamos en guerra. En guerra perpetua. […] ahora que me han enseñado la navaja, y decida o no volver a clavarla a lo largo de mi vida, sé quienes son mis enemigos y sé lo que es la guerra."

De ahí que Colin encauce esa rabia en su carrera, que nos sirve a los lectores para interpretar su acto de rebeldía y su compromiso con su propia visión de la sociedad. Su soledad es la nuestra, lo de todos, la de aquellos enfrentados con la injusticia. Una soledad que tal vez no sea tal, sino el acto de valentía de alguien que vive de acuerdo a sus principios.

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