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La náusea

20 de febrero de 2017. Sr. Molina

Si La náusea sobresale por algún motivo en la historia de la literatura es, sin duda, por el papel que jugó como texto seminal del movimiento existencialista de mediados del siglo XX. Jean-Paul Sartre escribió una obra que representa como pocas esa sensación de vacío que parece aquejar al hombre contemporáneo desde los albores de la modernidad; un vacío (una «náusea») que pervierte la percepción del mundo y aboca a una existencia frágil, caótica y sin aparente propósito. Una filosofía que tuvo su auge en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial como consecuencia del horror que el mundo había visto surgir en las primeras décadas del siglo pasado.

En la novela esta sensación se encarna en el protagonista, Antoine Roquentin, que se ve invadido por una mal que afecta a su visión de lo que le rodea; él lo denomina náusea y lo percibe «como una enfermedad, no como una certeza ordinaria ni como una evidencia». Incapaz de concretar esa vivencia, Antoine se mueve por Bouville —la villa en la que trabaja en la elaboración de una biografía histórica— como una suerte de fantasma: un hombre que busca la respuesta a su propia existencia, a su propia visión de las cosas, pero que se topa una y otra vez con la inutilidad de comprenderse a sí mismo (y mucho menos a los demás). En sus paseos por la ciudad, en sus conversaciones con ciudadanos y compañeros de trabajo, en sus recuerdos de su asendereada vida, lo único que parece descubrir es un vacío, un caos al que se ve impotente para imponer orden.

Jean-Paul Sartre dibujó en estas página esa angustia (si prefieren el término angst) que define al ser humano en su relación con un universo cada vez más enorme, oscuro y amenazador. En palabras de Roquentin: «cuando uno vive, no sucede nada. [...] Nunca hay comienzos»; el protagonista se siente perdido en un lugar (¿su ciudad; su país; su mundo...?) que no aprehende y sobre el que necesita elaborar una visión certera. Mientras se relaciona con otras personas y piensa en lo que ha vivido y espera vivir, el protagonista trata de ordenar circunstancias caóticas y ominosas. Su visión de la náusea en un paseo por un parque es un revelador momento en el que miedo, angustia y futilidad se aúnan para amenazar el equilibrio de Antoine.

No es baladí el que el libro se estructure en forma de diario, ya que Roquentin utiliza la escritura de sus vivencias como un mecanismo de comprensión de la realidad. «No necesito hacer frases. Escribo para poner en claro ciertas circunstancias. [...] de pronto uno siente que el tiempo transcurre, que cada instante conduce a otro, éste a otro y así sucesivamente». Como vemos, el protagonista necesita desesperadamente entender lo que le pasa; por qué su vida transcurre de una manera y no de otra; por qué las gentes con las que se topa actúan de una forma y no de otra, etc. Después de sentir la náusea solo es capaz de percibir la futilidad de la vida, la aleatoriedad de nuestros actos y el despropósito de nuestros sueños.

Solo a través de la escritura de su diario encuentra Antoine algo de paz. Y es por ello que sus deseos, al final de la novela, se encaminan a la posibilidad de crear un libro que pueda servirle como vehículo de comprensión, como elemento de estabilidad. El arte como salvación, si se quiere ver así, pero sobre todo de entendimiento. La literatura como luz que iluminaría su pasado, en sus propias palabras, y que por tanto le serviría de llave para comprenderse mejor.

Más allá de sus méritos literarios, La náusea es un libro capital para entender un poco mejor esa sociedad de mediados del siglo XX que perdió muchos de sus referentes morales y luchaba por (re)situarse de nuevo en el camino del progreso. Una novela con momentos oscuros y desesperantes, pero también con una visión certera sobre el papel que jugamos en este caos al que denominamos «universo».

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