Pasión por leer. Pasión por escribir.

Portada > Crítica > La-nieve-estaba-sucia_188.html

La nieve estaba sucia

15 de julio de 2014. José Angel Sanz

La nieve estaba sucia puede ser una de las novelas más extrañas jamás escritas por Georges Simenon. De las más de 200 que se le atribuyen, bajo su nombre y con la firma de varios seudónimos, puede que sea también una de las más extraordinarias. Sus protagonistas, sus personajes, vuelven a ser hombres de intenciones dudosas, dueños de una vida en la sombra, pero esta vez su apariencia es también ruin, despreciable. El autor no da respiro; desde la primera página su criatura acecha, hostiga, oposita a perfecto antihéroe. Su entorno le protege. La fría y rigurosa narración se pone al servicio de las andanzas de un errabundo enfant terrible fuera de rango, identificable con dificultad, siempre imprevisible, ajeno a la lógica.

El contexto de esta novela de 1948 que recupera la editorial Acantilado es el de una ciudad europea, cuyo nombre nunca se menciona, ocupada por las tropas del Tercer Reich. Bajo el sometimiento nazi, en ese ambiente de opresión, hambre y miedo, en el que las leyes son arbitrarias, algunos encuentran el perfecto escenario en el que prosperar. Frank Friedmaier, un adulto precoz, de apenas 19 años, es uno de los que más y mejor lo hacen. El lector vive su degradación moral y los consecuentes estragos morales y físicos que la impunidad de sus actos le provoca.

Lo que distancia a La nieve estaba sucia de, por ejemplo, Extraños en la casa, es la firme convicción de que no hay nada éticamente salvable en Friedmaier. En Los crímenes de mis amigos el autor belga ya se preguntó cuál es la génesis del asesino, pero el estilo por el que opta en esta novela es otro; aquí la suciedad se apodera de la blanca nieve apenas unos segundos después de que esta toque el suelo. El perfil psicológico vuelve a ser de precisión quirúrgica, nada queda al azar y está esa forma que tenía Simenon de ilustrar el sentimiento más profundo con el único vocabulario de los objetos comunes y las acciones más simples. El autor que fascinó tanto a André Gide como a García Márquez seduce y resplandece, a pesar de lo que cuenta. En La nieve estaba sucia es más Simenon que nunca.

Comentarios en estandarte- 0