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La maldición de Lono

07 de agosto de 2016. Alan Queipo

Pagarle un billete a Hawái con todos los gastos cubiertos a Hunter S. Thompson para que hiciese un reportaje sobre una maratón que iba a acontecer en la isla del Pacífico en 1980 no parece que fuese a ser un gran negocio, al menos visto con la perspectiva del paso del tiempo, que nos hace conocer al creador del periodismo gonzo más por sus excesos que por la efectividad de sus piezas.

Mal visto: el reportaje, apenas unos cuantos párrafos describiendo la maratón de Honolulú desde una perspectiva diferente, con su extra de ácido en la literatura y su foco puesto más allá de unos cuantos tipos en pantalones cortos, camisetas sin mangas, bandanas rodeando su flequillo y un número que los marcaba como ganado runner, era una excusa.

Thompson aprovechó su viaje a la isla polinesia no sólo para darse el gustazo de conocer una de las islas más exóticas y lujosas de Centroamérica, sino también para darse la vida padre con amigos destroyers suyos y lograr ver lo que un simple cronista no suele ver: la idiosincrasia de los sitios, el contexto, la evolución de su historia, el ritmo de los acontecimientos y de sus gentes, las desigualdades y cercanías entre una sencilla isla vacacional y una superpotencia mundial.

El periodista ha visto todo eso y mucho más. Y lo ha visto a través de Lono, un dios que hace las veces de médium para poner conectar y epatar en un ámbito y entorno desconocido para él, pero que logra conectarlo con la idiosincrática locura de la población hawaiana: una locura descrita magistralmente en La maldición de Lono por un Hunter S. Thompson que consigue hacer de un reportaje nimio un magistral libro que es, a su vez, un retrato sociocultural, un reportaje de doscientas páginas, un libro de post-periodismo, un relato de realismo irreal y una exploitation literaria que consigue des-generar los géneros literarios e instaurar la explosividad de la mirada singular como posibilidad para hacer de un cuadro frívolo una auténtica epopeya narrativa.

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