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Juegos reunidos

17 de septiembre de 2016. José Ángel Sanz

Dice Marcos Ordóñez en una entrevista que «también la imaginación está basada en la memoria». La frase se las trae y, bien pensada, parece obvia si es cierto aquello de que solo podemos soñar e imaginar cosas que hemos visto o sentido antes. Ordóñez, excelso crítico de teatro y ya extenso novelista, conocido colaborador de El País, debió de escribir este Juegos reunidos casi como un regalo, a su propia memoria y también como un honesto homenaje a la de todos.

En todos sus escritos se aprecia cierta generosidad, pero esta vez va más allá. Aquí hay lugar para los relatos breves, los recuerdos y las crónicas emocionales por un tiempo extinto, el de la Barcelona de los años 70 en la que se crió y vivió el escritor adolescente y joven. Sus filias y fobias, sus afanes. Su interés por la música, la literatura y el cine, a los que tenía un creciente acceso. Un juego de juegos entendido como crónica sentimental. O exactamente al revés.

En la memoria de Marcos Ordóñez brillan con luz propia lasa salas de cine o los bares, de todo tipo y pelaje. Muchos hoy ya desaparecidos, otros, los menos, resistentes al paso del tiempo. Hablamos de un libro que, como esos perfumes que nos retrotraen a momentos y lugares del pasado, es capaz de invocar con su aroma sus propios recuerdos. Y lo mejor es que muchos no son nuestros, por edad o ubicación, pero sí somos capaces de vernos en ellos. Por estos Juegos reunidos pululan Jaime Gil de Biedma y Juan García Hortelano y se describen con guasa y complicidad las variopintas andanzas con Sisa y Gato Pérez. Emociona, por ejemplo, leer sobre la hoy casi desconocida para el gran público Mercedes de la Aldea, fallecida a los veintidós años de forma trágica.

Estos juegos reunidos son también caprichosos, en forma y fondo, así que es interesante acercarse a ellos picoteando de aquí para allá. Hay un último guiño divertido en el libro que dice mucho del espíritu jovial con el que ha sido editado por Libros del Asteroide; un desplegable juego de la oca por el que se asoman Francois Truffaut, Bob Marley o el icónico Mel's Drive In de American Graffiti, que aparece también en la portada.

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