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Hombres felices

31 de mayo de 2016. Eduardo Cruz Acillona

Confesaba Borges en una ocasión haber cometido «el peor pecado que uno puede cometer: no he sido feliz». Sin embargo, Leon Tolstoi afirmaba que sólo hay una manera de ser feliz: «vivir para los demás». En ese sentido, deberíamos concluir que Borges sí debió ser una persona feliz pues vivió y, sobre todo, escribió para los demás. Y sin embargo...

Raro es el filósofo, el pensador, el escritor que no haya reflexionado alguna vez sobre la naturaleza de la felicidad, su alcance, su duración o la fórmula secreta para conseguirla. Hasta el más pesimista de los grandes pensadores de la Historia, el filósofo alemán Schopenhauer, escribió el famoso tratado El arte de ser feliz. También esa reflexión se cuela por entre los relatos que componen el nuevo libro de Felipe R. Navarro, Hombres felices.

Lejos de ser, ni parecer, un libro de autoayuda, no es este tampoco un catálogo completo de los diferentes modos en los que la felicidad se nos manifiesta, ni mucho menos. Es más, por sus páginas desfilan personajes a los que no se les atisba ni un simple bosquejo de felicidad. Al menos, en el instante en que son retratados por la mirada del autor.

Como cuadros de Edward Hopper (uno de ellos protagoniza, precisamente, uno de los relatos, “El modelo”), Felipe R. Navarro se detiene en un instante de la vida de sus protagonistas. Los observa, ve cómo actúan, como interactúan con su entorno y nos lo cuenta. Son pequeñas escenas dentro de una gran historia que es la vida de cada uno de ellos. Son intrahistorias que merecen la pena ser destacadas y contadas. En algunas hay felicidad. En otras, se intuye que en el algún momento la hubo. Hay un hombre que no es feliz porque le visitan fantasmas sin sábana blanca (“Soy el lugar”). Hay un hombre que es feliz empujando una gran piedra ladera abajo (“Orígenes del turismo”). Hay un hombre que no es feliz en medio de un montón de gente que festeja una celebración (“Apuntes para una celebración”). Hay un hombre que es feliz jugando al fútbol con su hijo (“Amarillo limón”). Hay, también, otros hombres cuya felicidad siempre tiene un pero, una esquina oscura que empaña la alegre vistosidad de la imagen. Así es la vida. Y de su relatividad se alimenta Felipe R. Navarro para desplegar ante nosotros una colección de sugerentes excusas para mirarnos a nosotros mismos y descubrir esas pequeñas intrahistorias que tenemos guardadas y que son las que realmente merecen la pena. Quizás no podamos ser los narradores de nuestro propio destino, pero sí tenemos el poder de contarnos una y otra vez esos momentos que conformaron una sensación muy cercana a la imbatibilidad, a la invulnerabilidad; a la efímera pero plena felicidad.

Quince años después de su primer libro de relatos (Las esperas, Renacimiento, 2000) Felipe R. Navarro regresa a la narrativa breve y lo hace, según sus propias palabras, feliz. Si en su día abandonó la literatura por una decisión personal y plenamente consciente, a ella ha vuelto despacio, «inconscientemente», afirma. Pero lo hace por la puerta grande y, lo que es más importante, insisto, lo hace feliz.

No pretenda el lector encontrar aquí las claves para conseguir su propia felicidad. Pero atienda con especial detalle a la nota de agradecimientos con la que se cierra el libro. Encontrará allí un completo listado de hombres y mujeres felices, esos que entran por derecho propio en la categoría de “amigos” y sin cuya compañía se hace mucho más cuesta arriba terminar siendo uno más bajo el techo del título de este libro.

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