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Henry y Cato

17 de septiembre de 2013. José Martínez Ros

Iris Murdoch fue una de las mejores novelistas en lengua inglesa del siglo XX y, probablemente, de todos los tiempos; además de eso -que es incuestionable tras la lectura de fabulosos novelones como Bajo la red, El mar, el mar o El príncipe negro, obras tan extensas como intensas, cuajadas con un poderoso sentido de la intriga, con personajes llenos de secretos, con tramas yuxtapuestas que se entrelazan y desentrelazan con una pasmosa/diabólica habilidad, con giros inesperados, impredecibles malentendidos, impregnadas de un delicioso sentido del humor y, sobre todo, escritas con una de las mejores prosas de su época- es, sobre todo y ante todo, una de las autoras más divertidas de la historia de la literatura.

Las novelas de Iris Murdoch son tan entretenidas y subyugantes que, quizás, por ese mismo motivo no suelen ser apreciadas como las genuinas obras de arte que son. Ahora, Impedimenta nos trae Henry y Cato, que es tanto un inmejorable portal de entrada en el maravilloso y, a veces, estrafalario mundo literario de Murdoch, para los que aún no lo conocen, como un muy dichoso reencuentro para sus más avezados seguidores. Como suele suceder en las obras de Iris Murdoch, Henry y Cato empieza presentándonos a unos protagonistas en plena crisis vital y existencial que ni siquiera se conocen, cuyas erráticas trayectorias no tendrían ni siquiera por qué coincidir, pero cuyos destinos no tardarán en volverse enigmáticamente paralelos. Henry, un joven refinado, epicúreo y burlón, para el que la vida es un inmenso espectáculo de desorden y nihilismo, regresa a Gran Bretaña después de una larga estancia en Estados Unidos: es el heredero de una tremenda fortuna que, sin embargo, no desea (por ciertos motivos que conviene no desvelar). Cato es un sacerdote que tiene que enfrentarse a sus propios -y numerosos- demonios internos y a un desgraciado enamoramiento por un joven marginal, criminal en ciernes. A partir de ahí, la laberíntica trama no deja de crecer y enredarse: tenemos una joven alocada que se prenda del irónico Henry, una maravillosa epifanía ante un cuadro de Tiziano, un secuestro, un montón de dinero en juego, un ingente elenco de secundarios, cada uno de ellos dotados de una complejidad shakesperiana y hasta una pistola (no diremos si alguien va a apretar el gatillo, o no).

A lo largo de Henry y Cato, Murdoch sostiene su mágico castillo de naipes gracias a una escritura que parece combinar el más puro realismo dickensiano con una atmósfera entre onírica y siniestra que nos convence de que cualquiera cosa -¡y en esta novela realmente, llegado a cierto punto de la historia, crees que puede suceder cualquier cosa!- es posible y una portentosa capacidad para la observación y el análisis psicológico.

En fin, no sé qué esperan para comenzar a leerla.

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