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Gloria

27 de septiembre de 2011. Sr. Molina

Sobre las virtudes de don Benito Pérez Galdós poco podemos añadir a lo que ya se ha dicho; de hecho, quienes nos siguen saben de nuestra admiración por el escritor canario y por la revolución narrativa que introdujo a finales del siglo XIX. Gloria no es una de sus obras más representativas y, tras su lectura, no es difícil comprender el porqué, ya que el nivel del libro (sobre todo en cuanto a temática y posterior desarrollo) queda por debajo de otros grandes textos suyos.

Gloria narra la historia de una joven burguesa que habita en una pequeña villa cántabra. Inteligente aunque sumisa, la muchacha es ágil de pensamiento y le gusta poner en duda lo que la sociedad le muestra como incontrovertible; su padre, acomodado terrateniente, y su tío, obispo muy respetado, no ven peligro alguno en este conato de libertad intelectual que Gloria se permite. Sin embargo, la vida de todos ellos dará un vuelco cuando rescaten del mar a un hombre extranjero, nativo de Hamburgo, que no profesa la religión católica y que se enamora de la protagonista, siendo rápidamente correspondido. Pronto las diferencias religiosas se convertirán en el principal escollo al que deben hacer frente para superar lo imposible de su pasión.

Es bien sabido que Galdós no se privaba de verter ideas en sus novelas y de plantear en todas ellas cuestiones de actualidad o de importancia: textos ideológicos cuya virtud fue ir más allá de las tesis para adentrarse en la psicología de sus personajes. En este caso, el libro se centra en las diferencias que los distintos credos tienen y los abismos que se pueden crear entre las personas debido a ello. Gloria y Daniel, los enamorados protagonistas, se encuentran en una situación imposible, ya que la sociedad les repudia por sus diferencias. Lo que el escritor denuncia, por encima de todo, es la hipocresía de unas personas que ponían la apariencia (el culto, la observancia de ciertas costumbres) por delante de la verdadera fe, la que uno profesa en su interior.

En los últimos años del siglo XIX, durante la Restauración, la autoridad de la Iglesia y la convivencia con un racionalismo crítico fueron cuestiones de gran calado. Galdós las vuelca en esta obra con gran acierto, ya que los distintos personajes representan unas y otras posturas, aunque sin llegar nunca a la caricatura burda o al arquetipo ramplón. El obispo y tío de Gloria, don Ángel, por ejemplo, es presentado como una persona cabal, sencilla y de buen juicio, aunque por motivos obvios se oponga a la relación de los jóvenes. El terrateniente Juan Amarillo, posterior alcalde del pueblo, es la encarnación de los prejuicios y de las apariencias, siempre preocupado por su posición social y por la opinión de sus conciudadanos, por encima de su responsabilidad. Así, los variados personajes conforman un retablo de ideologías y pareceres muy diverso, pero siempre tratado con mucha perspicacia.

El autor no se priva de criticar esa falsa religiosidad que tanto daño hizo y hace en España: en varias ocasiones arremete contra la idea de que un país que se dice adalid del catolicismo no tenga ni una de las virtudes que dice defender, y que sus habitantes sólo vivan esa fe de puertas afuera, llevando existencias privadas que contradicen cualquiera de los preceptos que se esgrimen en público. «¡La religión!», afirma en un momento Daniel, «Sombra terrible proyectada por nuestra conciencia, en todas partes la encontramos; no nos permite ni una idea libre, ni un sentimiento, ni un paso. Es en verdad tremendo que lo que viene de Dios parezca a veces una maldición.»

El desenlace es lo único que desmerece de la novela, ya que toda la fuerza de Gloria va quedando progresivamente destruida en pro de una religiosidad que, si bien es considerada de una forma individual, no hace sino perpetuar un espíritu de sacrificio mal entendido, del que se abomina en otras partes del libro. Con todo y con eso, Gloria es una novela como la copa de un pino que pone de manifiesto la modernidad de un autor de hace más de un siglo. Casi nada.

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