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Cada día es del ladrón

28 de noviembre de 2016. Sr. Molina

Recordando el espléndido Ciudad abierta que me encandiló hace unos años, abordé la lectura de Cada día es del ladrón con la esperanza de toparme con un libro al menos igual de interesante. El resultado ha sido descubrir un texto que se ocupa de una realidad social alejada en el ámbito geográfico con una mirada familiar y crítica; pero también una obra sin la personalidad que caracterizaba Ciudad abierta ni la fuerza de una prosa que combinaba la sutileza y la profundidad a partes iguales.

Cada día es del ladrón (referencia a parte de un proverbio yoruba) cuenta el viaje que el propio Teju Cole hizo a su Nigeria natal en el año 2006. Después de vivir en Estados Unidos y desarrollar su carrera profesional, el narrador deambula por algunos escenarios de su infancia y adolescencia proporcionando una mirada que aúna la extrañeza del visitante con la añoranza del emigrado. Cole observa con cierta estupefacción la anuencia que presentan los nigerianos ante la corrupción; o el escaso desarrollo cultural de Lagos; o el peligro latente en una sociedad que se sustenta en unas enormes desigualdades sociales.

Lo más interesante del libro es, sin duda, la constante oposición que el narrador/escritor establece entre lo que recuerda y lo que ve. Muchas cosas siguen igual, pero otras tantas han cambiado de manera radical; Teju Cole confronta sus recuerdos con la realidad que contempla y ofrece una perspectiva que ilumina los hechos, haciendo que el lector encuentre un punto de equilibrio para hacerse una idea cabal de las situaciones.

El papel de la educación y la cultura en la sociedad nigeriana preocupa y emociona al narrador a partes iguales. En su visita al Museo Nacional de Lagos solo encuentra desidia y unas instalaciones que se sumen en la ruina; sin embargo, halla en el Centro Muson (acrónimo de Musical Society of Nigeria) un enclave de vida cultural y agitación social. Como él mismo afirma:

«Para un pueblo es importante tener algo propio, algo de lo cual enorgullecerse [...]. Al mismo tiempo es vital contar con un foro significativo de interacción con el mundo. [...] El arte puede lograrlo. La literatura, la música, las artes visuales, el teatro, el cine».

Esa es la característica principal de Cada día es del ladrón: su bella y encendida defensa del arte y la cultura como seña de identidad de los pueblos y tabla de salvación frente a la decadencia. Cole es testigo de actos de violencia o de corrupción constantemente, pero también ve con esperanza cómo algunos hombres y mujeres se consagran al desarrollo de sus congéneres mediante la enseñanza, las artes o el estudio. El futuro, parece concluir, pertenece a estos últimos.

Como demérito obvio de la obra cabe señalar que el estilo preciosista y minucioso de Ciudad abierta deja paso aquí a una mera observación del entorno. Es cierto que el autor refleja su mirada y, por lo tanto, deja entrever rasgos de su personalidad como escritor; pero el tono general es menos literario y más cercano a la crónica. Algo que hurta la ocasión de disfrutar del talento de Cole como narrador.

Con todo y con eso, Cada día es del ladrón es un hermoso canto a la cultura y el arte como elementos transformadores y vivificadores para una sociedad. Un mensaje capital, hoy más que nunca.

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