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Atlas de países que no existen
13 de febrero de 2017. José Ángel Sanz
Akhzivland tiene una superficie de 0,01 kilómetros cuadrados y dos ciudadanos. Ubicada en Israel, entre Nahariya y Líbano, declaró su independencia en 1971. Eli Avivi, su fundador, se enfrentó con una metralleta a las excavadoras israelíes cuando vio comprometida la existencia de su nación en lo más parecido que ha sufrido nunca a un ataque de una potencia extranjera.
Dinetah, entre Arizona y Nuevo México, es la nación india más grande dentro de una reserva de EEUU. El navajo, el hopi y el inglés conviven en los más de tres millones de personas que lo habitan, descendientes de toda una generación de navajos que murió de cáncer en las minas de uranio en las que trabajaron después de enfrentarse a los japoneses en la II Guerra Mundial.
Sealand no es un parque de atracciones, sino una plataforma de acero y hormigón, a 10 kilómetros de la costa de Suffolk, en el Reino Unido, que defiende su propia soberanía y las sus aguas territoriales, localizadas en un radio de unas doce millas. Se fundó en 1967. Paddy Roy Bates, autodenominado Su Alteza Real Príncipe Roy de Sealand, fue quien proclamó la existencia de un principado que registra un censo de 27 habitantes, pero en el que pocas veces al año residen más de cinco personas a la vez.
Akhzivland, Dinetah y Sealand son solo tres de los 50 estados que el escritor y Catedrático de Geografía de la Universidad de Oxford Nick Middleton recopila en Atlas de países que no existen. Un compendio de cincuenta estados no reconocidos y en gran medida inadvertidos. Algunos reconocidos oficialmente, otros en un limbo administrativo. Otros cuantos, apenas poco más que en la imaginación de sus propulsores pero naciones en la práctica, ante el desinterés de las administraciones concernidas.
Nick Middleton reconoce en el prólogo que fue difícil discriminar qué naciones incluir en su recopilación, porque el número de países que no hemos estudiado en la escuela es mucho mayor al medio centenar por el que finalmente ha apostado. Estos países cuentan, eso sí, con bandera, alguna forma de gobierno, una conciencia nacional y la reivindicación propia de un territorio. Encontramos casos conocidos, como el de Crimea, Rapa-Nui, el Tíbet o Taiwán, pero también lugares tan singulares como Pontinha, de 4 habitantes, en la isla de Madeira, fundada por la Orden del Temple y soberana desde 1903. O Rutenia, que solo fue independiente 24 horas, en 1939. Middelton ha excluido, atención, a Euskadi, Quebec y Escocia. Pero sí que incluye a Cataluña. Advierte, para evitar suspicacias, que «no están todos los que son, pero sí son todos los que están».
La mayoría de los países pertenecen a las Naciones Unidas No Representadas (UNPO o UNN), un organismo internacional y alternativo, fundado en 1991, desde el que reivindican sus derechos. En el atlas, dividido en los cinco continentes, no faltan los mapas para saber dónde se encuentra cada país, así como los datos imprescindibles en cada caso (nombre, bandera, año de declaración de soberanía, capital, población, superficie, continente e idioma).
No solo se trata de un libro vistoso y repleto de información amena con la que convertirse en imbatible jugando al Trivial Pursuit, sino que es también una ventana a un asombroso mundo paralelo al nuestro, que cuestiona esa cambiante construcción política y cultural que llamamos país.