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Historia de dos ciudades

28 de agosto de 2012. Sr. Molina

Entre las obras más conocidas de Charles Dickens se encuentra, sin lugar a dudas, esta novela histórica que se enmarca en los años de la Revolución Francesa. No piensen, no obstante, que el término «novela histórica» significa lo que solemos entender hoy día: el escritor inglés sólo se sirve de las circunstancias para poner en escena personajes, situaciones y desventuras completamente imaginarias, si bien circunscritas a un momento muy concreto de la Historia y con una gran carga simbólica. Lejos de ofrecer un retrato detallista de los años de la revolución en tierras francesas, Dickens se sirve de sus protagonistas para hablar de los temas que siempre le habían preocupado: la pobreza, la rectitud, la lealtad, el orgullo o la familia.

En Historia de dos ciudades se narra la vida de Charles Darnay, un francés emigrado a Inglaterra en su juventud a causa del aborrecimiento que siente hacia su familia, de origen noble. En su huida ayuda a un expreso de La Bastilla y a su hija a salir del país, forjando una amistad que terminará en boda con la muchacha. Años después (justo durante los años de la Revolución Francesa), y debido a un lazo de amistad, se verá obligado a regresar a París poniendo en peligro su vida, ya que su aristocrática familia ha causado mucho sufrimiento a algunos de los revolucionarios más feroces… De ahí en adelante, una sucesión de acontecimientos pondrá en escena multitud de personajes que se relacionan con el protagonista de un modo u otro y que llevarán a la historia hacia su (como no podía ser de otra manera) turbio desenlace.

No creo que esta novela se cuente entre las más excelentes de Dickens: ni por su cohesión ni por la consecución de su trama (o tramas). Sin embargo, sí que hay algo que conviene resaltar; algo que Dickens hacía con habilidad mayúscula, y que no es otra cosa que la creación de personajes inolvidables. Como siempre, el maestro inglés se apoya en rasgos concretos para retratar a sus protagonistas, haciendo de ellos arquetipos de virtudes y defectos y, al mismo tiempo, ejemplares únicos por su singularidad. Sydney Carton es el ejemplo más ilustre del libro, ya que constituye una de las creaciones más conmovedoras de toda la obra de Dickens: un hombre atormentado por sus debilidades, en apariencia incapaz de abordar ninguna empresa, se revelará al final de la obra como un ser de bondad inmensa, poseedor de un amor puro y desinteresado que puede llegar al sacrificio absoluto en pos de lo que considera correcto. Y, por supuesto, y como ocurre en otra muchas obras del autor, la galería de personajes secundarios es casi tan rica como la de los principales. Ahí está la tabernera Defarge, encarnación del odio irracional (y a través de la cual se sirve el escritor para lanzar una feroz crítica a las personas que se aferran a sus ideales por encima de la consideración ética de sus actos); o el señor Lorry, encargado de las finanzas de la familia del protagonista, un adorable personaje cuya lealtad es incuestionable; o la señorita Pross, aya de la mujer de Darnay, una mujer de origen humilde que mostrará sin ambages su valentía y decisión cuando las circunstancias la obliguen a ello.

Todo en Historia de dos ciudades recuerda al mejor Charles Dickens, excepto quizá la coherencia general de la obra; tenemos muchos cambios de escenario y foco que en ocasiones son bruscos, descuidados, con lo que pueden llegar a oscurecer el buen devenir de la trama. Dado que, como muchas otras novelas, ésta se publicó por entregas, es lógico pensar que la cohesión era difícil de alcanzar al no tener un claro concepto de globalidad. Pese a todo, la maestría inconfundible de Charles Dickens está presente en todas sus páginas, desde sus descripciones hasta sus inolvidables personajes. Un placer, como siempre.

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