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Viajar en libro

¿Se puede viajar a través de los libros? ¿Y qué es si no leer?

07 de abril de 2024. Paloma Serrano Molinero

Qué: ¿Se puede viajar a través de los libros?

«¿Mamá, qué es viajar?» Es un niño de tres años y, como todos nosotros, lleva más de un año prácticamente sin salir de casa. Hace unos días le hizo esta pregunta a su madre. Es una cuestión que, hace unos meses, no nos cabría en la cabeza siquiera contemplar.

En estos tiempos es quizá más urgente —aunque no más importante que ha sido siempre— fomentar hábitos de lectura en los más pequeños, en los jóvenes. Y retomarlos nosotros mismos, si es que en algún momento nos hemos despistado.

No importa el libro. Para comenzar a leer, para aprender a querer los libros, cualquier aventura es buena: volar al país de Nunca Jamás, pasear por el Bosque de Sherwood o dejarnos impresionar por la gran sabana africana. Podemos viajar a nuestro propio mundo fantástico con la Historia interminable, y seguir cultivando la imaginación entrando en el Callejón Diagón con Harry Potter. Es todo un descubrimiento llegar al planeta B 612 de El Principito por primera vez. Y lo vuelve a ser cuando regresamos de mayores.

Para enamorarse de los libros, para engancharse a la lectura, todas las historias valen. Después vamos experimentando, probando, asomándonos a nuevos lugares. Realizamos travesías inauditas. Con Dante, por ejemplo, nos vemos obligados a pasar por el infierno para llegar al paraíso. También viajamos a sitios inventados, como Macondo. Será además, a pesar de que sigamos diligentemente la descripción en las páginas, un Macondo distinto para cada lector. Pero allí estaremos, a orillas de un río «con un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos» (Cien años de soledad, Gabriel García Márquez).

A veces retornamos, incluso, a lugares que ya hemos visitado y, a través de las palabras, del inventario del autor, los vemos con nuevos ojos. Es como observar un mismo paisaje pintado por otra persona; siempre se ve distinto y percibimos nuevos matices, nos sorprenden detalles que habían pasado desapercibidos, o descubrimos otras formas de mirar, de filtrar lo que recogen nuestros ojos. La clave está en dejarse atrapar por la renovada imagen, incluso saltar adentro, como Mary Poppins. Así, uno desde su sofá, puede situarse a más de cuatro mil metros de altura en la sierra andina y descubrir en los picos de las montañas los tejidos de sus habitantes, sus vidas hiladas con los tonos del paisaje que los envuelve:

«Y ahí estaba, en el horizonte de la Cordillera, donde las piedras y el cielo se tocaban, esa coloración extraña, entre violeta y morada, que él había visto reproducida en tantas polleras y rebozos de las indias, en las bolsas de lana que los campesinos colgaban de las orejas de las llamas, y que era para él el color mismo de los Andes (…)» (Lituma en los Andes, Mario Vargas Llosa).

Se puede viajar a Ibiza, a las islas griegas o volver a nuestro lugar predilecto para contemplar la puesta del sol. Pero una vez leída la descripción de Vargas Llosa, sea cual sea el horizonte que vislumbremos, ya siempre lo imaginaremos como «una suntuosa cola de pavorreal en el horizonte».

«¿Qué es viajar?», preguntaba el pequeño. Un día, esperemos que no muy alejado, lo podrá comprobar por sí mismo. Hasta entonces, podemos intentarlo explicar.

Viajar, como leer, nos abre la mente. Nos ayuda a conocer lo desconocido, a comprender lo incomprensible y a los incomprendidos, a ponernos en el lugar de otros, a pisar sus tierras. Leer, como viajar, nos ayuda a ver lo mismo de forma diferente, a encajar la realidad con perspectiva, a aceptar y valorar nuestro lugar en el mundo. Y nos anima a tratar de mejorarlo, aunque sólo alcancemos al pequeño mundo a nuestro alrededor.

Mark Twain dijo: «Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente». Y cuando no podemos viajar, siempre podemos leer.

Y es todo un placer viajar en libro.

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