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La censura de obras y autores

La alargada sombra de la torre de marfil: el autor, sus obras y el mundo.

11 de diciembre de 2021. Estela Adamuz Ávila

Qué: La censura de obras y autores

Censura y literaturaCuando Rubén Darío publicó Cantos de vida y esperanza las letras se desenvolvían en un panorama indudablemente esteta, donde el arte era la razón misma del propio arte. La torre de marfil que el poeta nicaragüense relató en sus versos sirvió de expresión para calificar a este estatus del poeta: el que se alza por encima del resto, se sitúa cerca del cielo, y solo conoce y habla de lo bello. Una suerte de provocación, una advertencia de que al poeta no se le puede arrastrar a los barros mundanos.

Pero hoy día no se puede negar que la literatura tiene, como todas las artes, una implicación social: es un espejo que recoge nuestros actos y nos los devuelve. Parece ser de esta constatación de donde nace una aguda preocupación por cuidar al lector. El lector, la sociedad en su conjunto, no pueden ser marioneta de las letras, sino que las letras deben ser las marionetas de la sociedad. Esta preocupación parte de que la literatura y todo lo que la rodea es de dominio público y está en el foco de atención, y de esto nace una crítica, una crítica cuyo objetivo se resumen en crear un corpus de obras y autores que puedan ser unos referentes, no solo literarios o artísticos, sino, también y necesariamente, un referente moral.  Con ello elaborar un canon ‘‘limpio de pecado’’ para asegurar que las obras van a transmitir unos valores y unas enseñanzas que puedan mejorar al individuo en su conocimiento, pero sobretodo en su conducta que los autores cumplan como figuras públicas.

El debate tiene una total actualidad. Alejándonos un poco de lo literario y ampliando el foco a todas las artes, no dejamos de pensar en la última polémica en la que se vio envuelta el film Lo que el viento se llevó. En este caso es la obra la que se ve envuelta en el debate: la crítica interpreta que la película puede infundir en el espectador aptitudes racistas. No es el único ejemplo. Otro de los casos más sonados en los últimos años ha sido el de la novela Lolita de Vladimir Nabokov. Pero más allá de admitir que Humbert Humbert no es el autor ruso (en definitiva, el debate sobre la escritura), la pregunta que se pone en relieve es la siguiente: ¿debe la literatura tomar una posición activa frente a lo que constituye hoy día un verdadero problema social, como puede ser el racismo o la pedofilia? Para dar una respuesta lo primero que tenemos que tener presente es que aunque la literatura sirva como espejo, esta no deja de estar bajo dominio de la ficción. Y tomar la ficción como una verdad sólida sobre el mundo solo puede conducir a equivocaciones. La literatura no es historia, ni es un manual de conducta, ni puede servir como un impecable código moral porque es, ante todo, ficción. No cabe tomar Lolita o Lo que el viento se llevó como una guía para la vida, no porque relaten comportamientos o hechos que pueden calificarse de deleznables, sino, sencillamente, porque son ficciones.

Y tampoco pasa por alto otro hecho bien relacionado con este asunto: la cuestión del autor. Hoy día también es bastante común el ver una crítica dirigida a la revisión de estas figuras y de su obra. Es decir, se revisan sus actitudes y sus comportamientos para ver si realmente merecen la corona de laurel, de modo que son estos elementos los que sancionan al autor y a la propia obra. Este sería el caso de Pablo Neruda. Su figura se ha vuelto ciertamente polémica en los últimos años debido a dos principales hechos: por una parte, un fragmento en sus memorias donde previsiblemente el autor confiesa una violación, y por otra, el abandono de su hija Malva Marina Trinidad. Aquí hay también otro elemento a tomar en consideración, y es la relectura que se propone de su obra poética, que se aleja de la idealización de las relaciones amorosas que en ella se reflejan. En el panorama en el que nos encontramos las relecturas suponen una parte muy importante de la crítica literaria. Pero volviendo al autor, lo que se pone en entredicho es el poder disfrutar de una obra a sabiendas de las actitudes o comportamientos de su creador. La posición más tajante dice que no podemos, y que debemos reconfigurar el canon literario. Pero habría que tomar otros factores en consideración. Primero, que el admirar una obra no implica que el autor también sea objeto de admiración. Al menos, no de una admiración moral. El estudio de la literatura, y su disfrute, también exige mirar con cierto distanciamiento a los autores, reconociendo sus aportaciones, pero no idealizándolos. En segundo lugar, y partiendo de que este ejemplo es el caso de un autor consagrado dentro de la tradición hispanoamericana, el eliminar su figura equivaldría a cavar un enorme agujero en la historia literaria de dicha tradición. Lo cual, como es evidente, supondría grandes problemas en el campo disciplinar para comprender los caminos que toma la poesía tras la intervención de Pablo Neruda.

También hay polémicas que salpican a autores de plena actualidad. Es el caso de Peter Handke, Premio Nobel de 2019, quien ya llevaba varios años en el punto de mira por sus muestras de apoyo a Slobodan Milosevic, acusado por crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia, hechos por los que, como sabemos, no llegó a ser juzgado debido a su repentina muerte. Los afectados por la guerra y las víctimas del genocidio iniciaron una campaña de protestas contra la Academia que iban desde la recogida de firmas hasta las concentraciones, con el fin de que la Academia retirase el galardón. Estas reivindicaciones tienen el objetivo que hemos mencionado anteriormente: el no canonizar a un autor cuyo comportamiento es reprobable moralmente. No es la primera vez que la Academia se ve envuelta en este tipo de polémicas, dado que la ideología del autor no figura entre sus requisitos a la hora de entregar el galardón. Tanto es así que autores de tan distinta ideología como son Camilo José Cela, censor franquista, y Pablo Neruda, militante comunista, recibieron el premio.

Todos estos hechos, el caso de Lolita y Lo que el viento se llevó, las polémicas alrededor de Peter Handke o Pablo Neruda que gozan de una plena actualidad no son tan modernas. La sombra de la torre de marfil es alargada, y nunca ha decrecido. Podemos encontrar innumerables ejemplos de corrección moral, exigencias y decoro a lo largo de la historia. Algunas de las más famosas son el juicio contra Charles Baudelaire tras la publicación de Las flores del mal o el juicio contra Gustave Flaubert por Madamme Bovary. Ambas obras fueron consideradas inmorales, no aptas para el pueblo francés. Una es obscena, la otra es adúltera; de nuevo, hay que proteger a los lectores. Estos casos son famosos debido principalmente a dos cuestiones. Por un lado, que ponen en el punto de mira a dos de los autores más importantes de la literatura occidental; por otro, que en los juicios que se llevaron a cabo quedó patente que la materia en cuestión no tenía tanto que ver con el derecho penal, sino con la teoría literaria.

Visto el panorama poco más queda salvo admitir que este debate no nos va a abandonar nunca, cambiarán las preocupaciones y los problemas sociales, pero no el interrogante, que seguirá presente. Pero al final, contando con todos los debates que se quieran (y estará bien que se tengan), siempre reivindicaremos que la literatura, y las artes, tienen un papel fundamental en el proyecto de emancipación del ser humano, en ser fuente de inspiración y reflexión, y no, como a veces se quiere vender, un veneno para el público.

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