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Razón del desencanto, de Xavier Seoane

Crónica poética de unos largos años de esperanza y frustración.

31 de julio de 2022. Estandarte.com

Qué: Razón del desencanto Autor: Xavier Seoane Editorial: Reino de Cordelia Año: 2021 Páginas: 264 recio: 14,95€

Razón del desencanto, de Xavier SeoaneXavier Seoane (A Coruña, 1954) es filólogo –estudió Filología Románica en la Universidad de Compostela–, crítico de arte, animador cultural y literato. Es también un hombre enamorado de Galicia, esa –así la define– Provenza atlántica, tierra medieval, de juglares, trovadores y soldados.

Seoane tiene una larga carrera a sus espaldas: dos poemarios en colaboración con Raúl Reguera –Poesía experimental– y con Manuel Rivas –Anisia e otras sombras–; una recopilación de su obra hasta 1999 –Don do horizonte–, y libros de poesía como Dársenas do ocaso, Vagar de amor e sombra, Raíz e soño o Tempos de pandemia.

Tampoco le es ajena la narrativa con novelas como Abre la puerta al mar o A dama da noite, traducido al castellano por él mismo con el título de La dama de las sombras, sobre la vida de Rosalía de Castro; narraciones a las que añade el cuento infantil Historia do can que caeu no tinteiro y la novela juvenil Filiberto y Sofonisba.

Reino de Cordelia saca a la luz en 2021, en edición bilingüe gallego-castellano y también traducido por Seoane, un espléndido y revelador poemario, Razón del desencanto, que la editorial define como una crónica, una reflexión donde afloran el desencanto y la frustración, de unos tiempos de dictadura y lucha por el cambio, de la esperanza de un mundo mejor y del dolor por el fin de las utopías e ideales.

Son casi trescientas páginas que revelan la vida de forma poética, que versifican la ilusión, la desesperanza, el paisaje; que hablan del mar, la niebla, el amplio horizonte, de la tierra, de recuerdos o de belleza: «Necesitamos, /necesitamos tanto la belleza /que no nos damos cuenta que sin ella /la verdad del mundo /quedaría maltrecha».

Leer estos poemas, descubrir la dulzura del gallego (es fantástico encontrar frente a frente las dos lenguas, descubrir la fuerza de cada una de ellas), asomarse al océano, a sus plazas, fuentes; soñar con un paisaje único; palpitar con las utopías y el desengaño, todas esas sensaciones son lo mismo que adentrarse en un alma llena de inquietudes, nostalgia, dolor y ternura.

Son unos poemas que, como describe Seoane en el vídeo promocional, retratan diferentes momentos y sensaciones. Así el lector pone su mirada en la crónica de la desilusión, cuando los proyectos chocan con la realidad; pero también ve la parte elegíaca, la que nos va marcando la vida, el tiempo la muerte; y siente las plegarias que se acercan a los desfavorecidos; se sumerge en el mundo oceánico; vibra con las canciones que dibujaron una época, una juventud y siente Galicia, siempre Galicia.

Ha costado elegir uno solo de sus poemas, todos despiertan sentimientos, pero quizás sea la juventud la que más nostalgia provoca.

De la juventud

Fue en el tiempo de la juventud.

La vida tenía el peso de una brizna en el aire.

Pasaban las muchachas con las faldas recortadas
y los libros bajo el brazo.

Comenzábamos
a pensar, a soñar
con la ilusión de quien abre la ventana a un día claro.

Las decepciones
tenían un perfil de sufrimiento
soportable.

Se sabía
que había mucho tiempo por delante
y los días
traerían motivos de alegría
y de esperanza.

No se sabía de la melancolía
que arrastran los años.

Se desconocía
el alcance de la muerte,
los zarpazos
del egoísmo, del mal.

La panda era un refugio seguro y entrañable.
Los padres, a pesar de la violenta
ruptura generacional,
protegían,
respaldaban.

El dictador y su caterva de secuaces
no iban a ser eternos, y algún día
un viento de repulsa y libertad
barrería sus máscaras.

No es grato recordar tiempos pasados.
El peso de la alegría perdida ahoga la garganta
con una melancolía difícil de arrancar.

Y aunque no todo
era motivo de felicidad,
el espíritu era joven
y el árbol de la vida hervía en la sangre.

No se había probado el sabor de la derrota,
el tiempo no había dejado su resaca
ni la tristeza clavado sus garras.

Éramos los heraldos de la utopía,
los príncipes electos de la esperanza.

Qué poco sabíamos
de las heridas del tiempo y de la muerte de los ideales.

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