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La poesía de Dulce María Loynaz

Memoria, nostalgia e incomprensión en la poesía de Dulce María Loynaz.

13 de diciembre de 2020. Estandarte.com

Qué: Últimos días de una casa Autora: Dulce María Loynaz Editorial: Colección Torremozas Año: 2019 (de esta edición) Páginas: 64 Precio: 14€

Últimos días de una casa, de Dulce María Loynaz.

La poeta y novelista cubana Dulce María Loynaz (La Habana, 1902–1997) creció en una casa muy especial en El Vedado de La Habana, imponente y salvaje. Pero su singularidad no estribaba tanto en sus espacios, en su forma de mirar hacia el mar o en cómo se dejaba abrazar por el jardín, sino en cómo se contagió del alma de sus habitantes y cómo ayudó a conformar un universo particular, que la familia Loynaz compartió con algunos escogidos, entre los que estaban Federico García Lorca, Gabriela Mistral, Juan Ramón Jiménez o Alejo Carpentier. “Nosotros nos hicimos un mundo en aquella casa. Llevamos plantas exóticas, animales exóticos. Realmente no teníamos ya gran necesidad de salir fuera de aquel mundo y entonces fue que vinieron las gentes de mundo exterior a entrar en nuestro mundo. No recibimos a todos los que quería entrar porque en nuestra petulancia creíamos que no todos eran dignos”, contaba Dulce María Loynaz. Sus palabras se recogen en el documental Últimos días de una casa que en 2015 realizó la cineasta cubana Lourdes de los Santos para recuperar la memoria de cuanto representaba esa vivienda y denunciar el abandono en el que quedó sumida.

Dulce María Loynaz se fue de allí al casarse en 1946, su hermana Flor también había dejado la casa, quedaban sus otros hermanos, Mita y Manuel, y personal de servicio que trabajaba en aquel singular complejo compuesto por distintas construcciones. Según De los Santos, hacia 1969 empezaron a trasladarse allí familiares de los trabajadores de servicio y la cosa fue extendiéndose tanto que en 1981 Dulce María tuvo que especificar en un escrito a quienes había autorizado para residir en esa casa. Los otros no estaban legales. “Y la casa se fue deteriorando poco a poco –relata la cineasta–. Patrimonio la declara Grado de protección II, que es una especificación que dice que es inmueble patrimonial habitado por personas, pero que no puede modificarse bajo ningún concepto y al no acometer labores de restauración la casa ha ido paulatinamente destruyéndose”.

Lo curioso es que mucho antes de que ese deterioro se manifestase, Dulce María Loynaz escribió un largo poema en el que daba voz a la casa y dejaba que esta contase, como lo haría una persona, su situación, sus esperanzas, su pesar y su dolor. El poema lleva el título que años más tarde tomaría prestado el documental, Últimos días de una casa, y se publicó por primera vez en 1958. Ahora lo recupera Colección Torremozas en una edición que incluye el prólogo de Antonio Oliver de finales de los años cincuenta y el que para esta ocasión ha escrito la poeta Efi Cubero que destaca el dominio del lenguaje de la escritora cubana, la plasticidad de sus imágenes y su turbadora simbología. Detrás de esa casa a la que deja hablar y detrás de su inminente derribo puede imaginarse el fin de un modo de vida que no casaba con los principios de la Revolución que triunfaba en esas fechas. De unas costumbres, unos espacios y unos tiempos que parecían haberse quedado obsoletos, por los que se transita de la mano de unos versos cargados de nostalgia, tristeza e incomprensión, como los que aquí recogemos:

Que pase una la vida
guareciendo los sueños de esos hombres,
prestándoles calor, aliento, abrigo;
que sea una la piedra de fundar
posteridad, familia,
y de verla crecer y levantarla,
y ser al mismo tiempo
cimiento, pedestal, arca de alianza…
Y luego no ser más
que un cascarón vacío que se deja,
una ropa sin cuerpo, que se cae…

La casa encantada, como llegó a llamarla García Lorca, refuerza su magia al comprobar el carácter premonitorio de este triste y bello poema en el que la vivienda expresa los sentimientos de la poeta Premio Cervantes 1992 y autora de aquel famoso canto al amor: Amor es…

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