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Una familia en Bruselas, Chantal Akerman

Un relato conmovedor a modo de soliloquio sobre los lazos de familia.

12 de junio de 2022. Estandarte.com

Qué: Una familia en Bruselas Autora: Chantal Akerman Editorial: Tránsito Año: 2021 (de esta edición) Páginas: 92 Traductora: Regina López Muñoz Precio: 13,90 €

Una familia en Bruselas, de Chantal AkermanLa cineasta y escritora Chantal Akerman (Bruselas, 1950-París, 2015) crea con Una familia en Bruselas un relato familiar conmovedor con ese calor en los huesos que reconforta, esas frases a las que les falta un trozo, la mano que aprieta un dedo, la hija que no se casa, la que tiene dos hijos, esa espalda cheposa, todas esas conversaciones por teléfono, la familia que se abraza, los silencios, la muerte…

Este libro –que cuenta con la traducción de Regina López Muñoz– está construido con esos pequeños detalles que fortalecen los lazos de una familia, que cubren o ahondan ausencias; todas esas pequeñas cosas que se descubren imprescindibles cuando hay que convivir con el dolor, cuando el duelo se impone, cuando se comparte la tristeza.

La historia comienza con un narrador ajeno, al que es fácil imaginar con una cámara en mano: «Y veo también un piso grande casi vacío en Bruselas. Sólo con una mujer que suele ir en bata. Una mujer que acaba de perder a su marido». Va anotando lo que ve, lo que sabe, lo que recuerda, tal y como se le ocurre, sin detenerse muchas veces a puntuar con comas, dos puntos o puntos y comas, sin detenerse a corregir repeticiones, que se suceden una y otra vez.

Ocurre lo mismo cuando es la voz de la madre la que conduce el texto –la mayor parte del libro–, y cuando esta se funde con la de la hija, como tan poéticamente apunta la editorial Tránsito en la contracubierta: «Las frases se hilvanan y la narración de la madre se vuelve la de su hija, como si esta se hallase cosida a su progenitora».

De alguna manera, todas esas repeticiones y esos soliloquios en voz baja y sin pausas contribuyen a crear una atmósfera de intimidad, tejida con la cotidianidad, con rutinas como las de una comida cualquiera, arreglar un abrigo o un afeitado. Esa intimidad ayuda a vislumbrar el significado del frío en los huesos, de la importancia del teléfono o de los silencios que terminan en sonrisas.

Esa madre se acerca tanto que es fácil entender la necesidad de no pensar, de frenar esos pensamientos, de arrinconarlos. Pero no siempre es posible. Los pensamientos vuelven una y otra vez y viajan y regresan del pasado: la prima a la que nunca llama, el marido que sostiene la cabeza entre las manos y al que le preocupa que su hija la de Ménilmontant no se case ni tenga hijos, la enfermedad, aquello de lo que no se quiere hablar…

Este «murmullo atropellado en el que se dice todo aun cuando parece no decirse nada» –como describe Tránsito el relato– va acompañado en esta edición de una nota biográfica sobre Chantal Akerman que recuerda tres claves para acercarse a este texto: la identidad judía, el trauma de Natalia Akerman (su madre y la voz principal de Una familia en Bruselas) que en 1943 fue deportada a Auschwitz-Birkenau donde murieron sus padres y el poderoso vínculo maternofilial.

Natalia Akerman también fue la fuente de inspiración de la película Jeanne Dielman en la que la cineasta retrata la vida cotidiana de una mujer viuda de clase media. «El minimalismo narrativo que caracteriza su filmografía se reconoce también en Una familia en Bruselas; en este sentido, la cineasta opina que no hay diferencia entre lo narrativo y lo no narrativo», apunta esta nota biográfica.

La cineasta Diana Toucedo firma al final del libro Solo nos queda el cuerpo, un texto a modo de carta de agradecimiento a Chantal Akerman, en el que valora su cine, su valentía, su forma de contar, de hablar al oído y de esbozar intensas experiencias colectivas a partir de lo íntimo y personal, como hace en Una familia en Bruselas.

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