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El comienzo de 'Trópico de Cáncer'

Hoy se cumplen años de la muerte de su autor, Henry Miller.

17 de febrero de 2024. Estandarte

Qué: El principio de Trópico de Cáncer. Autor: Henry Miller.

El escritor y pintor estadounidense Henry Miller murió en Los Ángeles (California) el 7 de junio de 1980 y nació en Nueva York el 26 de diciembre de 1891. Miller encabezó Trópico de Cáncer, su novela más célebre, con una cita de Ralph Waldo Emerson que brillaba por su simbolismo: «estas novelas darán paso, con el tiempo, a diarios o autobiografías: libros cautivadores, siempre y cuando sus autores sepan escoger de entre lo que llaman sus experiencias y reproducir la verdad fielmente». No en vano, la inspiración de su obra en su propia vida es uno de los rasgos más recordados de uno de los padres de la Generación Beat.

Bohemio en París, cercano al surrealismo y amante de Anaïs Nin, gracias a ella escribió y publicó Trópico de Cáncer (1934), una novela por la que fue juzgado por obscenidad en Estados Unidos. Censurada en su país natal hasta 1961, después de superar más de sesenta juicios, Trópico de Cáncer entró en Estados Unidos de forma clandestina, camuflándola con la portada de la inocente Jane Eyre, de Charlotte Brontë.

Todavía en el exilio francés, continuó narrando desde la provocación: Primavera negra (1936), y Trópico de Capricornio (1939). Un año después volverá a Estados Unidos; se instalará en California, donde escribirá El coloso de Marussi (1941), La pesadilla del aire acondicionado (1945-47), la trilogía La crucifixión rosa (1949-1960), Las naranjas del Bosco (1957) o el ensayo El mundo de D.H. Lawrence (1980).

Considerada por la parte de la crítica como la mejor de sus obras, en Trópico de Cáncer —su primera novela— se sitúa Henry Miller en la estela de Walt Whitman y Thoreau, creando un monólogo en el que repasa su vida en París de los años treinta, centrada tanto en sus experiencias sexuales como en sus juicios sobre el comportamiento humano. Calificada en su momento como una atrocidad moral por los sectores conservadores —y como una obra maestra por escritores tan distintos como T.S. Eliot, George Orwell o Lawrence Durrell—, en la actualidad es considerada una de las novelas más rupturistas, influyentes e inmaculadas —sí— de la literatura en lengua inglesa.

Nos gustaría compartir contigo sus primeras líneas. Hemos recurrido a la traducción de Carlos Manzano que publicó Punto de Lectura en 2007:

«Vivo en la Villa Borghese. No hay ni pizca de suciedad en ninguna parte ni una silla fuera de su lugar. Aquí estamos todos solos y muertos.

Anoche Boris descubrió que tenía piojos. Tuve que afeitarle los sobacos y ni siquiera así se le pasó el picor. ¿Cómo puede uno coger piojos en un lugar tan bello como este? Pero no importa. Puede que no hubiéramos llegado nunca a conocernos tan íntimamente, Boris y yo, si no hubiese sido por los piojos.

Boris acaba de ofrecerme un resumen de sus opiniones. Es un profeta del tiempo. Dice que va a continuar el mal tiempo. Va a haber más calamidades, más muerte, más desesperación. Ni el menor indicio de cambio por ningún lado. El cáncer del tiempo nos está devorando. Nuestros héroes se han matado o están matándose. Así que el héroe no es el tiempo, sino la intemporalidad. Debemos marcar el paso, en filas cerradas, hacia la prisión de la muerte. No hay escapatoria. El tiempo no va a cambiar.

Ahora es el otoño de mi segundo año en París. Me enviaron aquí por una razón que aún no he podido descubrir.

No tengo dinero ni recursos ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, pensaba que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros por escribir, gracias a Dios. Entonces, ¿esto? Esto no es un libro. Es un libelo, una calumnia, una difamación. No es un libro, en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del arte, una patada en el culo a Dios, al hombre, al destino, al tiempo, al amor, a la belleza... a lo que os parezca. Voy a cantar para vosotros, desentonando un poco tal vez, pero voy a cantar. Cantaré mientras la diñáis, bailaré sobre vuestro inmundo cadáver...

Para cantar, primero hay que abrir la boca. Hay que tener dos pulmones y saber un poco de música. No es necesario tener acordeón ni guitarra. Lo esencial es querer cantar. Así, pues, esto es una canción. Estoy cantando.»

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