La vuelta de Mario Cuenca Sandoval

30 de diciembre de 2013. Estandarte.com

Mario Cuenca Sandoval regresa al panorama literario con la publicación de su nueva y ambiciosa novela, Los hemisferios. Se trata de una de las novedades más esperadas de los próximos meses, en vista de la calidad y el riesgo de sus anteriores entregas —Boxeo sobre hielo y, sobre todo, El ladrón de morfina—, y podremos disfrutar de ella en apenas unas semanas, en una propuesta que Seix Barral ha calificado de hipnótica y deslumbrante. Por situar las expectativas en torno a Los hemisferios, basta con recordar que estas fechas fueron las escogidas por su editorial para lanzar, el año pasado, el popularísimo Intemperie, de Jesús Carrasco.

Con tan jugosos antecedentes, ¿de qué trata Los hemisferios? Según informa su editorial, la pérdida de una mujer deseada funciona como big bang de una trama que se dispara en dos direcciones. Para entender en su conjunto la pasión compartida por dos amigos, al lector le corresponderá unir las piezas facilitadas por dos historias que funcionan como espejos deformantes. Una táctica habitual en la prosa de Mario Cuenca Sandoval, que cuenta con quien está al otro lado, leyendo, para completar sus historias.

¿Y cuáles son esos hemisferios que recorre Mario Cuenca Sandoval? Continuamos citando la información de Seix Barral, claro: un París detenido en el nuevo romanticismo de los ochenta, una isla nórdica por la que se desarrolla una alucinada road movie, un episodio de vampirismo en la Barcelona de la Transición, un descenso órfico a los infiernos, una expedición al volcán que se alza en el centro de una isla de la mente.

Así, Mario Cuenca Sandoval juega de nuevo en Los hemisferios con distintos géneros, porque la alta literatura no está reñida con la alta recepción. Por tirar del hilo de las palabras de su editorial, nos encontramos ante un artefacto narrativo que se divide en dos mundos alternativos, dos formas de ser, de entender al arte y el cine en todas sus variantes, que arrojan experiencias estéticas de lectura completamente diferentes: la elegancia del suspense al más puro estilo del Hitchcock de Vértigo, o la inspiración visionaria del Dreyer de Ordet.