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La chica de la Leica, de Helena Janeczek
Evocación y reivindicación de una gran fotógrafa, Gerda Taro.
09 de marzo de 2021. Estandarte.com
Qué: La chica de la Leica Autor: Helena Janeczek Editorial: Tusquets, Colección Andanzas Año: 2019 (de esta edición) Páginas: 359 Precio: 19 €
Con La chica de la Leica, Helena Janeczek (Múnich, 1964) acerca y también invita a descubrir la figura y personalidad de Gerda Taro (Gerda Pohorylle), una mujer alegre, comprometida, apasionada y libre que se dedicó en alma y cuerpo a la fotografía. Fue pionera en este arte y una valiente fotorreportera, unida profesional y sentimentalmente a André Friedmann. Juntos trabajaron bajo seudónimo en una suerte de unión que dificultó, en perjuicio de Taro, conocer, distinguir y atribuir las fotos de cada uno. “Vivir en París –explica Janeczek en el prólogo del libro– sin nada más que una Leica, era el arte de apañárselas día a día. Encontrarían más trabajo con un seudónimo, de ello estaban convencidos André Freidmann y Gerda Pohorylle. Incluso inventaron la historia de Robert Capa que poseía lo que a ellos les faltaba: riqueza, éxito, un visado sin límites en el pasaporte de un país venerado en virtud de una potencia no devastada por guerras y dictaduras. Unidos en una sociedad secreta que tenía un alias como capital inicial, estaban más cerca en la vida, más temerarios en los sueños que perseguían en el futuro”. Y así fue. El personaje creado les abrió puertas, impensables cuando se presentaban como ellos mismos.
A lo largo de la novela dividida en tres partes con un prólogo y un epílogo –interesantísimos los dos– titulados Parejas, fotografías y coincidencias 1# y #2–, la autora describe con un lenguaje pleno de riqueza, la huella indeleble que dejó Gerda Taro entre quienes la conocieron y lo hace a través de la vida, recuerdos y sentimientos de tres amigos, como ella antifascistas y como ella exilados en París: Willy Chardack y Georg Kuritzkes, ambos enamorados de Taro, aunque con distinta suerte, y Ruth Cerf con la que vivió después de su huida de Alemania.
Su lucha contra la discriminación y la persecución, junto a la de otros muchos que siguieron ese camino, proporcionan un pulso heroico al libro, pero es Taro con su entusiasmo, optimismo y belleza, con su trágica muerte mientras cubría la Guerra Civil española, la protagonista indiscutible, la que centra esta nostálgica y necesaria historia, con tres puntos de vista diferentes, tres maneras de enfrentar la realidad vista desde 1960 –Willy y Georg–, y 1938, Ruht.
El libro atrapa desde el primer momento cuando el lector se encuentra ante dos fotografías de una pareja de milicianos, hombre y mujer, que viven un momento de felicidad, son fotos aparentemente iguales pero que al analizarlas muestran diferencias, no solo en el formato por el uso de cámaras distintas, sino en el enfoque y la percepción del momento: “En la foto de Taro, el hombre y la mujer comparten el mismo espacio a la par, unidos por una carcajada que se libera en el aire, en una composición tan armónica que exalta, por contraste, una energía desbordante. La foto de Capa coloca a la mujer en el centro, ensalza su atractivo físico, pero mientras se inclina hacia su compañero y desde la perspectiva de su mirada radiante”.
A lo largo de las páginas el lector va descubriendo un ser especial, y puede también imaginar ese estilo particular que hacía de Gerda Taro una mujer diferente y única, incluso en lo físico. Así se contempla en el relato del momento en que Willy Chardack la vio por primera vez a finales del verano de 1926: “Estaba volviendo a casa en tranvía cuando, en una parada, le llamó la atención una mujer frente al escaparate de una modista. Llevaba medias de encaje y zapatos de una tonalidad algo más oscura, un vestido color marfil que acababa en suaves pliegues por encima de la rodilla, el pelo castaño dejaba al descubierto, entre la línea de las orejas y los hombros, una extensión de piel ligeramente ambarina. Willy deseó con todas sus fuerzas que el tranvía no arrancara para poder verle la cara a esa mujer de una elegancia ten irreal, cinematográfica.”
Así era, una luchadora que hay que conocer y aplaudir, capaz también de mantener elegancia en todo momento y circunstancia.
Helena Janeczek, de familia judeo-polaca es la autora de Las golondrinas de Montecassino (Tusquets Editores) en la que narra la batalla que más bajas sumó en la segunda guerra mundial. La chica de la Leica ha ganado el Premio Strega y el Premio Bagutta también, además ha sido finalista del Premio Campiello, todos ellos en el año 2018.
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