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El inicio de 'La ciudad y los perros'
Semblanza de Mario Vargas Llosa y comienzo de su primera novela.
15 de noviembre de 2024. Estandarte
Qué: El inicio de La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa.
Mario Vargas Llosa nació el 28 de marzo de 1936 en Arequipa (Perú). Hoy trazamos una semblanza de su obra, y recuperamos el inicio de su primera novela: La ciudad y los perros (1963).
Hijo de Ernesto Vargas Maldonado y Dora Llosa Ureta, que se separaron antes de su nacimiento, el escritor vivió los primeros años de su niñez cerca de Cochabamba (Bolivia), donde su abuelo administraba una hacienda algodonera. El cambio de trabajo de su abuelo provocó que la familia se trasladara a Piura (Perú), estableciéndose en la capital del país cuando sus padres se reencontraron.
El trato violento de su padre y el rechazo a su vocación de escritor, así como el resentimiento hacia la familia de su madre —que le había contado que su padre había muerto—, marcaron su vida y su escritura; también su experiencia en el Colegio Militar Leoncio Prado, que inspiró La ciudad y los perros. En 1952 comienza a trabajar para diversos periódicos y se muda de nuevo a Piura para vivir con su tío; un año más tarde inicia estudios de Derecho y Literatura en la universidad, y se acerca al Partido Comunista de Perú.
A los diecinueve años, Mario Vargas Llosa se casa con Julia Urquidi, diez años mayor que él y hermana de su tía política por parte materna. Vargas Llosa trabaja como bibliotecario y periodista, mientras publica sus primeros relatos, obtiene sus primeros premios y presenta su tesis doctoral sobre Rubén Darío. La excelencia de su investigación le permite obtener una beca para realizar en Madrid estudios de posgrado; como curiosidad, en 1971 se doctoraría en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid gracias a su tesis García Márquez: lengua y estructura de su obra narrativa. Desde España viaja a Francia; se instala en París con Julia, donde escribe de manera intensa. De ella se divorciará dos años más tarde, para casarse con su prima Patricia Llosa, sobrina de Julia, que vivía con ellos mientras estudiaba en la capital francesa. Tuvieron tres hijos.
En París finalizaría la escritura de La ciudad y los perros, su primera novela. El hispanista Claude Couffon le pone en contacto con Carlos Barral, director de la editorial Seix Barral, que permite que Mario Vargas Llosa obtenga en 1962 el Premio Biblioteca Breve, publicada un año más tarde después de burlar la censura. De esta forma se inicia la carrera literaria de uno de los representantes principales del boom latinoamericano, y de uno de los autores que con mayor inteligencia ha releído la tradición desde la experimentación. Con Gustave Flaubert y William Faulkner como maestros, Mario Vargas Llosa ha mantenido siempre una profunda vinculación con la política: en los años setenta presidió el PEN Internacional, luchando de forma intensa contra la dictadura de Videla, y en 1990 se presentó como candidato a la presidencia de Perú. En 2007 participó en la presentación de UPyD, y ahora preside la Fundación Internacional para la Libertad (FIL).
Entre la bibliografía de Mario Vargas Llosa se encuentran las novelas La ciudad y los perros (1963, premios Biblioteca Breve y de la Crítica de España), La casa verde (1966, premios de la Crítica de España y Rómulo Gallegos), Conversación en La Catedral (1969), Pantaleón y las visitadoras (1973), La tía Julia y el escribidor (1977), La guerra del fin del mundo (1981), Historia de Mayta (1984), ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986), El hablador (1987), Elogio de la madrastra (1988), Lituma en los Andes (1993, Premio Planeta), Los cuadernos de don Rigoberto (1997), La fiesta del chivo (2000), El paraíso en la otra esquina (2003), Travesuras de la niña mala (2006), El sueño del celta (2010), El héroe discreto (2013) y Cinco esquinas (2016); los libros de cuentos Los jefes (1959, Premio Leopoldo Alas) y Los cachorros (1967); las obras de teatro La huida del Inca (1952), La señorita del Tacna (1981), Kathie y el hipopótamo (1983), La Chunga (1986), El loco de los balcones (1993), Ojos bonitos, cuadros feos (1996), Odiseo y Penélope (2007), Al pie del Támesis (2008), Las mil noches y una noche (2009) y Los cuentos de la peste (2015); el volumen de memorias El pez en el agua (1993); y los ensayos Bases para una interpretación de Rubén Darío (1958-2001), García Márquez: historia de un deicidio (1971), La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary (1975), La verdad de las mentiras. Ensayos sobre la novela moderna (1990), Carta de batalla por Tirant lo Blanc (1991), La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo (1996), Cartas a un joven novelista (1997), La tentación de lo imposible (2004), El viaje a la ficción (2008) y La civilización del espectáculo (2012).
Además de estos libros en los géneros en los que más se ha prodigado, Mario Vargas Llosa también es autor de los cuentos infantiles Fonchito y la luna (2010) y El barco de los niños (2014), además de diversas recopilaciones de artículos, reportajes, conferencias publicadas como libros, diálogos, etcétera. Se publicaron en Francia los dos tomos que suponen su incorporación en la legendaria colección La Pléiade, de la editorial Gallimard. Forma parte de la Academia Peruana de la Lengua (1977) y de la Real Academia Española (1994). Entre otros muchos galardones, el escritor ha obtenido los premios Príncipe de Asturias de las Letras (1986), Premio Jerusalén (1995), Premio de la Paz del Gremio de Libreros Alemanes (1996) y Premio Nobel de Literatura (2010).
Mario Vargas Llosa es doctor honoris causa por las universidades de Boston, Católica de Santa María de Arequipa, Connecticut College, Hebrea de Jerusalén, de Lima, de Londres, Nacional de San Agustín de Arequipa, Queen Mary College. Mario Vargas Llosa también es doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca. Sus obras han protagonizado diversas adaptaciones cinematográficas: Los cachorros, por Jorge Fons (1971); Pantaleón y las visitadoras, por José María Gutiérrez Santos y el propio Vargas Llosa (1975), y más tarde por Francisco Lombardi (1999); La ciudad y los perros, por Francisco Lombardi (1985); La tía Julia y el escribidor, por Jon Amiel (1990); y La fiesta del chivo, por Luis Llosa (2007).
Recordamos a Mario Vargas Llosa recuperando el inicio de La ciudad y los perros (1963), el segundo libro y la primera novela del autor. Titulada originalmente La morada del héroe —luego se llamó Los impostores; el título definitivo lo sugirió el crítico José Miguel Oviedo—, cuenta la leyenda que su escritura se inició en Madrid, en el otoño de 1958, en la tasca El Jute de la calle Menéndez y Pelayo; y que Mario Vargas Llosa finalizó su escritura en el invierno de 1961, en una buhardilla de París. Inspirado en su experiencia —la novela se ambienta allí— en el Colegio Militar Leoncio Prado, donde estudió entre 1950 y 1951 —en plena adolescencia—, Vargas Llosa presentó una versión inicial de 1.200 páginas a diversas editoriales que la rechazaron. Carlos Barral desoyó los informes negativos de sus lectores y se vio deslumbrado por aquella escritura torrencial, llena de inteligencia e imaginación. Te dejamos con sus primeros párrafos:
«—Cuatro —dijo el Jaguar.
Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas partículas limpias de vidrio: el peligro había desaparecido para todos, salvo para Porfirio Cava. Los dados estaban quietos, marcaban tres y uno, su blancura contrastaba con el suelo sucio.
—Cuatro —repitió el Jaguar—. ¿Quién?
—Yo —murmuró Cava—. Dije cuatro.
—Apúrate —replicó el Jaguar—. Ya sabes, el segundo de la izquierda.
Cava sintió frío. Los baños estaban al fondo de las cuadras, separados de ellas por una delgada puerta de madera, y no tenían ventanas. En años anteriores, el invierno sólo llegaba al dormitorio de los cadetes, colándose por los vidrios rotos y las rendijas; pero este año era agresivo y casi ningún rincón del colegio se libraba del viento, que, en las noches, conseguía penetrar hasta en los baños, disipar la hediondez acumulada durante el día y destruir su atmósfera tibia. Pero Cava había nacido y vivido en la sierra, estaba acostumbrado al invierno: era el miedo lo que erizaba su piel.
—¿Se acabó? ¿Puedo irme a dormir? —dijo Boa: un cuerpo y una voz desmesurados, un plumero de pelos grasientos que corona una cabeza prominente, un rostro diminuto de ojos hundidos por el sueño. Tenía la boca abierta, del labio inferior adelantado colgaba una hebra de tabaco. El Jaguar se había vuelto a mirarlo.
—Entro de imaginaria a la una —dijo Boa—. Quisiera dormir algo.
—Váyanse —dijo el Jaguar—. Los despertaré a las cinco.
Boa y Rulos salieron. Uno de ellos tropezó al cruzar el umbral y maldijo.
—Apenas regreses, me despiertas —ordenó el Jaguar—. No te demores mucho. Van a ser las doce.
—Sí —dijo Cava. Su rostro, por lo común impenetrable, parecía fatigado—. Voy a vestirme.
Salieron del baño. La cuadra estaba a oscuras, pero Cava no necesitaba ver para orientarse entre las dos columnas de literas; conocía de memoria ese recinto estirado y alto. Lo colmaba ahora una serenidad silenciosa, alterada instantáneamente por ronquidos o murmullos. Llegó a su cama, la segunda de la derecha, la de abajo, a un metro de la entrada. Mientras sacaba a tientas del ropero el pantalón, la camisa caqui y los botines, sentía junto a su rostro el aliento teñido de tabaco de Vallano, que dormía en la litera superior. Distinguió en la oscuridad la doble hilera de dientes grandes y blanquísimos del negro y pensó en un roedor. Sin bulla, lentamente, se despojó del piyama de franela azul y se vistió. Echó sobre sus hombros el sacón de paño. Luego, pisando despacio porque los botines crujían, caminó hasta la litera del Jaguar, que estaba al otro extremo de la cuadra, junto al baño.
—Jaguar.
—Sí. Toma.
Cava alargó la mano, tocó dos objetos fríos, uno de ellos áspero. Conservó en la mano la linterna, guardó la lima en el bolsillo del sacón.
—¿Quiénes son los imaginarias? —preguntó Cava.
—El poeta y yo.
—¿Tú?
—Me reemplaza el Esclavo.
—¿Y en las otras secciones?
—¿Tienes miedo?
Cava no respondió. Se deslizó en puntas de pie hacia la puerta. Abrió uno de los batientes, con cuidado, pero no pudo evitar que crujiera.
—¡Un ladrón! —gritó alguien, en la oscuridad—. ¡Mátalo, imaginaria!
Cava no reconoció la voz. Miró afuera: el patio estaba vacío, débilmente iluminado por los globos eléctricos de la pista de desfile, que separaba las cuadras de un campo de hierba. La neblina disolvía el contorno de los tres bloques de cemento que albergaban a los cadetes del quinto año y les comunicaba una apariencia irreal. Salió. Aplastado de espaldas contra el muro de la cuadra, se mantuvo unos instantes quieto y sin pensar. Ya no contaba con nadie; el Jaguar también estaba a salvo. Envidió a los cadetes que dormían, a los suboficiales, a los soldados entumecidos en el galpón levantado a la otra orilla del estadio. Advirtió que el miedo lo paralizaría si no actuaba. Calculó la distancia: debía cruzar el patio y la pista de desfile; luego, protegido por las sombras del descampado, contornear el comedor, las oficinas, los dormitorios de los oficiales y atravesar un nuevo patio, éste pequeño y de cemento, que moría en el edificio de las aulas, donde habría terminado el peligro: la ronda no llegaba hasta allí. Luego, el regreso. Confusamente, deseó perder la voluntad y la imaginación y ejecutar el plan como una máquina ciega. Pasaba días enteros abandonado a una rutina que decidía por él, empujado dulcemente a acciones que apenas notaba; ahora era distinto, se había impuesto lo de esta noche, sentía una lucidez insólita».
Comentarios en estandarte- 1
1 | Encarnación P.
04-11-2017 - 13:36:29 h
¡Aún recordaba el comienzo de la Ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa!