Del color de la leche, de Nell Leyshon

30 de octubre de 2019. Estandarte.com

Desde la primera frase asistimos a un modo de contar que nos va a ir atrapando a medida que pasamos las páginas. “este es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano. en este año del señor de mil ochocientos treinta y uno he llegado a la edad de quince años y estoy sentada al lado de mi ventana y veo muchas cosas. veo pájaros y los pájaros llenan el cielo con sus gritos. veo árboles y veo las hojas (…). no soy muy alta y mi pelo es del color de la leche. me llamo mary y he aprendido a deletrear mi nombre. eme. a. erre. i griega. así es como se escribe”.

Es el primer capítulo, primavera, y son las estaciones las que dan título a las cuatro (más una) partes que componen el libro. En todos encontramos el mismo comienzo “…este es mi libro…”, pero siempre aparece algo nuevo a partir de la ventana, así en verano ya no habla de los pájaros y sí de su cansancio y del dolor de muñeca que le provoca escribir y vuelve a recordar que su pelo es del color de la leche; llega el otoño y se queja porque “escribir lleva mucho tiempo, hay que copiar y deletrear cada palabra encima de la página, y cuando termino tengo que mirar para ver si he elegido bien”. En invierno nos dice que ve su cara en el cristal con el pelo y la piel pálidos y añade que no le gusta contar lo que cuenta, pero que lo tiene que hacer. Vuelve la primavera.

Así al compás de las estaciones, en un dificilísimo ejercicio literario, la autora se mete en la cabeza de una criatura que acaba de aprender a leer, que apenas conoce las reglas gramaticales, que no sabe de adjetivos. Y escribe como lo haría Mary: no hay mayúsculas, no hay artificios emocionales, no encontramos grandes descripciones, pero sí frases cortas, sinceras, diálogos concisos, reiteraciones que atrapan, detalles precisos que provocan una gran emoción. Y, muy significativo, un uso de la conjunción copulativa “Y” que atrapa con la fuerza de su ritmo. “…fui hasta la ventana y aparté la manta que había clavada en el marco y había salido la luna y brillaba tanto que iluminaba todo y había sombras como hay durante el día cuando brilla el sol. La vaca estaba tumbada en el prado y vi las manchas negras y blancas de su pelaje. Y me alejé de la ventana y me puse la falda y me puse un chal sobre los hombros, y salí de la habitación”. 

Mary, esa niña diferente, rebelde, va desgranando la vida en la granja, cuatro hermanas, la madre, un abuelo que vive apartado y el padre, un hombre dominante, duro que usa a sus hijas como fuerza de trabajo, que ejerce violencia; una vida, la del campo, donde la prioridad no son las personas sino los mandatos de las labores del campo: ordeñar, encender el fuego, labrar, cuidar el ganado, cocinar y así día a día, de sol a sol. Hasta que el padre la pone a trabajar en la vicaría para cuidar a la señora de la casa, enferma. Hay pena y esperanza en el cambio, deja a sus hermanas, su casa, su abuelo; conoce un mundo distinto, con comodidades y descubre algo importantísimo, el valor de las palabras. Aprende a leer, siente el poder que le otorga la escritura, y comprueba con rabia y dolor que su aprendizaje está ligado a una condena.

El libro, duro y emocionante, describe la sociedad del XIX en el campo, la rigidez de las clases sociales, el poder del más fuerte ­–ya sea el amo, ya sea el padre–, la falta de horizontes del más débil, la ignorancia como prisión. No hay nada que no sepamos en esta historia, nada nuevo, pero hay una emoción en el relato que impacta de la primera a la última línea.

Nell Leyshon (Glastonbury, Reino Unido, 1962) es escritora y autora teatral. Además de Del color de la leche (elegido Libro del año en 2014 por el Gremio de libreros de Madrid), ha escrito otras novelas entre las que se encuentran Black Dirt, Memoires of a Dipper y El show de Gary, esta última publicada en España en 2016 también por Sexto Piso.