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Como polvo en el viento, Leonardo Padura

Una gran novela de Leonardo Padura sobre el exilio.

05 de octubre de 2021. Estandarte.com

Qué: Como polvo en el viento Autor: Leonardo Padura Editorial: Tusquets Año: 2020 Páginas: 672 Precio: 22,90 € (versión papel); 9,99 € (versión digital)

Como polvo en el viento, de Leonardo PaduraEn 1977 el grupo Kansas lanzó una canción –Polvo en el viento– hablando sobre el sentido de la vida y el paso del tiempo: “La misma vieja canción / Es una gota de agua en un mar sin fin. / Todo lo que hacemos se desmorona al suelo / Aunque nos neguemos a ver. / Polvo en el viento, / Todo los que somos es polvo en el viento.”

Esos versos plenos de tristeza y aceptación, inspiraron el título y quizás –lo veremos en la figura de Bernardo– parte de la filosofía de la última novela de Leonardo Padura (La Habana, 1955). Un libro apasionante, un viaje al pasado, una historia sobre el exilio, la huida, el miedo, la resistencia y la amistad; un tapiz tejido con las intensas vivencias de sus protagonistas: Clara y Darío, Elisa y Bernardo, Irving y Joel, Horacio y Guesty, Fabio y Lioba, y un no tan cercano Walter… Un grupo de amigos, el clan, de orígenes muy diferentes (tremenda la infancia de Darío), unidos por el compañerismo, las ganas de vivir, de beber, de pasarlo bien; que trabajan para sobrevivir, o malvivir, que temen, se ayudan, discuten e incluso se traicionan. En el centro está Cuba y está La Habana, una ciudad siempre presente en el corazón de Padura, que se inserta en todos sus libros, que retrata con pasión y dolor y que recorre junto a su famoso Mario Conde, protagonista de unas novelas policíacas con vocación de crítica y denuncia.

Esa Cuba desmoronada, sin futuro, sumida en la pobreza, es la que les incita a huir, irse, convertirse en balseros y no por razones políticas sino porque se asfixian. No ven otra salida: se van y no quieren volver. Escapan a Barcelona, Argentina, Madrid, Costa Rica, Estados Unidos (Miami, Tocama, Nueva York), intentan rehacer sus vidas, sentir la libertad. Lo consiguen con esfuerzo, se asientan y encuentran nuevos amores. Todo a pesar de la nostalgia y de un descarnado arraigo a su tierra, sus costumbres, sus maneras, su lenguaje. Un exilio que a Irving, homosexual, instalado junto a su pareja Joel en el barrio madrileño de Chueca, le produce “[…] la sensación de estar habitando un espacio ajeno y un tiempo equivocado que nunca había dejado de perseguirlo. Sentía que su condición de exiliado, o de emigrante, o de expatriado –daba igual, el resultado para él llegaba a ser lo mismo– negado a planificar siquiera un breve regreso, lo había condenado a vivir una existencia trucidada, desde la cual podía imaginar un futuro pero en la que no podía desprenderse del pasado que lo había llevado hasta allí y a ser quien era, lo que era y como era. La convicción de no pertenecer jamás lo abandonaba.”

El libro atrapa desde la primera oración: “Adela Fitzberg escuchó el toque de trompetas que hacía de alarma para las llamadas familiares y leyó la palabra Madre en la pantalla del iPhone […].” ¿Quién es?, ¿qué papel juega en una historia de emigrantes? Seguimos leyendo, y encontramos a su pareja, Marcos, el hijo de Clara y Darío (claro, ahí está el hilo), miramos con ellos una foto, la de todos los amigos cubanos, y vemos el asombro de Adela, cuando se da cuenta de que su madre, Loreta Fitzberg, es en realidad la Elisa que aparece en ese familiar grupo. Ese retrato, anterior a la desbandada sirve para poner en marcha un itinerario que va del pasado al presente, en un minucioso retrato de sus protagonistas: los que se van, el que muere y los que se quedan: Clara y un Bernardo “[…] más convencido que nunca de que somos polvo en el viento y que alguna vez, después de tantas derrotas, llegaremos a la victoria final.”

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