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La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska

Guillermo Escolar recupera esta crónica polifónica de los acontecimientos.

25 de agosto de 2022. Estandarte.com

Qué: La noche de Tlatelolco Autora: Elena Poniatowska Editorial: Guillermo Escolar Editor Año: 2021 (de esta edición) Páginas: 328 Precio: 18,90 €

El 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco se reunieron miles de personas demandando cambios en México. El Movimiento Estudiantil se había levantado meses antes –a finales de julio–, y a principios de octubre contaba con el apoyo de parte de la población.

Faltaban solo unos días para que el país acogiera los Juegos Olímpicos. La tensión era alta. El ejército tenía orden de disolver ese mitin multitudinario. Y así lo hizo; también actuaron francotiradores apostados en lo alto de los edificios. El resultado fue una auténtica masacre. A día de hoy, las cifran siguen siendo inciertas.

«Son muchos. Vienen a pie, vienen riendo. Bajaron por Melchor Ocampo, la Reforma, Juárez, Cinco de Mayo, muchachos y muchachas estudiantes que van del brazo en la manifestación con la misma alegría con que hace apenas unos días iban a la feria; jóvenes despreocupados que no saben que mañana, dentro de dos días, dentro de cuatro estarán allí hinchándose bajo la lluvia, después de una feria en donde el centro del tiro al blanco lo serán ellos, niños-blanco […]». Así empieza el libro de Elena Poniatowska Amor (París, 1932) La noche de Tlatelolco: una polifonía testimonial en la que la periodista y escritora dibuja aquel episodio de la historia del país a través de las voces de quienes lo vivieron.

Poniatowska habló y se entrevistó con mucha gente, visitó a los presos en la cárcel, leyó, se documentó, recuperó para este libro apuntes de prensa, discursos, cánticos de manifestaciones, poemas…

Su labor –inmensa– fue de campo, de escucha, de investigación y de respeto a la hora de transcribir y reflejar en este tapiz magníficamente urdido las vivencias, ilusiones, dolores, miedos y luchas de tantos a los que se acercó. Muy pocos de todos los textos que aparecen en el libro están firmados por ella.

Recoge recuerdos de otros, comentarios, reflexiones de estudiantes, profesores, padres, madres, economistas, obreros, periodistas, filósofos o, entre otros muchos, un obispo, su madre (Paula Amor de Poniatowski), su hermano Jan osu marido, el astrónomo Guillermo Haro. No todos están a favor del Movimiento Estudiantil, también hay opiniones en contra.

Las voces –indiferentes, solidarias, quejumbrosas o airadas (como apunta Guillermo Escolar Editor en su segunda edición de este libro, publicado por primera vez en 1971)– hablan sobre liberación de presos políticos, sobre torturas, sobre el PRI, sobre represión, detenciones y confesiones falsificadas, sobre disciplina y educación; echan la mirada atrás y señalan antecedentes al Movimiento Estudiantil; denuncian las desigualdades sociales; muestran la intimidad doméstica; cuentan cómo organizaban las manifestaciones, etc.

En definitiva, configuran una crónica histórica pegada a la calle a partir de muchas miradas, tonos y sensibilidades distintas. «Aquí está el eco del grito de los que murieron y el grito de los que quedaron. Aquí está su indignación y su protesta. Es el grito mudo que se atoró en miles de gargantas, en miles de ojos desorbitados por el espanto el 2 de octubre de 1968, en la noche de Tlatelolco», escribe Poniatowska Amor.

Por este libro, la autora fue reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia. Decidió rechazarlo, preguntándose quién iba a premiar a los muertos. En la recogida de otro premio, el Premio Cervantes, citó su labor como cronista (La noche de Tlateloco no ha sido la única vez que ha fusionado géneros y que ha hecho del periodismo comprometido literatura).

«Ningún acontecimiento más importante en mi vida profesional que este premio que el jurado del Cervantes otorga a una Sancho Panza femenina que no es Teresa Panza ni Dulcinea del Toboso, ni Maritornes, ni la princesa Micomicona que tanto le gustaba a Carlos Fuentes, sino una escritora que no puede hablar de molinos porque ya nolos hay y en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan. Niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes caminan al lado de esta reportera que busca, como lo pedía María Zambrano, “ir más allá de la propia vida, estar en las otras vidas”».  

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